Bienvenidos al Rincón de la Pluma

Queridos lectores:
Bienvenidos al rincón de la pluma, en el que yo (Julio San Román) colgaré mis historias y fantasías de vez en cuando.
Espero que disfrutéis de mis escritos.
Atentamente,
Persépolis

viernes, 30 de agosto de 2013

Capítulo 2: Guardianes de Eridna.


Capítulo 2: El viaje al Norte.
Ais volaba tan velozmente como podía en dirección al Reino del Norte. Hacía mucho tiempo que no iba a aquel lugar y, ciertamente, la sola idea de volver no le hacía nada de gracia.
Habían pasado cuatrocientos años desde la última vez que él había estado allí. Tras aparecer en medio del hielo y revivir a Wina convirtiéndola en un armiño con cuernos, Ais se dirigió al Palacio de Hielo, donde se enfrentó a más de cincuenta leones de las nieves acorazados con sus armaduras de hierro celestial. Finalmente, llegó hasta la cámara donde se encontraba Elsworth y lucharon fieramente hasta que Ais le derrotó. Aun había veces que se preguntaba por qué no le había matado cuando tuvo la oportunidad. Recordó el momento en el que su daga plateada se posaba en el cuello del rey y cómo su sangre goteaba lentamente... El sabor de la venganza no era tan dulce como había pensado. Retiró la daga y desapareció de aquel lugar. Estuvo vagando por lugares que nadie había descubierto jamás y se perdió en aquellos mundos durante doscientos años. Nadie supo lo que él había visto ni hecho, sólo sabían que durante todo ese tiempo, él seguía teniendo ese aspecto quinceañero que había adoptado a las pocas horas de aparecer en el hielo.
As prestó atención al cielo que se alzaba delante de él. Las nubes que cubrían las Tierras de Ceniza se hacían cada vez más grandes y se volvían negras. Ais sonrió. Eso sólo significaba que cada vez estaba más cerca del Reino del Norte. Los árboles negros desparecieron a sus pies y apareció el mar. Ais viró hacia el este y se encontró con una montaña en medio del mar. Había llegado a la Cordillera Marítima.
Como su nombre indicaba, la Cordillera Marítima era un conjunto de enormes montañas pobladas de nieve y rodeadas de mar. En la falda de las montañas había enormes icebergs de hielo azulado y blanco que muchas veces suponían una trampa mortal a los viajeros que iban hacia el Norte. En la ladera de las montañas, se asentaban varios pueblos de Yet´ah mayas, unas bestias enormes y de pelaje blanco con piernas para caminar como los hombres, pero con enormes garras al final de los brazos para ser fuertes como los osos polares. La mayoría de los Yet´ah mayas tenían la función de proteger el Reino del Norte de  los posibles invasores de los reinos de Eridna. Ais descendió lentamente hacia uno de los poblados en la ladera de la montaña central y más grande.
El poblado estaba excavado en la roca de la montaña y las entradas de las cuevas estaban tapadas por madera tallada. Los árboles escaseaban en aquella región, con lo que la madera era un material muy preciado. Para los Yet´ah mayas, la piedra era un material poco utilizado en la construcción, ya que retenía en el interior de la cueva el calor, y eso no les gustaba. Ais aterrizó en uno de los puentes que utilizaban para unir las cuevas con otras cuevas. Una vez allí, un centinela peludo se le acercó. Mediría más de tres metros, llevaba una armadura de hierro negro y de su espalda colgaba una capa azul. También llevaba un casco de hierro que ocultaba parte de los rasgos felinos de su cabeza. Sus ojos felinos y verdes se clavaron en e joven albino.
-Bienvenido, Ais Frost, hijo del hielo -dijo la bestia con voz grave.
-Gracias por el recibimiento -dijo Ais-. Me gustaría ver a vuestro yihcör.
El centinela asintió y pidió a Ais que le siguiera. El yihcör era el rey de los Yet´ah mayas. Él era quien debía decidir si el visitante podría pasar las montañas o debía dar la vuelta. Si el visitante era rechazado y no se encontraba a gusto con esa decisión, debía aceptarla o morir.
El centinela condujo a Ais por los puentes de madera hasta que llegaron hasta unas escaleras excavadas en la montaña que se alzaban hasta la cima de ésta. Las escaleras se encontraban rodeadas de grandes paredes de piedra gris con trozos de hielo. El centinela temió que Ais se resbalara con el hielo del suelo al subir las escaleras, pero se dio cuenta de que eso no podría pasar ya que no andaba, sino que levitaba. El centinela se preguntó si su magia residiría en aquel bastón plateado tan alto como su portador y cuya punta se iluminaba con una luz azulada.
