Bienvenidos al Rincón de la Pluma

Queridos lectores:
Bienvenidos al rincón de la pluma, en el que yo (Julio San Román) colgaré mis historias y fantasías de vez en cuando.
Espero que disfrutéis de mis escritos.
Atentamente,
Persépolis

sábado, 28 de septiembre de 2013

Dorian Spoore y el misterio del hombre sin pasado. Escena 5: Un culebrón para Spoore.


Aylin se despertó en el hospital. Se había quedado dormida mientras esperaba a que Máximo se recuperara. Miró al herido. Estaba en la cama, con el torso desnudo y vendado y unos tubitos que se adentraban en su nariz para permitirle respirar mejor. De repente, Máximo abrió los ojos. Miró a su alrededor, intentando averiguar dónde estaba.
—¿Dónde estoy? ¿Dónde está Rosa? —preguntó Máximo alarmado.
—Tranquilo, estás en el hospital. Te desmayaste en el escenario del accidente. Rosa ha ido a tomarse un café y al interrogatorio de la policía. Supongo que después de lo que Spoore les contó, te querrán interrogar a ti también —le informó Aylin. Máximo parecía desorientado—. ¿No recuerdas nada?
—Fragmentos... Ya no sé qué forma parte de mi pasado y qué forma parte de mi imaginación. En la escena del crimen, los recuerdos me atacaron. Me acuerdo de parte de mi infancia, mi juventud... pero los que más me llamaron la atención fueron los más recientes. Vi a Fernando en ellos. No estoy seguro, pero creo que yo era drogadicto y que él me ayudó a superar mi adicción —dijo Máximo con dificultad, como si las palabras se resistieran a salir de su boca por miedo a llegar al exterior.
Aylin se fijó en los brazos de Máximo y vio dos pequeñas cicatrices en el comienzo del antebrazo. Aylin había visto muchas como esas cuando había acompañado a Spoore a la rehabilitación por su problema del alcoholismo. Apretó los dientes, recordando todos aquellos malos momentos. No podía seguir en aquella sala. Vio sufrir mucho a Spoore por culpa del alcohol y no quería ver a Máximo sufrir por las drogas. Se levantó y salió de la habitación.
Máximo se quedó solo y en silencio, mirando al techo, sin pensar en nada.

***

El teléfono de Spoore sonó en medio del teatro. Los actores, que todavía estaban ensayando, se quejaron. Spoore levantó una mano para pedir perdón y descolgó. Era Aylin la que llamaba. Se la oía preocupada, como al borde del llanto.
—Aylin, ¿ha despertado ya? —comenzó Spoore.
—Es drogadicto, Spoore, Máximo es drogadicto —le cortó ella. Spoore comprendió lo que le pasaba a Aylin. Cuando él había ido a rehabilitación, Aylin se había metido en un ambiente muy duro junto a él. No solo había visto a Spoore en un estado lamentable, sino que había visto a tantas personas sufrir, enloquecer e incluso morir en el proceso, que cualquier otro contacto con drogadictos podía hacerle pasar un mal rato. Tal vez, al recordar todos esos momentos, estuviera sufriendo un ataque de ansiedad.
—Tranquila, cálmate. Me tienes aquí. Cuéntame lo que ha pasado.
—Máximo ha recuperado sus recuerdos y me ha contado que Fernando le ayudó a salir de las drogas —dijo Aylin, intentando calmarse y respirar hondo.
—Ven aquí, al teatro. Estarás mejor que en el hospital —le aconsejó Spoore.
Aylin colgó. Spoore guardó su teléfono móvil en el bolsillo y se dio cuenta de que ni Rebeca ni Roberto estaban en el escenario. Se fue a los camerinos a buscarlos. Quería hablar con ellos para conseguir algo de información. Recorrió varios pasillos observando las puertas viejas y sucias. Acercó el oído a una puerta y oyó voces dentro del camerino. La puerta estaba cerrada con llave, pero al ser antigua, la llave se podría conseguir fácilmente. Cogió un pañuelo de su bolsillo que deslizó bajo la puerta. A continuación, con una navaja que guardaba siempre en su chaqueta empujó la llave a través de la cerradura y cayó sobre el pañuelo. Spoore recogió el pañuelo y la llave. Abrió la puerta y pilló desprevenidos a Roberto y Rebeca, que discutían enérgicamente. Cuando se dieron cuenta de que Spoore los miraba desde el rellano de la puerta, se irguieron asustados. Ambos estaban pálidos.
—Ya sabía yo que las cosas no iban bien entre vosotros dos. ¿Quién engañó a quién?, o mejor dicho, ¿con quién engañó Rebeca a Roberto? ¿Con Fernando? —preguntó Spoore recordando el gesto resignado de Roberto cuando Rebeca habló de su amistad con Fernando.
—Fernando era mi mejor amigo y me robó a mi novia, la única persona a la que amaba en el mundo —se excusó Roberto.
—¡Fernando lo único que quería era robarme! —exclamó furiosa Rebeca—. Cuando quise darme cuenta, me había robado la tarjeta de crédito y mi número secreto. Iba a dejarme sin dinero.
—¡Eso te pasa por...!
—Bueno, tranquilo. No hay que insultar a nadie —cortó Spoore a Roberto antes de que insultara a la mujer—. Gracias a esta pequeña riña todos hemos aprendido una valiosa lección. Vosotros dos habéis visto que no podéis fiaros ni de vuestra sombra y yo he aprendido que ambos tenéis un móvil para haber cometido un asesinato.
Spoore salió del camerino con las manos en los bolsillos y el bastón bajo el brazo. Los dos actores se quedaron solos en el cuarto, en silencio, ya que ninguno de los dos se atrevía a decir una palabra.
Spoore volvió de nuevo a la parte trasera del escenario. Decidió pasearse por allí, fuera de  las luces, en la oscuridad, con el fin de conseguir una mejor concentración. De repente pisó un tablón de madera que estaba suelto. Spoore miró hacia abajo y se agachó. Retiró el tablón del suelo y vio con asombro que el hueco del suelo estaba lleno de fotos de Fernando con Máximo y otras con su hermana, Rosa. Cogió su teléfono y llamó a Aylin rápidamente:
—Aylin, ¿dónde está Rosa?
Si Rosa aparecía en las fotos, tal vez ella también estuviera en peligro.


