Bienvenidos al Rincón de la Pluma

Queridos lectores:
Bienvenidos al rincón de la pluma, en el que yo (Julio San Román) colgaré mis historias y fantasías de vez en cuando.
Espero que disfrutéis de mis escritos.
Atentamente,
Persépolis

miércoles, 29 de julio de 2015

Las crónicas de Fredo: el anillo, el jobbit y el armario.

Me hace feliz que estés aquí conmigo. Aquí al final de todas las cosas, Sam. 
FRODO

Hace mucho, mucho tiempo todos los pueblos de la Tierra Media se reunían en un descampado de Mordor para darse unos mamporros y desahogar el estrés acumulado durante la semana. Hay que comprender que era una época de diversión limitada, que la televisión no existía y que el wifi sólo se encontraba en la torre más alta de Mordor. Por esto, los pueblos vecinos, al grito de “¡Al turrón!” atacaban a sus contrincantes más odiados. Los elfos daban capones con la barbilla a los enanos, éstos tenían acceso a zonas nobles por ser bajitos y golpeaban a los hombres en la entrepierna y, finalmente, los humanos se pasan con los tirones de orejas a los elfos. Allí había entusiasmo, ganas de divertirse. Moría gente a patadas, pero se lo pasaban en grande. 
Un día ocurrió algo terrible que da pie a nuestra historia. Entre todos los guerreros destacaba uno llamado Saurión, grande, siniestro y un tío muy majo también. Saurión, en una de estas trifulcas, perdió su anillo, un anillo con poder de verdad, poder absoluto… su anillo de bodas. Sólo de pensarlo se le aflojaban las piernas. Debía enfrentarse a sus miedos, juntar todo su valor, toda su sangre fría y decírselo a su mujer.
Su esposa, sensata y razonable, se pilló un cabreo con el que hizo retumbar todo Mordor y le obligó a ir en busca del anillo o Saurión pasaría el resto de su vida durmiendo en el sofá. Saurión se puso en marcha en seguida porque aquella noche tenía guiso de ojos de orco para cenar y debía llegar a tiempo, que eso no hay quien se lo coma frío.
Mientras tanto, el anillo dio muchas vueltas, cambió de manos más que un billete falso. Mus, chinchón, póker… poco a poco se fue perdiendo la pista del anillo hasta que llegó a las manos de dedos rechonchos de un jobbit llamado Bimbo Blusón.
Así, nuestra historia se traslada a la Comarca, más concretamente al barrio entre Benidorm y Marinador (¡qué guay!), Blusón Chapado. Puede parecer Eurodisney, pero puedo asegurar que es mucho más ñoño.
Un día el mago Gandolfo pasó a visitar a su viejo amigo Bimbo, que partía en un nuevo viaje al Himalaya. Cuando finalmente se marchó, Gandolfo pilló al sobrino de Bimbo, Fredo, y a su “amiguito”, Sim, jugando con el anillo de su tío a las novias y las novias. Las malas lenguas decían que Fredo y Sim eran de Narnia y que aún no habían salido del armario. Como Gandolfo no aguantaba a los gandules y holgazanes, mandó a Fredo y a sus amigos a Benidorm a hacer unos recados.
Partió el grupo de jobbits, pero como a éstos les gustaba la fiesta más que una tiza a un tonto, se fueron de copas y obviaron los recados del mago. Tras una noche loca de borrachera, apuñalamientos y bocadillos de chorizo, los jobbits aparecieron en el pueblo de los elfos con un nuevo amigo de nombre Aragón. Los recuerdos de la noche anterior eran confusos: los jobbits recordaron que habían hecho un botellón en un descampado y que unos bandidos enmascarados les habían atacado con la intención de quitarles la bebida. Los jobbits habían luchado con uñas y dientes, pero era su nuevo amigo Aragón el que les había salvado. Después los jobbits se habían ido con éste a casa de su novia en el pueblo elfo.
Tras curar a Fredo, que tenía una cuchara clavada en el pecho, los mejores guerreros de la Tierra Media se reunieron por orden del rey elfo. Éste explicó que los jobbits tenían el anillo perdido de Saurión y que había que formar un equipo para devolvérselo para que así dejara de organizar peleas sin sentido en Mordor. Fredo, que se quería escaquear con la excusa de que él ya había llevado el anillo hasta allí, fue elegido como portador del anillo por listo. También fueron elegidos Aragón, hijo de Alcorcón y heredero a trono de Gondorón; Legoland, de los elfos de Arriba, donde el detergente es mejor; Gilín de los enanos, o mejor dicho gente pequeña, del Norte; Foromir del reino de Gondorón; y por último el mago Gandolfo, que no se perdía una.
