Bienvenidos al Rincón de la Pluma

Queridos lectores:
Bienvenidos al rincón de la pluma, en el que yo (Julio San Román) colgaré mis historias y fantasías de vez en cuando.
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Atentamente,
Persépolis

viernes, 13 de septiembre de 2013

Dorian Spoore y el misterio del hombre sin pasado. Escena 4: Los caballeros de la Tabla Redonda.

Spoore entró al teatro por la puerta trasera. Todavía pensaba en lo que podía haber ocurrido para que Máximo hubiera reaccionado de aquella forma. En parte, la culpa era suya, ya que él le había obligado a acompañarlos pese a las insistencias de Aylin en llamar a un hospital o en que se quedara descansando en casa. Pero el detective era demasiado orgulloso como para reconocerlo en público. Tal vez luego pidiera disculpas a Máximo y a Aylin, pero en privado. Lo curioso de este detective era que, pese a su orgullo, era buena persona y conocía muy bien lo que estaba bien y lo que estaba mal.
Cuando salió de sus profundas reflexiones, miró el entorno en el que se encontraba. Estaba en una amplia sala envuelto por las sombras. Lo único que iluminaba la estancia eran los rayos de luz, emitidos por los focos, que se filtraban a través de una tela negra que cubría los decorados. Avanzó un poco intentando llegar a la parte delantera del escenario. Las cuerdas del suelo que sujetaban contrapesos o elementos decorativos se enrollaban en los pies de Spoore como malévolas serpientes. Spoore intentaba apartarlas con su bastón, pero no lo conseguía. Finalmente llegó al escenario. Asomó la cabeza y vio a un pequeño grupo de personas conversando entre sí. Spoore sonrió picaronamente y decidió montar una de sus escenitas.
Ser o no ser, esa es la cuestión. ¿Cuál es más digna acción del ánimo, sufrir los tiros penetrantes de la fortuna injusta, u oponer los brazos a este torrente de calamidades, y darlas fin con atrevida resistencia? Morir es dormir. ¿No más? ¿Y por un sueño, diremos, las aflicciones se acabaron y los dolores sin número, patrimonio de nuestra débil naturaleza?... Este es un término que deberíamos solicitar con ansia. Morir es dormir —recitó Spoore, citando la épica escena de Hamlet, mientras entraba en el escenario. Todos se giraron hacia él. Sus rostros reflejaban extrañeza, pero Spoore los ignoró y continuó recitando, pero esta vez, el texto era fruto de su invención— Y si hacemos caso de esta reflexión, podremos asegurar que si morir es dormir, matar es acunar.
—Perdona —dijo un hombre alto, de espalda ancha, con la cara redonda, los ojos ocultos tras unas gafas de pasta y con la barba bien recortada— ¿se puede saber qué haces y quién eres?
—¡Qué mala educación la mía! —se disculpó Spoore—. Me llamo Dorian Spoore, y soy un detective privado. Estoy investigando la muerte de vuestro compañero Fernando. —Algunos dieron un respingo, como si les sorprendiera la noticia, pero Spoore no se dejó engañar—. Esto no va así, tenéis que decirme lo que sabéis de la muerte, no fingir sorpresa.
—Nos dijeron que había sido un accidente —reconoció una mujer morena de piel blanca, con ojos azules y una nariz aguileña.
—Y así es, pero los accidentes dejan de serlo cuando alguien los provoca. A propósito, tú eres... —dijo Spoore, esperando que la mujer completara la frase.
—Me llamo Rebeca, y en la obra hago de Morgana, la hermana malvada de Arturo, y de Ginebra, su esposa. En lo referente a Fernando, era muy amiga suya —el hombre que estaba a su derecha miró hacia otro lado al oír esto, mostrando cierta resignación— y de Máximo, nuestro compañero. Lamentablemente hoy no ha venido y nadie sabe por qué.
—Yo sí. Ayer por la noche apareció en mi casa con un navajazo en el costado —respondió Spoore. A continuación, señaló al hombre que estaba a la derecha de Rebeca—. Apuesto a que tú eres el novio de Rebeca, ¿no?
—Sí, ¿cómo lo has sabido? —preguntó este asombrado. El hombre era bastante apuesto, tenía el pelo largo y bien cepillado, y ojos verdes como las hojas en primavera.
—Cosas mías —respondió Spoore, quitándole importancia—. ¿Cómo te llamas?
—Soy Roberto, hago de Lanzarote en la obra. También era muy amigo de Fernando y de Máximo. Éramos casi inseparables, bueno, hasta que Rebeca y yo empezamos a salir.