Capítulo 3 de los Guardianes de Eridna. El Reino de Ais.


Ais cruzó una puerta agarrado a su joven acompañante. Se encontraban en una llanura cuyo suelo era semejante a un tablero de ajedrez con cuadrados azules y plateados. El cielo parecía agua estrellada, iluminado por una bola de fuego azul que desprendía una luz blanca. Detrás de ellos se extendían cientos de puertas como la que habían cruzado, solo que, para sorpresa de la joven, tras ella no había puertas oscuras, sino enormes espejos plateados de tres metros.
A medida que se alejaban de los espejos y se adentraban por aquel extraño mundo, enormes árboles de troco plateado y hojas de cristal aparecían por el camino. Todo en aquel mundo extraño parecía estar hecho de cristal, plata o agua. Incluso la tierra parecía plateada.
Ais caminaba con la vista fija al frente mientras que la joven miraba hacia todas partes, inspeccionando todo aquello que era nuevo para ella. Llegaron a un claro con un lago rodeado por pinos de cristal. En el centro del lago había un castillo hecho de hielo que se alzaba hasta el cielo y acababa en dos torres picudas unidas por varios puentes.
Ais entró en el lago y el agua que pisaba se hacía hielo bajo sus pies. De todas formas, tuvo que coger a la joven en brazos ya que ella no podía tocar el hielo descalza porque lo derretía al instante. Cruzaron el lago y entraron por un gran portón de plata a un enorme salón iluminado por antorchas de fuego azulado. Ais dejó a la joven en el suelo y la llevó hasta un cuarto enorme con una cama con mantas de terciopelo azul.
La joven se sentó en la cama y observó que no se calcinaba bajo ella. Miró sorprendida a Ais, que se encogió de hombros y dijo:
-Aquí tos poderes no funcionan, al igual que los míos. Bueno, al menos no queman ni congelan todo lo que tocan. Aquí son controlables -Ais cogió algo de ropa de su propio armario y se la pasó a la joven, que la cogió con dos manos-. Puedes cambiarte en esta habitación. Cuando termines avísame. Tendrás muchas preguntas.
Ais abandonó la habitación. La joven cogió la ropa y la examinó con la mirada. Era una camisa blanca acompañada de una casaca plateada. Los pantalones eran de color crema y las botas eran altas y finas. Seguramente le llegaran hasta las rodillas. La joven se quitó la casaca que Ais le había prestado y se vistió. Trató de ajustarse bien la ropa para ocultar los tatuajes escarlatas que decoraban su cuerpo. No le gustaba que la gente los viera, mejor dicho, no le gustaba las caras que la gente ponía al verlos.
Cuando terminó, abrió la puerta y se encontró a Ais sentado de piernas cruzadas pero levitando. Su bastón plateado descansaba vertical al suelo junto a él. Ais se deslizó lentamente hacia el suelo y volvió a entrar en la habitación. La joven cerró la puerta detrás de ella.
-Elena -dijo Ais. La joven le miró extrañada y éste se explicó-. Me gusta ese nombre y, ya que no recuerdas el tuyo, he pensado que tener uno te vendría bien. Significa “antorcha”, y puesto que tú quemas todo lo que tocas... -la joven pareció disgustarse con el comentario, pero Ais estaba preparado para esa reacción- También significa “la más hermosa del mundo”.
La joven se sonrojó.
-Me gusta ese nombre -aceptó la recién bautizada Elena-. Solucionado el problema de los nombres, me gustaría saber dónde estoy o la razón por la que ese hombre quería raptarme.
-Es lógico que estés confusa. Yo también lo estuve al principio -admitió Ais-. Hicieron falta muchos libros para que yo me enterara de qué iba todo esto. Primero he de decirte qué soy yo, quién es el hombre que te raptó, etc. Yo soy Ais Frost, hijo del hielo. Al igual que tú, nací en el Reino del Norte, solo que yo congelo todo lo que toco, al contrario que tú. No te creas que todos en este mundo nacen así... Sólo los Guardianes lo hacen de esta forma. Los Guardianes son los gobernantes de cada reino de Eridna. Cada Guardián nace en su reino. Todos nacen de noche, y se dice que la luna que brille esa noche indica la diosa que lo ha bendecido. A mí me bendijo Deruna, pero a ti te ha bendecido Orhún, el sol. Eso es demasiado raro. Por no mencionar que has aparecido en el Norte, algo todavía más curioso.
-¿Eso es malo? -preguntó Elena.
-Depende -respondió Ais. Elena lo miró sin comprender-. Tú eliges lo que hacer con ello. El único problema es que tienes demasiado poder. A mí me bendijo Deruna. Soy el único Guardián al que le ha bendecido esa luna, y por lo tanto soy uno de los Guardianes más poderosos. A ti sin embargo, te ha bendecido Orhún, lo que significa que es como si te hubieran bendecido as tres lunas a la vez, es decir, tienes más poder que nadie.
Elena clavó la mirada en un punto fijo del techo. Las palabras de Ais habían caído sobre ella como piedras en el corazón. Ais esperó en silencio a que asimilara toda la información para continuar con su conversación. Finalmente, Elena preguntó:
-¿Por qué las lunas eligen a los Guardianes?
La pregunta sorprendió a Ais.
