Bienvenidos al Rincón de la Pluma

Queridos lectores:
Bienvenidos al rincón de la pluma, en el que yo (Julio San Román) colgaré mis historias y fantasías de vez en cuando.
Espero que disfrutéis de mis escritos.
Atentamente,
Persépolis

jueves, 31 de octubre de 2013

Especial Halloween: Los invasores de espacio y el pringao.



Halloween
Querido desconocido:
He de informarte de que tengo miedo. Es más creo que nací con miedo. Me explicaré: El día tras el parto, cuando me iban a poner en brazos de mi madre, ella no apareció. Dejó una nota en la cama diciendo que por ella como si me tiraban a la basura. Se nota el amor familiar.
El caso es que me atemoriza quedarme solo, hablar con las chicas (por favor, ¿a quien no le da miedo eso?), las ballenas me dan miedo, los unicornios, el fuego, los extintores...
Es terrorífico ir al cole por ejemplo. Mi colegio está repleto de chicas que dibujan unicornios en las paredes, en el laboratorio tienen mecheros y extintores por todas partes y no hay ballenas, pero mi profe está tan gorda como una. La llamamos cariñosamente Willy.
El caso es que se acerca la época de Halloween y eso es malo. Yo antes era de los que se reía de todo, pero ahora soy un cagueta. Ya le dije a mi madre que me comprara para este año calzoncillos marrones, por si algún susto venía acompañado, pero ella me dijo que me los comprara yo... Que depresión me ha dado.
El caso es que fui a comprarlos y volviendo a casa, se hizo de noche. Decidí atajar por el conocido Bosque Sombrío (todavía me pregunto por qué lo llamarán así). El caso es que al adentrarme en el bosque descubrí algo muy interesante.
Descubrí un OVNI. Del OVNI salieron unos bichejos asquerosos que me dijeron si me quedaba a tomar unas birras con ellos. A ver, yo no soy experto en esto, pero si los aliens te invitan a tomar cervezas es que obviamente quieren abducirte. Así que hice lo que habría hecho cualquier otro cobarde en mi lugar, corrí hacia ellos y les di una buena patada donde no se debe dar a los hombres.
Había descubierto cuál era su punto débil, y debía aprovecharlo. Salí corriendo y al llegar a casa, llamé a mi amigo Rodri. Sé que no es de los mejores reclutas que se puede tener, pero era el único en el que podía confiar. Cualquiera podía ser un alien.
Cuando apareció por mi casa me dieron ganas de abofetearlo. ¿Cómo se le ocurría venir disfrazado de E.T? El caso fue que subimos a mi habitación y abrí mi armario. Le mostré a Rodri mi arsenal: pistolas de paintball, espadas de juguete, globos de agua... Entonces mi madre, que por cierto, siempre le ha caído mucho mejor Rodri que yo, apareció en mi habitación y se quedó asombrada al ver mis armas. Yo, queriendo impresionar a Rodri grité:
-¡Mierda! ¡Mamá, fuera de mi habitación!
Le di a Rodri una espada de juguete y salí echando chispas de mi habitación armado con mi superpistola de paintball.
Volvimos al bosque y nos encontramos a los aliens donde los había dejado. Al verme corrieron hacia mí y yo empecé a disparar. Intentaba apuntar a los... en fin, a su punto débil, pero había muy poca luz y no conseguía darles.
Finalmente, me acabaron rodeando y yo me di cuenta de que no eran alienígenas, sino adolescentes haciendo botellón. Intenté salir corriendo, pero ellos, pese a estar borrachos, eran bastante rápidos y me dieron una somanta de palos impresionante.
En fin, creo que está claro por qué odio Halloween ¿no?
Firmado
Alguien con calzoncillos marrones.

domingo, 27 de octubre de 2013

La fábula de Renard y Pollito.