—Yo soy Juan, actúo como Gawaine y además soy el director de la obra. —Spoore le miró durante un largo rato y en silencio. “Nadie le ha preguntado” pensó el detective. Le inspeccionó de arriba abajo y se le ocurrió una idea para sacarle todos los trapos sucios a aquel director de teatro incapaz de pasar desapercibido.
—Tú eres el director, pero si también actúas, supongo que no tendrás mucho presupuesto. Tal vez le dieses el dinero a alguien...
—¿Qué insinúas? —gritó Juan, pero después se dio cuenta de que el detective le había pillado—. ¿Cómo me has descubierto?
—Si os soy sincero, no lo sabía. Simplemente me he tirado un farol —respondió Spoore sonriente— y, déjame adivinar, se lo prestaste a Fernando y a Máximo, ¿a que sí?
Juan se sentó en una butaca. Se llevó las manos a la cara y se tapó los ojos, resopló y se dispuso a contarlo todo:
—Máximo me pidió dinero. Yo no sabía para qué era, pero cada vez me pedía más y más. Comencé a investigar y Fernando, que parecía estar al tanto de todo, me dijo que Máximo y él estaban metidos en las apuestas de caballos y que sabían que un caballo iba a ganar. Al parecer recibieron un soplo y yo, como un necio, les creí. Al día siguiente, cuando fui a reclamar mi dinero, me dijeron que no tenían nada, así que yo les dije que si no me devolvían el dinero, les denunciaría a la policía.
—Y como no te devolvieron el dinero, mataste a Fernando e intentaste hacer lo mismo con Máximo —le acusó Spoore. Juan se puso pálido y muy nervioso. Intentó negarlo, pero Spoore parecía no escucharle—. Por favor, no lo niegues. Para mí está muy claro quién fue. Vas a pasar una larga temporada en el trullo.
Juan se levantó rápidamente e intentó escapar, pero al ver que Spoore estaba en el escenario apoyado en su bastón y riéndose, se dio cuenta de que aquello había sido otra broma pesada del detective. Resopló varias veces para calmarse y volvió con los demás. A pesar de esta escenita, Spoore no pensaba tacharle de la lista de sospechosos. El detective se fijó en una persona en la que no había reparado antes. Era un joven rubio y delgaducho que iba ligeramente encorvado. Spoore le pidió que se presentara.
—Soy David, el encargado de las luces y el suplente de Fernando.
—Pues chaval, lo tienes todo contra ti, al igual que tu querido director. Desde luego, si lo mataste tú, la jugada te ha salido redonda. Un actor poco conocido que pasa a ser el protagonista de una obra que se estrenará en plena Gran Vía.
David tragó saliva. Spoore le miró fijamente. Aquel joven parecía una buena persona, pero Spoore no estaba seguro de ello. Le inspeccionó con la vista. Las manos pálidas, los dientes amarillos, los ojos llorosos, la cara con un color pálido poco corriente y un tic sospechoso en una mano que podía deberse al nerviosismo o a...
—Seguro que tuviste problemas con las drogas. —David abrió los ojos como platos. No se esperaba que nadie averiguara nunca que era un drogadicto en rehabilitación.
—¿Cómo lo has averiguado?
—Bueno, yo fui alcohólico, por lo que sé reconocer un drogadicto en rehabilitación perfectamente —aclaró Spoore—. Bueno, por ahora está bien. Yo me quedaré por aquí, investigando. Estoy seguro de que me ocultan muchas cosas. Solo una pregunta más: me imagino que Fernando sería Arturo y que Máximo haría el papel de Merlín, ¿no?
Todos asintieron con la cabeza. Spoore frunció los labios y miró a su alrededor, buscando una máquina expendedora. La encontró en la entrada de la sala. Se dirigió hacia ella y miró los refrescos que tenían. Todos tenían burbujas o alcohol.
—¿No tenéis bebidas sin burbujas, alcohol o cafeína? —preguntó a los actores, que seguían mirándole.
—¿No te gustan las bebidas que tenemos? —preguntó Rebeca.
—El alcohol y la cafeína no me vienen bien, ya que como he dicho antes, fui alcohólico. Por otra parte, las bebidas con burbujas me dan gases.
Rebeca negó con la cabeza y los demás continuaron ensayando. Spoore resopló y se sentó en una butaca, dispuesto a ver los ensayos y a intentar encontrar las respuestas que buscaba. Sin duda aquella iba a ser una mañana dura.


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