-Bueno... -tartamudeó- Cada Guardián es elegido por hazañas que haya hecho en su vida anterior. Digamos que, si una persona realiza heroicidades y muere con honor, cada luna le selecciona y le da otra oportunidad de vivir, siempre y cuando sea para ayudar a otras personas. Iruna es la diosa de la Inteligencia, con lo que si el Guardián murió tras realizar plan estratégico o por realizar alguna hazaña no con la fuerza, sino con la mente, es seleccionado por ella. Varuna es la diosa de la Fuerza, así que si el Guardián muere en la batalla o ha sido un gran guerrero, ella lo elige. Deruna es la diosa de la pureza y sólo me eligió a mí.
-¿Por qué? -quiso saber Elena. La mirada de Ais se nubló.
-No lo sé -se limitó a decir-. No recuerdo nada de mi pasado. Normalmente, al resucitar, los Guardianes  recordamos todo sobre nuestro pasado. A mí Deruna no me ofreció ese privilegio.
-Pues a mí Orhún tampoco -comentó Elena. Ais la miró con los ojos abiertos como platos. Elena no recordaba su pasado, era como él. ¿A qué jugaban los dioses? Otra pregunta de Elena le desconcertó de nuevo- ¿Quién era el hombre que quería mantenerme prisionera?
Ais respiró hondo y parpadeó varias veces antes de responder.
-Se llamaba Elsworth. El el Guardián del Reino del Norte y se le conoce por ser el hombre con el corazón de hielo. No muestra sentimiento alguno, simplemente furia retenida. Es el rey de los leones albinos y tiene sometidos a los Yet´ah mayas, una población de felinos humanoides que protege la entrada al Reino del Norte.
La siguiente pregunta de Elena era bastante obvia, pensó Ais.
-¿Por qué es tan frío? -Elena había usado el adjetivo correcto.
-Su historia es la más triste de todas las historias de los Guardianes -comenzó Ais-. Él era un guerrero poderoso, pero usaba su poder para ayudar a las personas. Ése era su mayor defecto, que era demasiado bondadoso. Un día, en la guerra contra la Sombra, salvó a una familia de ser saqueados por el enemigo. Los miembros de la familia le ofrecieron a su hija mucho menor que él como agradecimiento. Él se enamoró de ella perdidamente, y lo peor fue que la hija le correspondía.  Estuvieron casados durante años, y el guerrero que era se convirtió en n rey vago y holgazán que sólo atendía a su mujer. Algunos mitos dicen que la muchacha era una bruja, o que él enloqueció. El caso fue que la muchacha murió repentinamente por una enfermedad muy poderosa, y Elsworth la siguió hasta el mismísimo infierno. A la mañana siguiente de la muerte de la muchacha, se encontró el cuerpo del rey en el fondo de un acantilado. Elsworth no tenía miedo a la muerte, sino a una vida vacía. Lamentablemente, la diosa Varuna quería a un guerrero poderoso en el trono del Reino del Norte y por eso le dio otra oportunidad. Pero él no quería otra oportunidad. Es más, la diosa fue muy cruel con él, ya que le envió al único reino donde no hay humanos. Estar solo le hizo frío como el hielo. Ese fue el milagro de Varuna y su castigo.
Dicho esto, el joven se levantó, se dirigió hacia la puerta y una vez allí dijo:
-Bueno, por hoy ya está bien. Te aconsejo que duermas. Estarás cansada. En este reino no se hace de noche, así que mejor que te acostumbres a los horarios de sueño. Más tarde hablaré contigo otra vez.
Ais salió de la habitación. Elena se tumbó sobre la cama, pensando en la sensación de pesar que le había transmitido Ais al hablar de Elsworth, y no tardó mucho en dormirse.
*          *          *
Ais llegó a una sala circular de paredes de mármol azul. En el centro de la sala había un enorme foso lleno de plata líquida. El techo era una bóveda de cristal por el que se filtraba la luz del sol blanco. La sala estaba completamente vacía, sin ningún mueble, ningún cuadro, ni siquiera una ventana.
“Enséñame al Rey Elsworth” pensó Ais.
La plata líquida del foso comenzó a agitarse y se elevó por toda la sala. A medida que se hacía más grande, iba tomando la forma de un espejo, solo que éste medía tres metros. En el centro de la imagen apareció el palacio de piedra de Elsworth. Él se encontraba en las almenas de la muralla de hielo. El Dal Imur se acercaba a él lentamente. Lamentablemente, Ais no pudo oír lo que le decía. El espejo no tenía la capacidad de retransmitir conservaciones.
“Enséñame a Lee Scorgasson” pensó Ais.
El centro del espejo cambió de imagen y apareció un castillo hecho de piedra negra que se alzaba sobre un bosque negro y quemado. Ais se preguntó qué estaría haciendo Lee en el castillo de las Tierras de Cenizas, territorio de Rapto Denar. La escena le mostró a continuación el salón del trono. Era una sala negra atravesada por una alfombra negra con los bordes dorados que se cortaba al llegar a un trono hecho de ceniza gris que se metamorfoseaba lentamente. En el trono había un hombre de cabello largo y negro bien peinado. Su piel era gris y sus ojos eran totalmente negros, sin distinción alguna de pupila o iris. Su boca de labios grises, no mostraba rastro alguno de bello facial. Llevaba puesta una túnica negra con los bordes del cuello y las mangas amarillas. Ais lo reconoció al instante. Era Rapto Denar.
A sus pies, había un hombre arrodillado y maniatado. Ais también reconoció a ese gracias a sus enormes orejas de conejo. Era Lee. También hablaban, pero Ais seguía sin poder oír su conversación. Se llevó una mano a la nuca. No podía dejar a Lee allí, debía salvarle, pero ahora que Elena había llegado no quería dejarla sola. Debería tomar una decisión pronto, antes de que fuera demasiado tarde.