Subieron las escaleras lentamente hasta que llegaron a un templo en lo alto de la cima. Era un edificio circular hecho de madera y decorado con pintura y piedras en distintos tonos azules. El techo de tejas negras se elevaba en punta hasta que finalizaba en una bandera azul apenas apreciable desde el suelo. El centinela se adentró en el templo y anunció a Ais.
-Ais Frost, hijo del hielo.
Ais entró en el templo y vio que simplemente estaba iluminado con unas antorchas. En las paredes de la sala había varios tapices con el blasón de los Yet´ah mayas, una zarpa de oso blanca sobre un fondo azul. En el centro de la sala había un trono de hielo azulado y sobre éste, una enorme bestia de figura atlética. Pese a llevar una túnica azul que le cubría todo el cuerpo, Ais pudo distinguir dos pechos en la bestia. Era una hembra. Ais hizo una reverencia sin dejar de levitar y cuando se levantó admiró los rasos gatunos de la bestia. Tenía los ojos azules con la pupila morada. Su rostro se asemejaba al de un tigre. Tenía la espalda moteada con manchas moradas también. De su cintura colgaba una espada guardada en su vaina. Ais esperaba no tener que utilizar la fuerza, porque estaba seguro de que su bastón no resistiría los golpes de aquel arma.
-Bienvenido, hijo del hielo. Soy la yihcör de los Yet´ah mayas, Yahuen. ¿Qué deseas de mí? -se presentó la bestia. Su voz, pese a ser grave, era suave, como la nieve al caer.
-He venido para pedirle permiso para entrar en el Reino del Norte -dijo Ais cortésmente.
-Por lo que a mí respecta, tu reino es ese ¿no? -respondió Yahuen confusa.
-Yo prefiero que no sea así. Además, que nadie sepa dónde está mi reino, no significa que no tenga -dijo Ais con una sonrisa en la cara. Yahuen no preguntó nada más. Sabía que no le convenía saber dónde estaba el reino de Ais.
-De acuerdo, en ese caso me gustaría saber cuáles son los motivos que te llevan a entrar en el Reino del Norte -dijo Yahuen.
-Si te digo la verdad, no estoy seguro. Tal vez tú sepas algo -sugirió Ais-. ¿Sabes qué es lo que ha encontrado mi padre?
-No, pero no me extrañaría que se pareciera a ti -Ais frunció el ceño, dispuesto a escuchar la historia de Yahuen. Clavó su bastón en el suelo y éste se quedó totalmente vertical al suelo de roca. Ais se cruzó de piernas y para sorpresa de Yahuen, todavía se mantenía sin tocar el suelo-. Recuerdo cuando mi padre me contó tu historia. Me dijo que caíste del cielo en un haz de luz azul alumbrado por la tercera luna, Deruna. Eres especial por esa bendición, pero lo que pasó hace tres días fue lo más asombroso que he visto en mi vida. Del cielo cayó un haz de luz dorada iluminado por el sol Orhún. ¿Sabes lo que significa? Un guardián creado por Orhún podría ser la perdición para los reinos o su salvación.
-Vaya... Eso es difícil de creer...
-Sabes que los Yet´ ah mayas tenemos prohibido mentir. Todos los guardianes de Eridna nacen de vuelven a la vida alumbrados por alguna de las tres lunas tras haber muerto en la batalla o haciendo algo heroico. La luna Iruna y la luna Varuna eligen a la mayoría de los guardianes, pero a ti te eligió Deruna, la luna más joven y pura. Ahora Orhún manda a otro guardián... Este acontecimiento no pasará desapercibido para la Sombra.
Ais pensaba en lo que Yahuen decía. No comprendía todavía lo que estaba pasando pero algo se avecinaba y no sabía si sería bueno o malo.
-Debo verlo con mis propios ojos -dijo finalmente Ais.
Se volvió a estirar y lanzó una última mirada a Yahuen. La bestia asintió y Ais sonrió. Le acababa de dar permiso.
