Bienvenidos al Rincón de la Pluma

Queridos lectores:
Bienvenidos al rincón de la pluma, en el que yo (Julio San Román) colgaré mis historias y fantasías de vez en cuando.
Espero que disfrutéis de mis escritos.
Atentamente,
Persépolis

domingo, 10 de marzo de 2013


Dorian Spoore y el robo de la “Crónica de los Estuardo”.
Era un día nublado en Londres, en la era victoriana. Fleet Street estaba tranquila aquella mañana. Las frecuentes lluvias habían hecho que la calzada se embarrara, por no mencionar la gran bajada de las temperaturas que habían experimentado durante las últimas semanas.
El frío fue el motivo por  el que Aylin Adams, esposa y colaboradora de Dorian Spoore, se había despertado. Se levantó de la cama y se puso su fina bata blanca por encima del camisón. Se giró y dirigió su vista hacia la cama, echando en falta algo que debería estar ahí, su marido. Salió de la habitación y se dirigió al despacho de Spoore, pero de repente alguien llamó a la puerta y se vio obligada a bajar las escaleras. Abrió la puerta y vio que era el cartero quien segundos antes había llamado. Traía un mensaje para Spoore. Aylin lo cogió y subió las escaleras, llegó hasta el despacho de Spoore y abrió la puerta. Tras ver el interior del despacho soltó un pequeño grito. Lo que Aylin había visto era el cuerpo de su marido colgado por el cuello de una cuerda que estaba atada a la lámpara del techo. Spoore estaba despeinado, con los ojos cerrados, sin afeitar y con el tronco al descubierto, ya que no llevaba camisa. Cuando Aylin se recompuso del susto, se acercó al cuerpo de Spoore y le dio un fuerte manotazo en la espalda. Rápidamente, Spoore abrió los ojos y soltó un pequeño grito, mezcla de sorpresa y de dolor.
-¿Qué haces ahí colgado?-preguntó Aylin.
-El estrés está a punto de matarme-contestó Spoore.
-No, creo que es la soga que tienes al cuello lo que está a punto de matarte-bromeó Aylin-. ¿Por qué estás estresado? Que yo sepa, no estás investigando ningún caso.
-Ese es el problema, la inactividad me resulta insoportable. Por eso me he puesto a investigar la forma de ahorcar a alguien y que no muera-explicó Spoore. De repente movió una pierna y después la otra-. Me temo que se me ha dormido la pierna. Será mejor que baje. Aylin, ayúdame... ¿Aylin?
Aylin no lo escuchaba. Estaba leyendo la carta que momentos antes le había entregado el cartero. Al parecer era de una mujer que quería visitar a Spoore para contratarle:
“Querido Sr. Spoore:
Me llamo Martha Hudson. Lamentablemente no puedo darle mucha información sobre de mí y mi problema por carta, así que iré a su domicilio hoy a las diez de la mañana.
Firmado:
Martha Hudson.”
Spoore, quien había conseguido bajar solo, le quitó el papel de las manos a Aylin. Observó el papel, la tinta con la que se habían escrito aquellas delicadas y preciosas letras, una mancha de tinta en la esquina superior derecha, lo olió y vio que el papel olía a perfume.
-Aylin, creo que tenemos un misterio que resolver. Necesito mi pipa para pensar, ¿dónde está?
-No te lo voy a decir-dijo Aylin, dejando algo perplejo a Spoore, quien en los últimos meses había utilizado el tabaco para calmar su estrés-. Si sigues fumando, acabarás enfermo o peor. Ahora voy a vestirme y a arreglarme, y tú ponte una camisa.
Una vez dicho esto, Aylin salió del despacho, cerrando la puerta detrás de ella y dejando solo a Spoore.
-Yo juraría que llevaba puesta una.
*          *          *
A las diez en punto, Martha Hudson llegó a Fleet Street, como había dicho en la carta. Aylin la acompañó hasta el despacho de su marido. Cuando todos estuvieron reunidos, Spoore se fijó en la Sra. Hudson:
Era una mujer baja, joven pero de semblante serio, con el pelo negro y liso recogido en un pequeño moño. Sus ojos eran pequeños y negros, como los de un pájaro. Sin embargo, no se parecía en nada a un ave, ya que su nariz era pequeña y chata y su boca, también pequeña, tenía unos finos labios pintados de color carmín. Su vestido azul era de baja calidad, pero había algo en ella que inspiraba desconfianza a Spoore.