domingo, 15 de septiembre de 2013

Entrevista a Don Topolino


Pregunta: Buenos días. Hoy estamos entrevistando a Don Topolino Buenrincón, un hombre que afirma haber vivido desde el comienzo del universo y haber conocido a gente famosa como Leonardo Da Vinci, los Reyes Católicos y Napoleón. Bien, díganos, ¿es cierto que usted vivió el Big Bang?
Respuesta: Claro que sí. Es más, a mi mujer le pilló en misa. Claro, los jóvenes de antes no tenían consolas ni maquinitas y, por tanto, la única forma que tenían de divertirse era causando explosiones cósmicas.
Pregunta: Yo creía que a partir del Big Bang se creó el Universo.
 Respuesta: ¡Pero qué vas a saber tú si eres tonto!
Pregunta: Es usted un hombre de carácter duro por lo que veo. ¿Qué me puede decir de los dinosaurios? ¿Eran parecidos a las representaciones que vemos en las películas y en los documentales?
 Respuesta: La verdad es que Steven Spielberg hizo un magnífico trabajo en Jurassic Park, pero los dinosaurios no se parecían en nada a esa peliculilla. La verdad es que eran mucho más fieros y grandes, sobretodo el Tiranosaurios Rex, que era todo fuerza: sus patas eran fuertes, su cola era poderosa, sus dientes eran enormes... Lo único malo que tenía eran sus patitas delanteras, que no sé para lo que servían.
Pregunta: ¿Cómo llegaron a extinguirse?
Respuesta: Es bastante curioso que unos bichos tan grandes se extinguieran por culpa de una piedrecita que cayó del cielo, pero es que en el fondo eran unos blandengues.
Pregunta: Cambiando de tema, ¿usted estuvo en Roma?
 Respuesta: Prefiero hablar de Grecia. La guerra de Troya fue una época bastante curiosa. Primero conocí al Aquiles ese. Era peor que los dinosaurios. Le dabas una patadita en el talón y se moría.
Pregunta: ¿Usted ayudó a crear el caballo de Troya?
 Respuesta: Realmente iba a ser el caniche de Troya, que los troyanos eran muy afeminados. Lamentablemente, los griegos eran unos pésimos carpinteros y sólo sabían hacer caballitos.
Pregunta: ¿Por qué no quiere hablar de Roma?
 Respuesta: ¡Qué pesado te pones!
Pregunta: De acuerdo, no hablemos de Roma. Cuénteme sus aventuras con Atila, el Huno.
Respuesta: Atila, “el Fétido”, querrás decir. Olía peor que una pocilga y claro, pueblo que atacaba, pueblo que apestaba. Luego, la gente decía que por donde pasaba la hierba no volvía a crecer, pero es lógico. Dejaba un pestazo por donde pasaba...
Pregunta: Al principio de la entrevista he mencionado a los Reyes Católicos, ¿qué puede decirnos de ellos?
Respuesta: Digamos que eran un poco avariciosos, aparte de religiosos. Eso sí, su hija Juana era un encanto. Estaba un poco loca pero era un encanto. De todas maneras, fíjate si eran avariciosos, que se apostaron los reinos de Castilla y Aragón jugando al Monopoli. Fernando se tomó muy mal que Isabel se quedara con el Reino de Castilla, que era el más grande. Además, cuando Fernando se negó a ayudar a Colón a dar la vuelta al mundo,  Isabel se mofó de él ayudando al navegante.
Pregunta: ¿Usted participó en el descubrimiento de América?
 Respuesta: Por supuesto. La verdad es que fue pura suerte encontrar el nuevo continente. Realmente, Colón dijo que íbamos a seguir recto, siempre en la misma dirección, y que si llegábamos a algún sitio, nos hacíamos ricos.
Pregunta: Interesante. También he mencionado a Leonardo Da Vinci.
Respuesta: Leo era un verdadero artista, prueba de ello es la Mona Lisa.