*          *          *
El rey Elsworth movía los dedos nerviosamente sobre su trono de hierro. Su larga barba blanca cubierta de escarcha caía sobre su pecho. Sus ojos azules daban lugar a dos enormes ojeras moradas. Sus mejillas rosadas le daban un aspecto horrendo según su opinión. Dos cejas pobladas y canosas se alzaban sobre sus ojos siempre arqueadas hacia abajo. El entrecejo mostraba las arrugas permanentes por fruncir el ceño. Siempre iba ataviado con un enorme abrigo de piel blanca que cubría su armadura de hierro celestial, un casco con forma de corona en su cabeza y dos enormes guantes de hierro en sus manos. Tras el trono de hierro se alzaba su hacha de doble hoja. Era la más pesada de todos los reinos y sólo él podía sostenerla. Pese a su aspecto de anciano, era el guardián más fuerte de todos.
La sala del trono estaba hecha de grandes bloques de piedra unidos mediante hielo. Sosteniendo el techo, se erguían enormes columnas de grueso acero. De ellas colgaban los tapices con su blasón, la cabeza de un león blanco.
El rey estaba pensando en lo que sus leones habían encontrado en el hielo el día anterior. Otra vez estaba pasando, pero esta vez no se iba a escapar. Wina había conseguido liberar a Ais de una muerte segura, pero a la criatura que había encontrado no la salvaría nadie. Sólo había llamado a Ais para tenderle una trampa.
De repente, las puertas se abrieron y entraron dos figuras. La primera la conocía perfectamente. El Dal Imur, rey de los leones del hielo, entraba acompañado de alguien. El rey Elsworth agudizó la mirada y vio que su acompañante no andaba, sino que flotaba en el aire. Esbozó una sonrisa apenas apreciable. Ais había llegado.
-Bienvenido a casa, hijo -saludó el rey.
-Esta no es mi casa y yo no soy tu hijo -respondió Ais, sin ocultar su desprecio por ese lugar- ¿Qué querías que viera?
El rey Elsworth se levantó. Medía dos metros de altura y Ais tuvo que levantar la cabeza para mirarle a la cara. Ais medía un metro noventa, así que en un combate de cuerpo a cuerpo se encontraba en desventaja, pero sabía que el rey no se atrevería a luchar con él por miedo a sus poderes. Elsworth le hizo un gesto con el dedo para que le siguiera. Ais no sabía si confiar en él, pero no le quedaba más remedio que hacer lo que él le decía. Al fin y al cabo, estaba en su territorio.
Elsworth le guió por enormes pasillos de piedra hasta que llegaron a una puerta custodiada por dos leones blancos y con armadura. Al ver al rey, las fieras abrieron la puerta y dejaron que pasaran. Cuando Ais, Elsworth y el Dal Imur entraron, los leones cerraron las puertas detrás de ellos. Elsworth se acercó a una de las celdas y abrió la puerta. Ais, desconfiado, se acercó lentamente a la celda. Al llegar a ver lo que había dentro abrió los ojos como platos. En el interior de la celda había una joven desnuda acurrucada en un rincón. Ais se acercó a ella lentamente. Había algo en ella que le atraía.
-¿Por qué no lleva ropa? Con este frío enfermará -exclamó el joven.
-Nuestra ropa no le sirve. Todo lo que toca se calcina -explicó Imur.
Ais arqueó una ceja. ¿Acaso aquella joven quemaba todo igual que él lo congelaba todo? Se arrodilló junto a la joven y ella le miró con ojos enrojecidos. Ais supuso que la joven se habría pasado llorando toda la noche por el miedo. Ais se miró la mano y después tuvo una idea que le gustó bastante. Alargó el brazo y acarició la mejilla y para su sorpresa, no se congeló, sino que de su contacto salió una nubecilla de vapor.  El rostro de la joven mostró sorpresa. Entonces Ais pudo admirar su belleza. Tenía el pelo rubio oscuro y le caía por su espalda desnuda formando tirabuzones. El iris de sus ojos eran dorados con matices ocres, sus cejas eran alargas y castañas, sus labios eran gruesos y alargados, y en su cuerpo había tatuados varios símbolos que Ais creía conocer.
La joven estornudó, muerta de frío. Ais reaccionó rápidamente y  se quitó su casaca y se la dio a la joven para que se tapara con ella. La joven no supo si debía cogerla, pero alargó el brazo y la agarró. Se levantó y cuando todos se hubieron girado se la puso. Le quedaba muy grande, pero eso hacía que tuviera espacio para resguardarse del frío.
-¿Cómo sabías que no iba a quemar tu ropa? -preguntó Elsworth.
-Mi ropa está adaptada a las temperaturas extremas, tanto al frío como al calor -respondió Ais.
-Entonces, ¿es igual que tú? -preguntó Imur.