Hace mucho tiempo, pero tampoco tanto como se imaginan, yo viajaba por todo el mundo. No tenía hogar y nunca me quedaba en el mismo sitio más de diez días. Me ganaba la vida con mis títeres y marionetas. Iba de aquí para allá con mi carromato en el que dormía y transportaba todos mis bártulos.
Un día comenzó a llover de manera desmesurada. Yo, temiendo que el carromato se quedara atascado en el barro, me desvié del camino y llegué a un mausoleo en medio del bosque. Al principio me dio algo de miedo. La pequeña casa era de piedra, oculta tras las plantas que crecían en las paredes.
Decidí pasar la noche allí, en el interior del mausoleo. Dentro hacía calor, al contrario que en el exterior. Para mi sorpresa, en el interior del  mausoleo sólo había una tumba que ocupaba la parte central. Sobre  la tumba descansaban un violín de plata y un sombrero verde con una pluma amarilla. Yo los dejé donde estaban y me hice con un par de hojas y mantas una cama improvisada. Fui a buscar mis títeres al carro, para evitar que me los robaran. Cuando volví, caí dormido en un profundo sueño.
A altas horas de la noche me desperté sobresaltado. Había oído un ruido en el interior del  mausoleo. Agazapado detrás de la tumba, me asomé para ver qué era lo que ocurría. En la puerta del  mausoleo había dos figuras, la de un hombre y una mujer. La mujer era bajita, con una nariz picuda y ojos totalmente negros. Llevaba el pelo color azabache recogido en un moño. La frente estaba cubierta por un mechón de pelo blanco suelto. Levaba una camisa negra con las mangas holgadas y blancas. El hombre era más grande que ella pero no mucho, era algo regordete, su cara era redonda, tenía el pelo gris y un antifaz que le cubría los ojos. Su ropa también era negra, a excepción de sus pantalones, que estaban cruzados por rayas blancas.
-Vamos, Urraca, no tenemos toda la noche para robar las riquezas de este fiambre -dijo el hombre.
 -Ya lo sé, Mapache, deja de darme órdenes -respondió airada la mujer con una voz chirriante.
Yo no podía dejar que robaran las pertenencias del difunto que descansaba en ese  mausoleo, así que decidí asustarles para salieran de allí. Encendí una vela y saqué mis títeres. Las sombras que proyectaban en la pared, unidas con mi voz, asustaron tanto a Urraca y Mapache que salieron espantados de allí.
A la mañana siguiente, salí del  mausoleo con mis títeres y los guardé en el carro. Intenté ponerme en marcha, pero el carro se había atascado en el barro. Hice que el burro que tiraba de mi carro avanzara y yo empecé a empujarlo por detrás con todas mis fuerzas, pero el carro no salía del barro.
De repente escuché el dulce sonido de un violín que se aproximaba hacia mí. De entre unos arbustos, apareció un hombre con el pelo encrespado y naranja. Desde sus orejas hasta su boca se extendían unas patillas de pelo naranja con canas blancas. Su nariz era larga y redonda. Sus ojos eran del color de la hierba joven. El hombre vestía una casaca verde a juego con su sombrero de copa verde con una pluma amarilla. Venía tocando su violín plateado, del cual salía una música alegre y hermosa.
El hombre dejó de tocar al verme y me miró curioso. Comprendió cuál era mi problema sin que yo le dijera apenas nada.
-Supongo que no has probado a poner una tabla de madera bajo la rueda para conseguir que ruede y así poder sacarla del barro -sugirió-. Ya he estado en estas situaciones antes y te puedo asegurar que eso suele funcionar.
Con su ayuda, coloqué la tabla bajo la rueda y al empujar los dos conseguimos que el carro avanzara. Yo me disponía a marcharme cuando el hombre me preguntó si podía acompañarme. Yo no veía ningún motivo para que no lo hiciera, al fin y al cabo me había ayudado. Le pregunté cuál era su nombre y él me dijo que le podía llamar Renard. Él decidió que me llamaría Pollito. Supongo que sacaría la idea de mi pelo rubio.
A la tarde siguiente, volvió a llover y no teníamos refugio. Encontramos una cabaña donde vivían unos granjeros. Ambos eran gordos, con la nariz chata y los ojos pequeños. Sus ropas estaban muy sucias, como si fuera la piel de un cerdo. Eran el señor y la señora Piggins. Renard bajó del carro y les pidió cobijo. Ellos se negaron.
-¿Cómo podemos confiar de alguien a quien no conocemos? Podríais ser ladrones. No hay más que ver el violín de este estúpido -dijo el Sr. Piggins señalando el instrumento.
-Mi amigo no es ningún estúpido. Si no nos quieren aquí mejor será que nos vayamos antes de que el tiempo empeore -respondí yo enfurecido.
Renard me hizo callar con un gesto de su mano y cortésmente se dirigió hacia el granjero:
-Disculpad a Pollito. Mi estimado señor, su casa en estos momentos es para nosotros como un castillo en el que nos gustaría pasar la noche. Si nos dejara dormir aquí le estaríamos muy agradecidos.  
La expresión del granjero cambió radicalmente, y al oír estas palabras nos dejó pasar al interior de su casa. Allí pasamos la noche y a la mañana siguiente le pregunté a Renard:
-¿Cómo sabías que nos dejaría pasar la noche si le decías eso?
-Simplemente fui educado, al contrario que tú -me reprendió-. Ya había estado en estas mismas circunstancias antes, y siempre me ha funcionado el ser educado. En cambio tú, Pollito, eres algo imprudente y orgulloso. Yo te enseñaré a ser más educado ya que el maestro ha de enseñar a su alumno como se ha de comportar.
Aquella misma tarde, paramos a comer algo en el claro de un bosque. Un niño que pasaba por allí, rápido y veloz, nos quitó un pedazo de queso y subió a un árbol. Yo salí corriendo detrás de él, pero Renard me agarró de un brazo y me dijo:
-No vayas tras él, ya que si abandonas el resto de la comida por una pequeña porción de la misma, seguramente te quedarás sin nada. Deja que el niño coma ese pedazo de queso antes de que vengan otras personas y aprovechando que tú no estás te quiten el resto de la comida. A mí me pasó una vez y me sentó muy mal quedarme con las manos vacías.
Disfrutamos de la comida y seguimos nuestro camino. Se puede decir que Renard me enseñó muchas cosas más en nuestras innumerables aventuras. No tardé mucho en descubrir por qué Renard decidió ayudarme cuando yo estaba solo. La noche que pasé en el  mausoleo tuvo mucho que ver. El nicho era la tumba del padre de Renard, y como yo conseguí que nadie profanara su tumba, Renard decidió devolverme el favor haciéndome su aprendiz. Él me dio grandes consejos a lo largo de su vida que aprendió por la experiencia.
“Sabe más el hombre por viejo que por hombre.”