Pregunta: ¿También conoció a la Mona Lisa?
Respuesta: Leonardo se la inventó. El pobre no conocía a muchas mujeres y se pintó una para no sentirse tan solo.
Pregunta: Según mis investigaciones usted tuvo mucho que ver en la invención de la ley de la gravedad.
Respuesta: Sir Isaac Newton era un poco fantasioso. Un día, yo me subí a un árbol para coger una manzana y de repente se cayó al suelo. Newton se acercó para coger la manzana y comérsela, pero la manzana era mía y yo me abalancé sobre él con el único fin de conseguir mi aperitivo. Creo que le dejé un poco tonto y por eso se puso a divagar sobre una fuerza que nos atraía hacia el suelo de la Tierra. Yo no le hice mucho caso porque me estaba comiendo mi manzana. De todas formas era mejor decir que se le había caído una manzana en la cabeza que decir que un hombre se le había tirado encima.
Pregunta: ¿Cómo era Napoleón en persona?
 Respuesta: Bajito. Es más, para recibir a sus invitados, les obligaba a ponerse de rodillas para no sentirse tan pequeño.
Pregunta: Sin embargo creó un gran imperio.
Respuesta: Lógico. Cuando atacaba, lo hacía por lo bajo. Tenía poder para pegar en la espinilla y en ciertos lugares en los que no se debería pegar a un hombre.
Pregunta: Antes de venir aquí estuve investigando sobre usted y resultó que su nombre estaba en la lista de invitados del Titánic.
Respuesta: Así es. En cierto modo fue culpa mía que se hundiera. Yo tenía un helado de nata muy rico. El problema fue que se me cayó el helado al agua. Como el agua estaba muy fría, en vez de derretirse, el helado comenzó a hacerse más y más grande, hasta que alcanzó unas dimensiones considerables y se estrelló contra el Titánic. Al hundirse el barco, vi a Leonardo Di Caprio y a su amante, que no recuerdo cómo se llamaba, subidos en una tabla lo suficiente grande para dos. Yo me subí a la tabla de madera y como la amante no quería bajarse, empujé a Leonardo Di Caprio y murió.
Pregunta: Usted está un poco loco. ¿Cuáles han sido los grandes amores de su vida?
Respuesta: La verdad es que sólo he querido a tres personas más que a nada en el mundo. La primera es el hombre que vive dentro del espejo y que me saluda cuando me miro en él. La segunda fue Cleopatra...
Pregunta: ¿Conoció a Cleopatra?  
Respuesta: No me interrumpas. Sí la conocí. Ella fue mi segundo amor después de mi primera mujer. Si no quería hablar de Roma es por ella. Fue muy duro para mí que después de mucho tiempo saliendo juntos, Cleo me cambiara por Marco Antonio.
Pregunta: ¿Y quién fue su tercer amor? ¿Su primera mujer?
 Respuesta: ¡No qué va! Era horrible. Mi tercer amor fue la única mujer más vieja que yo, la Duquesa de Alba. Ahora no es tan guapa como antes, pero en fin, ¿qué se le va a hacer?
Pregunta: Entonces, ¿sus dos amores famosos fueron Cleopatra y la Duquesa de Alba?
Respuesta: Sí, y lo curioso es que al final las dos acabaron siendo momias.
Pregunta: ¿Cuál será el próximo granito de arena que aportará a la historia de la humanidad?
Respuesta: Tenía pensado enseñarle inglés a Ana Botella o presentarme a Eurovisión para que España gane por una vez, pero esas cosas creo que son imposibles, así que no sé qué haré el día de mañana.
Pregunta: Muchas gracias por la entrevista, Don Topolino.
Respuesta: De nada, mozo.

viernes, 13 de septiembre de 2013

Dorian Spoore y el misterio del hombre sin pasado. Escena 4: Los caballeros de la Tabla Redonda.