-No, es diferente. Ella es calor y yo soy frío. Me la llevaré e investigaré de dónde puede haber venido -sentenció Ais.
El rey Elsworth parecía pensativo. Con una mano en la espalda y otra frotándose la barba, se acercó hasta la puerta. Imur salió de la celda y Elsworth dijo:
-Si eso es lo que quieres, puedes quedarte aquí durante toda la eternidad con ella -con su enorme mano cerró la puerta de un golpe, dejando a Ais y a la joven encerrados. Ais corrió hacia los barrotes y los agarró. Al instante, los barrotes se congelaron, pero Elsworth golpeó a Ais en la tripa y lo tiró al suelo.
Ais se retorció de dolor en el suelo. La joven se arrodilló a su lado y miró hacia la puerta. Los habían encerrado y no tenían forma de salir. Ais se levantó rápidamente, se giró y miró a la joven.
-¿Se han ido ya? -preguntó Ais.
--respondió la joven extrañada-. Creí que te habían hecho daño...
-¿A mí? No se atreverían a tocarme ni un solo pelo. El problema de Elsworth es que se cree más fuerte que todos, pero sin embargo, a mí no puede ganarme. No me conoce. ¿Cómo te llamas?
La joven se encogió de hombros.
-¿No lo recuerdas? De acuerdo, vámonos de aquí.  Luego te lo explicaré todo.
La joven lo miró como si fuera su ídolo. Ais le tendió la mano y ella la agarró, sabiendo que no le pasaría nada mientras estuviera con aquel chico. Ais la rodeó con su brazo, alzó su bastón  y de repente les envolvió un torbellino de viento azul. Instantes después, habían desaparecido de aquella habitación.
*          *          *
            -Señor -dijo Imur- ¿cree conveniente dejarles juntos en la celda?
-No hay problema, la celda es resistente al frío y no creo que la jovencita tenga el valor suficiente como para desafiarme -respondió Elsworth seguro de sí mismo.
Imur no estaba seguro de lo que decía el rey. Él había combatido contra Ais Frost mucho tiempo atrás y sabía que el joven era más astuto de lo que aparentaba. Un escalofrío recorrió su espalda. Algo le decía que el joven se la había jugado. Se giró veloz mente, dejando al rey solo. El león corrió hasta la celda y vio asombrado que estaba vacía.
Su rugido se escuchó por todo el castillo. 

jueves, 22 de agosto de 2013

Capítulo 1: El joven solitario.



Las tres brujas cantaban alegremente alrededor del fuego, invocando a los malos espíritus. Se encontraban en un bosque de árboles negros, tierra carbonizada y animales monstruosos y oscuros. El ambiente estaba aromatizado por una espesa niebla gris que olía a azufre y a plantas quemadas.
Las tres brujas cogieron en brazos un enorme saco, y lo colgaron con una cuerda deshilachada sobre el fuego. Del interior del saco salió una voz que se quejaba.
-¡Soltadme, malditas brujas!
Las tres brujas rieron al unísono. La mayoría de las personas pensarían que las brujas son mujeres verdes con un sombrero y un vestido negro acompañadas de su escoba y su gato, con inmensas verrugas en la cara. Pero verdaderamente las brujas no son así. Son mujeres bajas, porque suelen ir encorvadas, calvas, sin nariz y con un pico negro y curvado hacia abajo por boca. Sus manos están arrugadas y tienen dedos largos con unas enormes garras. Suelen ir cubiertas por capas, mantos o túnicas negras, para que la gente no las vea sus ojos amarillos de serpiente.
Las brujas siguieron cantando una música improvisada, y cuando alguna de las tres no coincidía en la letra, las otras le daban golpes en la cabeza y se reían.
Conejo al ajillo y caldo con moquillo,                                                                                                                     nos comeremos a este personajillo                                                                                                                                                                                                                                                                                            y azotando bien al fuego,                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                    destrozaremos el mundo entero.
El hombre que estaba dentro del saco se movía cada vez más enérgicamente, tal vez porque cuanto más tiempo pasaba, más calor sentía dentro del saco. El hombre pataleó tan fuerte que el saco se desgarró por la parte superior, dejando un hueco por el que pudiera ver lo que estaba pasando fuera.
De repente todos los allí presentes notaron un intenso frío que les recorrió el cuerpo de arriba abajo. El fuego se apagó, presa de una gruesa capa de hielo, y la niebla se despejó para que las brujas pudieran ver como comenzaba a nevar. El hombre dejó de moverse e intentó mirar lo que ocurría a su alrededor por el agujero del saco.