-Sr. Spoore, mi nombre es Martha Hudson-dijo ella antes de que Spoore la interrumpiera.
-Ya me lo figuraba, pero por favor, llámeme sólo Spoore.
-Está bien, Spoore, le llamaré así si eso es lo que le desea. Como ya le mencioné en la carta, tengo un problema. Han robado un libro en mi casa y ese libro tiene un gran valor para mí-explicó la Sra. Hudson.
-¿De qué libro estamos hablando?-quiso saber Aylin, quien se había sentado en un sillón junto a su marido, en frente de la Sra. Hudson. La Sra. Hudson negó con la cabeza, dando a entender que no quería decirlo.
-No está siendo muy sincera-dijo Spoore, pero al ver que la Sra. Hudson no entendía por qué Spoore había dicho eso, decidió explicarse-. Primero, no quiere decirnos de qué libro se trata, sin embargo nos pide ayuda para encontrarlo. Bastante paradójico, ¿no cree? Después está el misterio de su vestimenta. ¿Por qué quiere hacernos creer que es pobre llevando ese vestido azul de baja calidad? Si observamos bien la carta que recibimos esta mañana, podemos observar que está escrita con tinta china, y no todo el mundo puede permitírsela, además tiene una caligrafía bastante bonita, algo inusual en los barrios pobres de Londres. Por otra parte, el papel olía a perfume. ¿Es eso normal? Bueno, es bastante normal si vives en una familia adinerada. Para reforzar esta afirmación, quiero resaltar la tinta que hay en la esquina de la carta. Seguramente con las prisas se le cayera encima, manchando la carta y su vestido y, en parte, a usted también. Pero como está acostumbrada a escribir con ese tipo de tinta, sabe como limpiarla. ¿Me equivoco en algo?
La Sra. Hudson se recostó en el sofá, sonriente. Sabía que Spoore no se equivocaba en nada. Asintió un par de veces con la cabeza y dijo:
-Han robado la “Crónica de los Estuardo”.
El semblante de Spoore se oscureció, sin embargo, Aylin parecía perpleja.
-¿Qué es eso de la “Crónica de los Estuardo”?-preguntó Aylin. La Sra. Hudson señaló con la mano a Spoore, como si le estuviera dando permiso para hablar.
-La “Crónica de los Estuardo” es un libro que recoge todos los secretos de estado de Inglaterra, desde que el primer miembro de la familia Estuardo la creó hasta hoy-explicó Spoore- ¿Cómo la robaron?
-Será mejor que me acompañe, Spoore. Prefiero enseñarle el escenario del crimen-dijo la Sra. Hudson-. Claro está, si acepta el caso...
-Por favor, el robo del libro más importante de Inglaterra... no me lo perdería por nada del mundo.
*          *          *
Llegaron a una finca en medio del bosque. La valla mediría unos tres metros de alto, sin contar el alambre de espino que cubría la parte superior. La casa tenía dos plantas con tres habitaciones cada una. En la planta superior sólo había dormitorios. Spoore supuso que serían para el servicio y para la Sra. Hudson. En la planta baja había un vestíbulo, una sala de reuniones y la cocina. Entraron por la puerta principal y llegaron al vestíbulo. Era una sala bastante curiosa, ya que no había muebles, simplemente había una alfombra y tres cuadros con un león en  cada uno. Spoore miró detenidamente los cuadros y dedujo que cada león representaba a una región de Gran Bretaña: Inglaterra, Escocia y Gales. Todos los leones miraban al centro de la sala, concretamente a un punto bajo la alfombra. Spoore levantó la alfombra y vio que bajo ella había una trampilla. La abrió , entró por ella y todos le siguieron. Bajó las pequeñas escaleras y vio un altar en medio de una sala circular. El altar estaba rodeado por una verja de hierro negro. Encima del altar había una estructura de madera que, seguramente, serviría para colocar el libro.
Spoore hizo una seña a Martha para que llamara a todos los habitantes de la casa y los trajera a esa misma habitación. Minutos después, allí estaban todos. En total eran cuatro: Martha Hudson, la representante de la Reina en aquella casa y protectora del libro, ella era la que tenía controlaba todo lo que hacían en la casa los demás ocupantes; Jean O’Neill, el guarda de seguridad, un tipo de aspecto temible al que, según la Sra. Hudson, le gustaba tejer, cocinar y limpiar, tenía la nariz completamente aplastada, seguramente porque se la habían roto muchas veces, tenía el pelo marrón y corto y lo llevaba hacia arriba, como si fuera un militar; Emilie Wayne, la criada, una muchacha alta y delgada, de unos dieciséis años, de cabello pelirrojo y ojos grises; Arthur Watson, el jardinero y el ayudante del Sr. O´Neill, un joven de unos dieciocho años, delgado, con la cara angulosa, los ojos oscuros y pelo negro.