Spoore entró al teatro por la puerta trasera. Todavía pensaba en lo que podía haber ocurrido para que Máximo hubiera reaccionado de aquella forma. En parte, la culpa era suya, ya que él le había obligado a acompañarlos pese a las insistencias de Aylin en llamar a un hospital o en que se quedara descansando en casa. Pero el detective era demasiado orgulloso como para reconocerlo en público. Tal vez luego pidiera disculpas a Máximo y a Aylin, pero en privado. Lo curioso de este detective era que, pese a su orgullo, era buena persona y conocía muy bien lo que estaba bien y lo que estaba mal.
Cuando salió de sus profundas reflexiones, miró el entorno en el que se encontraba. Estaba en una amplia sala envuelto por las sombras. Lo único que iluminaba la estancia eran los rayos de luz, emitidos por los focos, que se filtraban a través de una tela negra que cubría los decorados. Avanzó un poco intentando llegar a la parte delantera del escenario. Las cuerdas del suelo que sujetaban contrapesos o elementos decorativos se enrollaban en los pies de Spoore como malévolas serpientes. Spoore intentaba apartarlas con su bastón, pero no lo conseguía. Finalmente llegó al escenario. Asomó la cabeza y vio a un pequeño grupo de personas conversando entre sí. Spoore sonrió picaronamente y decidió montar una de sus escenitas.
Ser o no ser, esa es la cuestión. ¿Cuál es más digna acción del ánimo, sufrir los tiros penetrantes de la fortuna injusta, u oponer los brazos a este torrente de calamidades, y darlas fin con atrevida resistencia? Morir es dormir. ¿No más? ¿Y por un sueño, diremos, las aflicciones se acabaron y los dolores sin número, patrimonio de nuestra débil naturaleza?... Este es un término que deberíamos solicitar con ansia. Morir es dormir —recitó Spoore, citando la épica escena de Hamlet, mientras entraba en el escenario. Todos se giraron hacia él. Sus rostros reflejaban extrañeza, pero Spoore los ignoró y continuó recitando, pero esta vez, el texto era fruto de su invención— Y si hacemos caso de esta reflexión, podremos asegurar que si morir es dormir, matar es acunar.
—Perdona —dijo un hombre alto, de espalda ancha, con la cara redonda, los ojos ocultos tras unas gafas de pasta y con la barba bien recortada— ¿se puede saber qué haces y quién eres?
—¡Qué mala educación la mía! —se disculpó Spoore—. Me llamo Dorian Spoore, y soy un detective privado. Estoy investigando la muerte de vuestro compañero Fernando. —Algunos dieron un respingo, como si les sorprendiera la noticia, pero Spoore no se dejó engañar—. Esto no va así, tenéis que decirme lo que sabéis de la muerte, no fingir sorpresa.
—Nos dijeron que había sido un accidente —reconoció una mujer morena de piel blanca, con ojos azules y una nariz aguileña.
—Y así es, pero los accidentes dejan de serlo cuando alguien los provoca. A propósito, tú eres... —dijo Spoore, esperando que la mujer completara la frase.
—Me llamo Rebeca, y en la obra hago de Morgana, la hermana malvada de Arturo, y de Ginebra, su esposa. En lo referente a Fernando, era muy amiga suya —el hombre que estaba a su derecha miró hacia otro lado al oír esto, mostrando cierta resignación— y de Máximo, nuestro compañero. Lamentablemente hoy no ha venido y nadie sabe por qué.
—Yo sí. Ayer por la noche apareció en mi casa con un navajazo en el costado —respondió Spoore. A continuación, señaló al hombre que estaba a la derecha de Rebeca—. Apuesto a que tú eres el novio de Rebeca, ¿no?
—Sí, ¿cómo lo has sabido? —preguntó este asombrado. El hombre era bastante apuesto, tenía el pelo largo y bien cepillado, y ojos verdes como las hojas en primavera.
—Cosas mías —respondió Spoore, quitándole importancia—. ¿Cómo te llamas?
—Soy Roberto, hago de Lanzarote en la obra. También era muy amigo de Fernando y de Máximo. Éramos casi inseparables, bueno, hasta que Rebeca y yo empezamos a salir.