El equipo partió y decidieron pasar por casa del primo de Gilín, para saludar. Cuando llegaron vieron que la gruta en la que vivía estaba infestada de orcos. Pelearon duramente, pero resultó que la cueva también estaba custodiada por un demonio enorme cubierto de fuego, con unos cuernos que rozaban el techo (culpa de su mujer). Gandolfo se plantó frente a él.
—¡Detente! No nos das miedo. Lucharemos juntos como uno solo, nuestra unión es nuestra fuerza —Gandolfo miró a sus compañeros, orgulloso por el apoyo que le estaban dando. Al menos, hasta que les vio correr a un túnel de la gruta con una señal de EXIT—. ¡Pero no corráis, insensatos!
El grupo huyó de la gruta perseguido por los orcos. Cuando por fin los despistaron y se dieron cuenta de que el mago se había quedado atrás, la pena y el pesar cayeron sobre cada miembro de la comunidad. Ya no tenían a nadie que aguantara sus bromas pesadas. Poco a poco el grupo se fue disolviendo: Sim y Fredo decidieron partir en un viaje de novias por toda la Tierra Media; Legoland, Gilín y Aragón fueron a la capital porque éste quería conseguir el trono; Foromir, que se sentía solo y marginado, decidió cambiarse de serie y entró en el casting de Juego de Tronos, pero tampoco duró mucho en esa serie; y por último, los demás jobbits se perdieron. Cuentan algunas leyendas que llegaron a una nueva tierra donde vivían unos bichos azules de tres metros  con coletas muy raras junto con James Cameron. Los jobbits se instalaron allí y de su unión con los Nabi nacieron unos seres cantarines llamados pitufos.
Dos películas después, los orcos dominaban la Tierra Media. Saqueaban los pueblos del reino robando sus mujeres y violando a sus ovejas. El caos se cernía sobre aquellos lares, pero Fredo y Sim disfrutaban de su amor en las tierras de Mordor. El único problema era el guía que el hotel les había cedido. Aquel guía, Gollum, que era más feo que pegar a un padre, tenía ciertos trastornos psicológicos de multipersonalidad, bipolaridad y una extraña obsesión por los anillos. Además, Sim sospechaba que Fredo tenía una aventura con Gollum y eso no le hacía ni pizca de gracia.
En una de las excursiones al Monte del Pepino, los jobbits y el sujetavelas de Gollum se encontraron cara a cara con Saurión, que imponía su grandeza ante ellos al otro lado de un barranco de lava y, amenazador, les intimidaba con su maza.
—Tranquilo, cari, yo te protejo —dijo Sim, encarando a Saurión. Fredo le animó con una palmada en la espalda, tal vez demasiado fuerte, porque Sim tropezó con sus enormes pies de jobbit y cayó por el barranco a la lava.
—¡Sim! —gritó Fredo con una angustia creciente en el pecho, pero cuando vio que su novia se había carbonizado como una chuleta en la barbacoa, se dio cuenta de que había testigos del accidente— Que esto no salga de aquí.
Todas las personalidades de Gollum prometieron guardar silencio, pero Saurión no. Quería algo a cambio.
—Tengo tu anillo —anunció Fredo—. Te lo devolveré a cambio de tu silencio.
—De acuerdo, trato hecho. Soy un hombre razonable y hambriento. Estoy deseando comerme el guiso de ojos de orco.
Fredo cogió el anillo y lo lanzó con su bracito de jobbit. Cuando parecía que el anillo iba a llegar a manos de Saurión, una brisa de aire caliente sopló y el anillo se desvió de su objetivo, golpeó una roca y cayó a la lava, donde se fundió con los restos de Sim.
Todos guardaron silencio, sin llegar a comprender qué había pasado exactamente. Saurión rompió el silencio con una frase que describía su temor:
—Esto va a ser difícil de explicar.
Al llegar a su casa, Saurión intentó explicarle a su mujer lo ocurrido. Todo Mordor se sumió en el silencio antes de comenzar a temblar. Las casas se derrumbaron, el volcán entró en erupción y los truenos que se oían gritaban desde el cielo:
—¿Que mi anillo qué? ¿QUE MI ANILLO QUÉ?
—Cariño, te puedo comprar otro… —se excusaba Saurión.
—No intentes arreglarlo.
Aquello fue la madre de todos los cabreos, pero al final todo acabó de un modo pacífico. Aragón se puso la corona y se sentó en el trono vacante, que no era muy cómodo porque tenía muchas espadas en el respaldo. Gandolfo montó una escuela de magia llamada Hogwarts. Credo quiso escribir sus memorias en honor a su amor perdido pero las dejó a la mitad porque no sabía si anillo se escribía con H. Gilín se volvió alcohólico y Legoland inventó la capoeira o algo así.
Todos fueron felices, comieron perdices, excepto Gollum, que comió ranas y sapos. Pero la historia no acaba aquí: en la cueva de Gollum, éste tenía en su poder otro anillo.