domingo, 13 de octubre de 2013

Dorian Spoore y el misterio del hombre sin pasado. Escena 6: El misterio se desvela



Aylin llegó al teatro poco después de que Spoore la llamara. Traía consigo a Rosa. El detective andaba un poco perdido. Todos parecían culpables. Las coartadas no ayudaban. Al parecer todos estuvieron en sus casas, obviamente solos, sin nadie que pudiera confirmarlo. Spoore creía que lo habían hecho a propósito para hacerle más difícil el trabajo. No obstante, la presencia de Aylin lo ayudó. Se habían sentado en uno de los palcos del teatro, donde nadie pudiera escuchar su conversación.
—¡Me duele la cabeza y no tengo nada que beber! —exclamó Spoore a punto de colapsar.
—Te he traído un zumo de uva y piña, tu favorito —dijo Aylin mientras sacaba un tetrabrick de su bolso.
—¡Gracias! —Spoore cogió el zumo con impaciencia, lo abrió y empezó a sorber el líquido por la pajita.
—Teóricamente, en todas las máquinas expendedoras debería haber una botella de agua —comentó Aylin.
—Teóricamente en todo asesinato hay una víctima y un asesino. Aquí tenemos una víctima, una semivíctima y ningún asesino —se quejó Spoore. Se atragantó con el zumo y pensó en lo que había dicho. Su cabeza funcionó, encajó todas las piezas del puzle y sonrió alegre—. ¡Claro, así fue cómo lo hizo! Hay que reunir a todo el mundo... pero después de tomarme el zumo.
—¡Pero el asesino puede escapar! —dijo Aylin, contrariada.
—No lo creo —dijo Spoore seguro de sí mismo y dando un sorbo de zumo.