—Yo soy Juan, actúo como Gawaine y además soy el director de la obra. —Spoore le miró durante un largo rato y en silencio. “Nadie le ha preguntado” pensó el detective. Le inspeccionó de arriba abajo y se le ocurrió una idea para sacarle todos los trapos sucios a aquel director de teatro incapaz de pasar desapercibido.
—Tú eres el director, pero si también actúas, supongo que no tendrás mucho presupuesto. Tal vez le dieses el dinero a alguien...
—¿Qué insinúas? —gritó Juan, pero después se dio cuenta de que el detective le había pillado—. ¿Cómo me has descubierto?
—Si os soy sincero, no lo sabía. Simplemente me he tirado un farol —respondió Spoore sonriente— y, déjame adivinar, se lo prestaste a Fernando y a Máximo, ¿a que sí?
Juan se sentó en una butaca. Se llevó las manos a la cara y se tapó los ojos, resopló y se dispuso a contarlo todo:
—Máximo me pidió dinero. Yo no sabía para qué era, pero cada vez me pedía más y más. Comencé a investigar y Fernando, que parecía estar al tanto de todo, me dijo que Máximo y él estaban metidos en las apuestas de caballos y que sabían que un caballo iba a ganar. Al parecer recibieron un soplo y yo, como un necio, les creí. Al día siguiente, cuando fui a reclamar mi dinero, me dijeron que no tenían nada, así que yo les dije que si no me devolvían el dinero, les denunciaría a la policía.
—Y como no te devolvieron el dinero, mataste a Fernando e intentaste hacer lo mismo con Máximo —le acusó Spoore. Juan se puso pálido y muy nervioso. Intentó negarlo, pero Spoore parecía no escucharle—. Por favor, no lo niegues. Para mí está muy claro quién fue. Vas a pasar una larga temporada en el trullo.
Juan se levantó rápidamente e intentó escapar, pero al ver que Spoore estaba en el escenario apoyado en su bastón y riéndose, se dio cuenta de que aquello había sido otra broma pesada del detective. Resopló varias veces para calmarse y volvió con los demás. A pesar de esta escenita, Spoore no pensaba tacharle de la lista de sospechosos. El detective se fijó en una persona en la que no había reparado antes. Era un joven rubio y delgaducho que iba ligeramente encorvado. Spoore le pidió que se presentara.
—Soy David, el encargado de las luces y el suplente de Fernando.
—Pues chaval, lo tienes todo contra ti, al igual que tu querido director. Desde luego, si lo mataste tú, la jugada te ha salido redonda. Un actor poco conocido que pasa a ser el protagonista de una obra que se estrenará en plena Gran Vía.
David tragó saliva. Spoore le miró fijamente. Aquel joven parecía una buena persona, pero Spoore no estaba seguro de ello. Le inspeccionó con la vista. Las manos pálidas, los dientes amarillos, los ojos llorosos, la cara con un color pálido poco corriente y un tic sospechoso en una mano que podía deberse al nerviosismo o a...
—Seguro que tuviste problemas con las drogas. —David abrió los ojos como platos. No se esperaba que nadie averiguara nunca que era un drogadicto en rehabilitación.
—¿Cómo lo has averiguado?
—Bueno, yo fui alcohólico, por lo que sé reconocer un drogadicto en rehabilitación perfectamente —aclaró Spoore—. Bueno, por ahora está bien. Yo me quedaré por aquí, investigando. Estoy seguro de que me ocultan muchas cosas. Solo una pregunta más: me imagino que Fernando sería Arturo y que Máximo haría el papel de Merlín, ¿no?
Todos asintieron con la cabeza. Spoore frunció los labios y miró a su alrededor, buscando una máquina expendedora. La encontró en la entrada de la sala. Se dirigió hacia ella y miró los refrescos que tenían. Todos tenían burbujas o alcohol.
—¿No tenéis bebidas sin burbujas, alcohol o cafeína? —preguntó a los actores, que seguían mirándole.
—¿No te gustan las bebidas que tenemos? —preguntó Rebeca.
—El alcohol y la cafeína no me vienen bien, ya que como he dicho antes, fui alcohólico. Por otra parte, las bebidas con burbujas me dan gases.
Rebeca negó con la cabeza y los demás continuaron ensayando. Spoore resopló y se sentó en una butaca, dispuesto a ver los ensayos y a intentar encontrar las respuestas que buscaba. Sin duda aquella iba a ser una mañana dura.


