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Persépolis

martes, 3 de septiembre de 2013

Dorian Spoore y el misterio del hombre sin pasado. Escena 3: En la escena de un crimen.


Escena 3: En la escena de un crimen

Los guardias civiles que vigilaban que nadie se colara en el escenario del accidente intentaron detenerles cuando cruzaron el cordón policial. Spoore, sin embargo, se escapó hábilmente de los policías y se acercó al hombre que parecía tener el control de la situación.
Lo conocía perfectamente, ya que habían trabajado con anterioridad juntos. Se llamaba Ignacio Mendoza y, por aquel entonces, era el comisario. Su tez negra brillaba con la luz del sol, aun así, su mirada se ensombreció al ver a Spoore. Cada vez que aparecía aquel estúpido detective le dejaba en ridículo.
—¿Qué hace aquí? Esto no tiene nada que ver con usted —preguntó el comisario frunciendo el ceño.
—En realidad, tengo una amiga que tiene mucho que ver en este asunto... —comenzó Spoore, pero en seguida Mendoza le cortó, soltando un chistecito con más burla que gracia:
—¿Usted tiene amigos? —Spoore le miró desafiante y con la sonrisa picarona que le definía en la cara.
—Se puede decir que tengo más amigos que usted, incluso en el Facebook.
Mendoza gruñó por lo bajo y permitió que Aylin, Máximo y Rosa entraran en el recinto policial. Spoore se llevó las manos a las caderas y preguntó si tenían una teoría sobre lo que había pasado.
—Creemos que pudo ser después de un robo. Encontramos dos carteras en el coche, y aun así solo un cadáver. Por otra parte, también descubrimos una navaja ensangrentada bajo el asiento del copiloto —al oír esto, Aylin y Spoore miraron instintivamente a Máximo, que cada vez estaba más pálido. Tal vez fuera porque los recuerdos volvían a la cabeza de Máximo o porque la herida le pasaba factura, pero él no se quejó de nada.
—¿Nos permitiría ver las carteras? —preguntó Aylin esperanzada.
—Sí, claro —contestó el comisario.
Se acercaron hasta una mesa donde estaban las pertenencias del muerto y otros objetos que se habían encontrado en el coche. En una bolsa se encontraban las dos carteras abiertas, ambas enseñando el carnet de identidad. En uno estaba la foto de Máximo, y en la otra, la foto de un hombre con el pelo largo y rubio, ojos azules y la cara alargada acabada en una perilla rubia junto a su nombre, Fernando. Rosa, que no pudo aguantar más, lloró al ver la foto de su hermano. Aylin se acercó y la abrazó para consolarla. Por su parte, el comisario Mendoza examinaba con la vista la cara de Máximo. Parecía haberse dado cuenta de la situación. Spoore le contó la historia de Máximo y el comisario sonrió alegre.
—Entonces, caso cerrado. El muerto, Fernando, robó a este hombre, Máximo, y después huyó con el botín dejándole malherido. Como estaba eufórico, se olvidó de ponerse el cinturón y se estrelló. Salió disparado del coche y murió del impacto.
Spoore frunció el ceño. Aquella última parte le interesaba. No le cuadraba aquella versión. Sin pedir permiso al comisario se dirigió hacia el coche estrellado. El capó estaba completamente aplastado contra una farola partida por la mitad. Seguramente se debió de romper al estrellarse el coche. A pocos metros del coche se hallaba el cadáver, rodeado de una cinta blanca pegada al suelo que repasaba su contorno. Tenía varias heridas en la cabeza, un corte enorme en el brazo, que para sorpresa de Spoore, no había manchado la camisa de sangre y la pierna doblada de forma rara, consecuencia de los huesos rotos.
—¡Comisario! —lo llamó Spoore. El comisario se acercó lentamente seguido de Aylin. Máximo y Rosa se habían quedado atrás, porque la joven no aguantaría ver aquella escena de su hermano. Cuando alcanzaron a Spoore este sonrió y miró al comisario—. ¿Listo para otra de mis conspiraciones? Creo que a este hombre le mataron. No fue ningún accidente, sino un asesinato.
El comisario arqueó una ceja y adoptó una postura incrédula que se podía confundir con chulería:
—¿Y cómo es eso posible?
—Me alegro de que me lo pregunte —dijo Spoore—. Fíjese en el corte que tiene en el brazo. Es enorme, incluso podía haberle amputado el brazo. Imagino que se lo haría al salir disparado del coche, se cortaría con el parabrisas. Sin embargo, si observamos detenidamente la herida, vemos que no ha sangrado. La camisa no tiene manchas de sangre alrededor de la herida. Una de las partes del cuerpo con más riego sanguíneo no sangra. ¡Menuda paradoja!, ¿no cree? Efectivamente, puede parecer algo increíble, sin embargo, esto puede explicarse. Ya estaba muerto cuando tuvo el accidente.
El comisario estaba asombrado con la brillantez del detective. Otra vez lo había vuelto a dejar en evidencia. Cuando salió de su asombro, Aylin y Spoore ya se habían vuelto a reunir con Máximo y Rosa. Spoore les estaba explicando lo sucedido cuando Aylin se fijó en un papel que había dentro de la cartera de Fernando, el difunto hermano de Rosa. Sacó un pañuelo de su bolso y abrió la bolsa de plástico delicadamente. Sacó el papelito que había en la cartera y observó asombrada que el papel era un panfleto de la obra Los caballeros de la Tabla Redonda, la misma en la que participaba Máximo. Inspeccionó los nombres de los actores y allí vio el nombre de Fernando. Obviamente Fernando y Máximo se conocían. Avisó a Spoore y este estudió el panfleto con determinación.
El comisario, que había estado cotilleando lo que hacían, ideó otra de sus “magníficas” teorías.
—Entonces, alguien que los conocía asesinó a Fernando e intentó hacer lo mismo con Máximo. Después, para que pareciera que fue un accidente estrelló el coche de Fernando con el cadáver dentro.
—Muy bien comisario, siga investigando —dijo Spoore con sarcasmo.
—¿A dónde vamos nosotros ahora? —preguntó Aylin.
—Pues a donde comenzó todo. Nos vamos al teatro —dijo Spoore entusiasmado.
De repente, Máximo notó un dolor punzante en el costado. Estaba pálido y sudaba mucho. Se llevó la mano temblorosa al costado y notó que le salía sangre de la herida. Los recuerdos se agolpaban en su cabeza. Notó que las piernas le flaqueaban y acto seguido se derrumbó. A su lado, Rosa pedía ayuda a los enfermeros del lugar.
Spoore se mantenía quieto, mirando al joven desmayado. Se preguntaba qué tenía aquel lugar para haber puesto tan nervioso al joven actor.


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