***

Todos estaban sentados en las butacas. El grupo de actores, Rosa y Máximo, y por último, Aylin y el comisario Mendoza. Al fondo de la sala había dos agentes de policía que arrestarían al asesino. Spoore estaba de pie sobre el escenario, con las dos manos en su bastón.
—Todos sabemos el motivo por el que estamos aquí. Sabemos que hay un asesino entre nosotros y que ese asesino mató a Fernando. ¿Por qué? Fernando a nuestros ojos parecía un santo, pero no era así. Todo empezó con la adicción a las drogas de Máximo. David, tú le dabas las drogas ¿verdad? —David se encogió sobre sí mismo y tragó saliva. Le habían pillado. El comisario se levantó con unas esposas en las manos, pero Spoore le hizo un gesto para que se sentara—. No obstante, David no es el asesino. Fernando se enteró de la adicción de Máximo cuando, Juan, el director amenazó con denunciarle. Fernando no tuvo más remedio que inventarse una mentira para encubrir a su amigo. No obstante no pagó al director. Tal vez por eso el director quisiera matarlos —Juan volvió a palidecer y no supo si aquello sería otra broma de Spoore o esta vez iría en serio. El comisario volvió a levantarse con las esposas, pero Spoore le obligó a sentarse—, pero Juan no es el asesino. Para pagar las deudas, Fernando traicionó a su amigo Roberto e hizo que su novia se enamorara de él. Pero Fernando lo único que quería era dinero y robó a Rebeca. Ese fue el motivo por el que ambos podrían haber querido matarles... ¡Comisario no se vuelva a levantar hasta que yo se lo diga! ¿Por dónde íbamos? El caso es que solo hemos visto este caso desde una perspectiva, pero y si miramos desde el punto de vista de Fernando… Tenía dinero, mucho dinero. ¿Por qué iba a pagar las deudas de Máximo? Y Máximo, ¿por qué iba a dejar que su compinche se largara con todo el dinero? Así que Máximo chantajeó a Fernando utilizando a su hermana, Rosa. El día en que la conoció en la cafetería no fue una casualidad. Máximo sabía quién era Rosa. Por eso, él se limpió con la servilleta en la que estaba el número de teléfono. Porque realmente no sentía nada por ella. Cuando salió de la cafetería, un coche se acercó por la acera, como él mismo me dijo que recordaba. Era Fernando. Máximo subió al coche y allí tuvo una charla con Fernando. Máximo seguramente lo amenazó con hacer daño a su hermana y Fernando le diría que pensaba contar lo de su adicción a las drogas. Máximo no podía hacer nada, así que, ¿por qué no matarle? Así es, Máximo es el asesino. Mató a Fernando haciendo que se diera un fuerte golpe en la cabeza con el volante, cogió una navaja, se hizo una herida y dejó su cartera en el coche para que pareciera un robo. Saltó del coche y este se estrelló. Lo que Máximo no previó fue que perdería la memoria. No solo por la pérdida de sangre, sino por el pánico al haber cometido un crimen. Vio que en su mano estaba el recorte de periódico donde yo me anunciaba. Ese recorte era de Fernando, que seguramente vendría a buscarme para pedir protección para su hermana. Ahora sí comisario, ya puede levantarse a detener a ese asesino.
Máximo estaba paralizado, con la mirada perdida en algún lugar del escenario. Los agentes de policía lo levantaron y se lo llevaron. La memoria de Máximo había vuelto y ahora se daba cuenta de todo el mal que había hecho. Los otros actores se quedaron en silencio, sin saber que decir. Rosa lloraba, porque sabía que, en algún lugar del corazón de Máximo, él la amaba y ella le correspondía.
El comisario Mendoza se acercó a Spoore para felicitarle.
—Enhorabuena Spoore, otro de mis... quiero decir, otro caso resuelto.
—El mérito es suyo, comisario. Tome un regalo. ¿Sabe? Siempre me he preguntado por qué se llama usted Ignacio Mendoza si es negro —preguntó Spoore entregándole un paquetito al comisario.
—Mi padre era español y le gustaba ese nombre —respondió el comisario mientras abría el paquete. Cuando vio su contenido se sorprendió—. ¿Me ha regalado un peine? Si no tengo pelo.
—¿Qué pasa? ¿Los calvos no pueden soñar? —preguntó Spoore.
Aylin se acercó a él y este le tendió la mano. Aylin la cogió y salieron del teatro, juntos. Fueran donde fueran siempre estarían juntos, resolviendo crímenes y atrapando a criminales. El misterio formaba parte de sus vidas, y aunque las cosas se pusieran muy mal, o aunque encontraran un obstáculo difícil de superar, saldrían victoriosos. Aylin no tenía nada que temer porque, al fin y al cabo, se encontraba bajo la protección del mayor detective de la historia, Dorian Spoore.