martes, 3 de septiembre de 2013

Dorian Spoore y el misterio del hombre sin pasado. Escena 3: En la escena de un crimen.


Escena 3: En la escena de un crimen

Los guardias civiles que vigilaban que nadie se colara en el escenario del accidente intentaron detenerles cuando cruzaron el cordón policial. Spoore, sin embargo, se escapó hábilmente de los policías y se acercó al hombre que parecía tener el control de la situación.
Lo conocía perfectamente, ya que habían trabajado con anterioridad juntos. Se llamaba Ignacio Mendoza y, por aquel entonces, era el comisario. Su tez negra brillaba con la luz del sol, aun así, su mirada se ensombreció al ver a Spoore. Cada vez que aparecía aquel estúpido detective le dejaba en ridículo.
—¿Qué hace aquí? Esto no tiene nada que ver con usted —preguntó el comisario frunciendo el ceño.
—En realidad, tengo una amiga que tiene mucho que ver en este asunto... —comenzó Spoore, pero en seguida Mendoza le cortó, soltando un chistecito con más burla que gracia:
—¿Usted tiene amigos? —Spoore le miró desafiante y con la sonrisa picarona que le definía en la cara.
—Se puede decir que tengo más amigos que usted, incluso en el Facebook.
Mendoza gruñó por lo bajo y permitió que Aylin, Máximo y Rosa entraran en el recinto policial. Spoore se llevó las manos a las caderas y preguntó si tenían una teoría sobre lo que había pasado.
—Creemos que pudo ser después de un robo. Encontramos dos carteras en el coche, y aun así solo un cadáver. Por otra parte, también descubrimos una navaja ensangrentada bajo el asiento del copiloto —al oír esto, Aylin y Spoore miraron instintivamente a Máximo, que cada vez estaba más pálido. Tal vez fuera porque los recuerdos volvían a la cabeza de Máximo o porque la herida le pasaba factura, pero él no se quejó de nada.
—¿Nos permitiría ver las carteras? —preguntó Aylin esperanzada.
—Sí, claro —contestó el comisario.
Se acercaron hasta una mesa donde estaban las pertenencias del muerto y otros objetos que se habían encontrado en el coche. En una bolsa se encontraban las dos carteras abiertas, ambas enseñando el carnet de identidad. En uno estaba la foto de Máximo, y en la otra, la foto de un hombre con el pelo largo y rubio, ojos azules y la cara alargada acabada en una perilla rubia junto a su nombre, Fernando. Rosa, que no pudo aguantar más, lloró al ver la foto de su hermano. Aylin se acercó y la abrazó para consolarla. Por su parte, el comisario Mendoza examinaba con la vista la cara de Máximo. Parecía haberse dado cuenta de la situación. Spoore le contó la historia de Máximo y el comisario sonrió alegre.
—Entonces, caso cerrado. El muerto, Fernando, robó a este hombre, Máximo, y después huyó con el botín dejándole malherido. Como estaba eufórico, se olvidó de ponerse el cinturón y se estrelló. Salió disparado del coche y murió del impacto.
Spoore frunció el ceño. Aquella última parte le interesaba. No le cuadraba aquella versión. Sin pedir permiso al comisario se dirigió hacia el coche estrellado. El capó estaba completamente aplastado contra una farola partida por la mitad. Seguramente se debió de romper al estrellarse el coche. A pocos metros del coche se hallaba el cadáver, rodeado de una cinta blanca pegada al suelo que repasaba su contorno. Tenía varias heridas en la cabeza, un corte enorme en el brazo, que para sorpresa de Spoore, no había manchado la camisa de sangre y la pierna doblada de forma rara, consecuencia de los huesos rotos.
—¡Comisario! —lo llamó Spoore. El comisario se acercó lentamente seguido de Aylin. Máximo y Rosa se habían quedado atrás, porque la joven no aguantaría ver aquella escena de su hermano. Cuando alcanzaron a Spoore este sonrió y miró al comisario—. ¿Listo para otra de mis conspiraciones? Creo que a este hombre le mataron. No fue ningún accidente, sino un asesinato.
El comisario arqueó una ceja y adoptó una postura incrédula que se podía confundir con chulería:
—¿Y cómo es eso posible?
—Me alegro de que me lo pregunte —dijo Spoore—. Fíjese en el corte que tiene en el brazo. Es enorme, incluso podía haberle amputado el brazo. Imagino que se lo haría al salir disparado del coche, se cortaría con el parabrisas. Sin embargo, si observamos detenidamente la herida, vemos que no ha sangrado. La camisa no tiene manchas de sangre alrededor de la herida. Una de las partes del cuerpo con más riego sanguíneo no sangra. ¡Menuda paradoja!, ¿no cree? Efectivamente, puede parecer algo increíble, sin embargo, esto puede explicarse. Ya estaba muerto cuando tuvo el accidente.
El comisario estaba asombrado con la brillantez del detective. Otra vez lo había vuelto a dejar en evidencia. Cuando salió de su asombro, Aylin y Spoore ya se habían vuelto a reunir con Máximo y Rosa. Spoore les estaba explicando lo sucedido cuando Aylin se fijó en un papel que había dentro de la cartera de Fernando, el difunto hermano de Rosa. Sacó un pañuelo de su bolso y abrió la bolsa de plástico delicadamente. Sacó el papelito que había en la cartera y observó asombrada que el papel era un panfleto de la obra Los caballeros de la Tabla Redonda, la misma en la que participaba Máximo. Inspeccionó los nombres de los actores y allí vio el nombre de Fernando. Obviamente Fernando y Máximo se conocían. Avisó a Spoore y este estudió el panfleto con determinación.
El comisario, que había estado cotilleando lo que hacían, ideó otra de sus “magníficas” teorías.
—Entonces, alguien que los conocía asesinó a Fernando e intentó hacer lo mismo con Máximo. Después, para que pareciera que fue un accidente estrelló el coche de Fernando con el cadáver dentro.
—Muy bien comisario, siga investigando —dijo Spoore con sarcasmo.
—¿A dónde vamos nosotros ahora? —preguntó Aylin.
—Pues a donde comenzó todo. Nos vamos al teatro —dijo Spoore entusiasmado.
De repente, Máximo notó un dolor punzante en el costado. Estaba pálido y sudaba mucho. Se llevó la mano temblorosa al costado y notó que le salía sangre de la herida. Los recuerdos se agolpaban en su cabeza. Notó que las piernas le flaqueaban y acto seguido se derrumbó. A su lado, Rosa pedía ayuda a los enfermeros del lugar.
Spoore se mantenía quieto, mirando al joven desmayado. Se preguntaba qué tenía aquel lugar para haber puesto tan nervioso al joven actor.