Una fría ráfaga de viento sopló y, rápidamente una de las brujas se convirtió en hielo puro. Las dos brujas restantes se pusieron rápidamente a cubierto, asustadas y furiosas.
-¿Qué está pasando?-preguntó una con voz de pito.
-Esto sólo puede ser obra de magia-respondió la segunda con una voz grave y ronca.
-¿Un guardián?-inquirió la otra.
Una risa de un joven se escuchó por toda la estancia. Las brujas miraron a su alrededor, buscando al emisor de aquella burlona risa que se mofaba de ellas. Una de ellas sintió que alguien la daba un toquecito por la espalda y que a su vez, se le congelaba el pie.
-¡Maldito mocoso!-gritó la bruja enfurecida, dándose la vuelta, mirando hacia el lugar de donde provenía el golpecito. La risa del joven volvió a sonar, e incluso parecía que ésta se divertía aun más.
Al fin, el joven apareció. Era alto y delgaducho, con el pelo blanco despeinado, cejas finas y negras, ojos azules y tez pálida como la nieve. Su carcasa de cuero era de un bonito color azul, decorada con trozos de escarcha, y no tenía mangas, por lo que dejaba al descubierto una camisa blanca holgada por las mangas. Sus pantalones eran de una tela marrón suave y no llevaba zapatos, pero eso no era problema porque no tocaba el suelo, sino que flotaba. En la carcasa llevaba restos de escarcha y en la mano derecha un enorme bastón, no más grande que él, de madera plateado que en su punta superior brillaba con un brillo azulado. El joven hizo una reverencia desafiante hacia las dos brujas, que lo miraban extrañadas.
-Tú eres Ais Frost-dijo la bruja de la voz de pito, con los ojos abiertos como platos.
-Creo que deberíais soltar a mi amigo-dijo Ais, clavando sus ojos de color azul intenso en los de la bruja, que sintió una extraña sensación de frío.
La otra bruja, viendo la confusión de su compañera, levantó una mano y lanzó una piña carbonizada al joven, que tuvo dificultades para esquivarla. Cuando la piña tocó el suelo, provocó una gran explosión que hizo que parte de las hojas del suelo saltaran hacia el joven. Ais se tapó la boca, sabiendo que si respiraba el polvo que se había levantado, tendría alucinaciones y perdería el conocimiento, ya que era una sustancia muy tóxica.
La bruja de la voz grande se lanzó hacia él gritando. La otra salió de confusión y también se lanzó al ataque. Ais, que no se esperaba esa reacción por parte de las brujas, fue empujado por ambas y cayó al suelo, haciendo que el suelo a su alrededor se congelara. Su bastón salió disparado hacia unos arbustos cercanos, que también quedaron congelados. Una bruja se tiró sobre Ais, dispuesta a darle un puñetazo, pero el joven ya estaba preparado e hizo que en su mano se materializara una daga, con la que cortó la mano a su atacante. La bruja soltó un alarido con su voz de pito y Ais la tocó con su mano desnuda, haciendo que la bruja se congelara. La otra, sin embargo, se había acercado a unos arbustos, había cogido una rama larga y ondulada, se había subido en ella como si fuera una escoba y salió disparada hacia el cielo.
Ais se quitó la estatua de hielo de la bruja de encima y estiró la mano que tenía libre hacia el bastón, que voló hasta su mano rápidamente. Acto seguido, Ais se elevó hasta el cielo, iniciando la caza de la bruja.
Sobrevoló el oscuro bosque, buscando a la bruja, cuando de repente notó que otra piña explosiva se dirigía hacia él. La esquivó y vio que la bruja volaba por encima de él. Se elevó aun más y persiguió a la bruja surcando los oscuros cielos del bosque. Aun así, la bruja era más rápida y no tardó en dejarle atrás.
La bruja soltaba risotadas al ver que el joven se había quedado atrás, por lo que no vio cómo se metía en un torbellino de color azul. Cuando se quiso dar cuenta, se encontraba frente al joven, que estaba preparado para golpearla con su bastón y congelarla. La estatua helada de la bruja se rompió en mil pedacitos al caer al suelo desde semejante altura.