—Destruyeron el anillo feo, el feo, pero nosotros tenemos otro —Gollum alzó el anillo del superhéroe Linterna Verde—. Mi tesoro…

Nina y Bo

Hola, soy Bo y no sé cuantos años tengo.  Que yo recuerde, existo desde siempre. Vivo en un planeta muy pequeño y, con la ayuda de mi escoba, barro las estrellas que caen en él. No es muy difícil devolverlas al cielo, basta con darles una patada y se van haciendo ¡FRRR! 
He limpiado todas las estrellas del universo menos una, mi favorita. Es la estrella más brillante de todas y siempre está en el cielo sin moverse. Me encanta pensar que le gusta verme limpiar.
Un día estaba barriendo y me di cuenta de que mi estrella no estaba. En su lugar vi un rayo  de luz blanca que cayó en mi planeta desordenando todo lo que había limpiado. Nunca había visto nada igual, así que me acerqué a ver que era. Caminé bastante hasta llegar a ella y entonces me encontré con la estrella más bonita que había visto jamás. Era una estrella muy rara. ¡Se parecía a mí! Ella se levantó y me miró. Creo que yo también le parecí raro, porque alargó la mano y tocó mi nariz con su dedo. Yo no quise ser mal educado, así que hice lo mismo que ella y después de  este saludo le pregunté:
—¿Eres una estrella?
—Sí, me llamo Nina. ¿Y tú? —preguntó ella.
—Yo me llamo Bo —le dije muy contento.
—Hola, Bo. ¿Tú también eres una estrella? —me preguntó. 
—Mmm… pues no lo sé. Yo no brillo como tú. Yo solo barro —contesté yo. 
—A lo mejor eres una estrella barredora —dijo ella mientas miraba mi escoba
—¿Y por qué no brillo como tú? —pregunté interesado.
—No lo sé —dijo ella encogiendo los hombros.
Puede que fuera un comienzo un poco extraño, pero así es como Nina y yo empezamos a ser muy mejores amigos. Nina era muy simpática. Como no tenía a donde ir decidió quedarse conmigo. Siempre que yo barría, ella escuchaba las historias de las demás estrellas. Yo no oía nada pero, como Nina era especial, sabía que las entendía.
Cuando descansábamos ella me contaba los sitios en los que ella y las demás estrellas habían estado. Decía que había muchos más planetas llenos de gente además de este. Yo no sabía si creérmelo. Si hubiera habido más gente en otros sitios, estoy seguro de que habrían venido a ayudarme con mi trabajo hace mucho tiempo. 
Nina siempre parecía contenta, pero había noches en las que la escuchaba llorar. Creo que era por su luz. Cada día que pasaba Nina se parecía más a mí que a una estrella. Su luz se apagaba.
Un día le pregunté qué le pasaba y ella se quedó mirando al cielo con ojos tristes sin responderme. Creo que quería volver a volar. Como no sabía que hacer seguí con mi trabajo. 
Cuando acabé fui a ver a Nina pero ya no estaba allí. Noté que el viento soplaba muy fuerte y a lo lejos vi como un gran tornado se la llevaba. Empecé a llorar y a perseguirlo pero ya estaba muy lejos. Nina se había ido de mi planeta. 