Spoore se situó frente al altar y miró a todos los residentes de la casa:
-Quiero saber qué hicieron ayer por la noche.
-¿Quiere decir que uno de nosotros es el ladrón?-dijo O´Neill.
-Exacto, yo no he visto huellas en el exterior de la casa, con lo que el ladrón debe de seguir aquí, en esta casa-aclaró Spoore.
Martha Hudson empezó contando lo que hizo:
-Yo, como de costumbre fui a dar un paseo por la noche, hasta que se puso a llover y decidí meterme dentro. Tras revisar que el libro siguiera en su sitio, fui a mi habitación y me puse el camisón, y me fui a dormir. También es cierto que desde mi cama oí ruidos en el jardín y que, cuando miré por la ventana, vi que alguien se escondía en el cobertizo. Pensé que era el propio O´Neill quien estaba en el cobertizo, así que no di la voz de alarma. ¡Qué tonta fui!
-No se torture, mujer-dijo Spoore, entonces miró a O´Neill- ¿Dónde estuvo usted? ¿Se escondió en el cobertizo?
-Me temo que no, como todas las noches, vi salir a la Sra. Hudson de la sala secreta y subir a su habitación, entonces yo me quedé en el vestíbulo vigilando que no viniera nadie. Entonces, oí a alguien fuera y salí a ver qué pasaba, pero en ningún momento fui al cobertizo-explicó O´Neill,
Spoore se giró hacia la Srta. Wayne, la criada:
-¿Qué hizo usted, querida?
-Yo me fui a dormir pronto, me dolía la cabeza y ya sabe...
-Una pregunta-dijo Aylin-, ¿por qué cuando Spoore te ha preguntado, tú has mirado a Arthur?
Emilie Wayne había sido descubierta, y ella lo sabía. Bajó la cabeza y lo confesó todo:
-Pasé la noche con él, en el cobertizo... Me envió una nota que decía que le esperara en el cobertizo, y eso hice...
-Así que todos tienen coartada-dijo Spoore-. La Sra. Hudson dormía, O´Neill montaba guardia, pero dejó la sala sin vigilancia cuando oyó a los amantes, y los otros dos... bueno, estaban demostrando  su amor. Voy a  buscar el libro, ustedes quédense aquí hasta que yo lo encuentre.
Y dicho esto, Spoore salió de la habitación y, tras varios minutos de espera, volvió y les dijo a todos que ya podían salir. Cogió a la Sra. Hudson del brazo y acompañados por Aylin, salieron de la casa. Tenía algo importante que decirle. Mientras los demás continuaron con sus tareas.
Sin embargo, aunque ellos creían que estaban teniendo una conversación privada, alguien les estaba escuchando tras la puerta. Spoore había dicho que había encontrado el libro
*          *          *
Arthur entró en el salón y se acercó a la chimenea. Quitó un par de troncos y cogió la “Crónica de los Estuardo”. Todavía seguía ahí, con lo que Spoore no había encontrado el libro. Cuando se levantó con el libro en las manos, se giró y vio a Spoore detrás de él. Cuando el detective empezó a aplaudir irónicamente, Arthur se dio cuenta de que había caído en una trampa.
-Sinceramente, ¿amas de verdad a la criada?-preguntó Spoore a Arthur- Le enviaste una nota para que fuera al cobertizo y así distrajera a O´Neill, después cogiste el libro, lo escondiste y te fuiste con la criada al cobertizo. Un buen plan, si no fueras tan inseguro. Te has creído la mentira de que yo había encontrado el libro tan fácilmente...
-No soy mala persona-dijo Arthur, intentando excusarse-, tengo muchas deudas y necesito el dinero. Pensaba vender el libro en el mercado negro.
-A mí no me debes ninguna explicación. Se la debes a la Srta. Wayne, quien sí te quería.
La puerta del salón se abrió y apareció la Sra. Hudson acompañada por Aylin y por dos policías. Emilie Wayne vio, con el corazón roto, cómo se llevaban a aquel ladrón esposado al carro de la policía, y aunque ella nunca lo supo, él también la quería.