Muy triste cogí un trozo de papel de mi cuarto de limpieza y fabriqué un avión con él. Lo lancé al cielo y me agarré a sus alas a tiempo. Iba a encontrar a Nina como fuera.
Fui de planeta en planeta buscándola y descubrí que todas las historias que Nina me había contado eran verdad. Eso me hacía echarla mucho más de menos. Los habitantes de los planetas que visitaba siempre me preguntaban por qué la buscaba: 
—¡Es una estrella! —decían— Un día vienen y  al otro se van. ¡No la encontrarás! ¿Por qué la buscas?
Yo siempre les contestaba lo mismo: 
—Hay muchas estrellas en el cielo, pero Nina es especial. Ella es mi muy mejor amiga. ¡Tengo que encontrarla!
Un día llegué a un planeta desierto. Allí me senté y comencé a llorar de nuevo. No había llorado desde que Nina había desaparecido, pero estaba tan cansado y tan triste porque sabía que ella no iba a volver, que no pude  evitarlo.
De repente escuché algo a lo lejos. Al principio creí que era el eco de mis lloros. Pero los que sonaban eran muy agudos y parecían de niña, así que decidí ir a explorar. Seguí los llantos hasta que llegué a una cueva donde brillaba una luz. Entré en ella y me encontré a una niña muy brillante llorando en un rincón. ¡Era Nina! Ella al verme me abrazó súper fuerte:
—¡Bo! ¡Qué miedo he pasado! —dijo ella.
—¡Nina! ¿Estás bien? ¿Por qué te fuiste? ¿Por qué me dejaste solo? —le pregunté un poco enfadado.
—Yo no quería irme, Bo, pero soy una estrella y las estrellas no podemos quedarnos en el mismo sitio mucho tiempo. Si lo hacemos nuestra luz se apaga y nos convertimos en humanos.
—Pero, Nina, cuando tú caíste en mi planeta ya te parecías mucho a mí. Tú no eres una estrella normal —le contesté yo muy preocupado.
—Eso es porque he estado mucho tiempo viéndote desde el cielo. Mis amigas caían siempre en tu planeta y estaban contigo, pero yo no quería que me enviaras al espacio otra vez. Yo quería quedarme contigo en tu planeta y ayudarte en tu trabajo. Parecías tan solo siempre… Y un día de repente cambié y caí en tu planeta. Llevaba tanto tiempo viéndote trabajar que me había convertido en algo parecido a ti. Pero desde entonces no he dejado de cambiar. Cada día que pasa soy menos estrella —dijo muy triste.
—¿Qué podemos hacer Nina? —le pregunté asustado—Yo no quiero que te vayas. 
—Y no me iré para siempre, Bo. De vez en cuando tendré que marcharme pero siempre volveré para acompañarte y estar contigo. Te lo prometo.
Y después de otro gran abrazo nos subimos en el avión de papel y volvimos a casa. Desde entonces Nina está conmigo siempre que puede. Muchas veces se va mucho tiempo, pero siempre vuelve como me prometió. Cuando Nina no está me tumbo en el suelo todas las noches y miro las demás estrellas. Todas son preciosas y muy brillantes pero no tanto como mi muy mejor amiga. Ella es la más brillante de todas.

Relato escrito por Lucía en colaboración conmigo. Gracias por soñar conmigo.