Ais volvió al lugar donde había abandonado al hombre encerrado en el saco. Cortó la cuerda que lo mantenía elevado sobre las cenizas de la hoguera y cayó en el suelo, levantando mucho polvo tóxico y dándose un buen golpe. Ais lo abrió y dejó que el hombre saliera del saco. Era una persona bastante curiosa. Era un hombre de estatura media, con el pelo largo y gris que finalizaba en dos patillas que corrían libres por su maxilar inferior. Sus cejas eran gruesas y espesas, también canosas, como su bigote, bajo una nariz picuda  estirada. Sus ojos eran pequeños y de un color verde intenso. Llevaba un sombrero vaquero del que salían dos grandes orejas de conejo grises. Aparte de esto llevaba una gran gabardina marrón con dibujos geométricos en los laterales y que acababa al final de sus piernas, dejando al descubierto dos inmensas patas de conejo con pelo de diferentes tonos grises. En las manos también se apreciaba el pelo de conejo pero en menor cantidad.
-¡Lee Scorgason!-exclamó Ais, con una sonrisa burlona dibujada en la cara.
-Cuanto tiempo, muchacho. No nos veíamos desde... ¿hace cien años?, más o menos. ¿Recuerdas las Montañas Aladas de Eridna?-respondió Lee, con un tono severo.
-No me dirás que todavía estás enfadado por aquello ¿verdad?-preguntó Ais, conteniendo la risa.
-¡Hubo una avalancha y tú me abandonaste a mi suerte!-replicó Lee.
-Cavaste un agujero con tus poderes de súper conejo y escapaste, ¿qué podía hacer yo?-se excusó Ais, sabiendo que el hombre conejo tenía razón- ¿Vas a decirme qué haces en las Tierras de Ceniza o tengo que adivinarlo?
-He venido a buscarte. Eres difícil de encontrar, sobretodo porque nadie sabe dónde está tu guarida. El caso es que venía bajo tierra y esas asquerosas brujas me embaucaron con una zanahoria mágica y no pude resistir la tentación. Entiéndeme, llevo días sin comer.
-¿Qué quieres de mí?-preguntó Ais, pero al ver el rostro de Lee, supo que el hombre conejo sólo actuaba de mensajero- O mejor dicho, ¿qué quiere Elsworth de mí?
-Oye, ya sé que no te llevas bien con él, pero te necesita. Ha encontrado algo y no sabe lo que es. Me mandó a buscarte para decirte que te interesaría. Según dijo, era algo similar a ti -explicó Lee.
Ais frunció el ceño. ¿Algo parecido a él? ¿Otra persona con sus mismos poderes? Ais siempre había estado solo y eso le gustaba (la única compañía en el mundo que tenía era Wina, su hurón), pero siempre había querido saber de dónde venía, conocer a alguien igual que él... Ais debía estar solo en el mundo. Todo lo que tocaba quedaba congelado al instante. Por eso no le gustaba ir andando ya que congelaba el suelo. Tampoco podía tocar a nadie con las manos. Ni siquiera podía comer pues la comida, al entrar en contacto con sus blancos dientes, quedaba congelada. El frío era su naturaleza, y eso era algo que no podía remediar, pero si encontraba a alguien semejante, alguien a quien poder tocar y que no se convirtiera en hielo...
-Debo ir al Reino del Norte. Tal vez allí se encuentre la respuesta a mis preguntas -dijo el muchacho. Era increíble como su actitud divertida y burlona se había transformado en una seria y fría al oír el nombre de su padre.
De repente se escucharon entre los arbustos unos aullidos. Ambos giraron la cabeza en la misma dirección, esperando encontrar el origen de los aullidos. No obstante, ambos reconocieron muy bien qué criatura era capaz de aullar así.
-Son lobos “cenizados” -dijo Lee. Ais ahogó un grito, pero superó su miedo y agarró su bastón con las dos manos, dispuesto a pelear-. ¿Qué haces, muchacho? No puedes luchar contra un lobo de ceniza. Te mataría antes de que consiguieras congelarlo. Además vendrán guiados por soldados. Debemos huir. Tú aléjate tanto como puedas de aquí, ve al norte. Yo les distraeré e intentaré volver a mi reino.
-No puedo permitirlo, déjame pelear -replicó Ais.
-Eres más valioso vivo que muerto, vete ahora mismo -sentenció Lee mirándole fijamente con sus ojos verdes.
Ais tragó saliva y se elevó hasta el cielo. Después puso rumbo al Reino del Norte.
Por su parte, Lee dio un silbido y la tierra comenzó a moverse bruscamente y a metamorfosearse. Lo que antes formaba parte del suelo ahora era un conejo de tierra negra. Lee se subió a lomos del conejo y marchó en dirección contraria a la de Ais.
Al cabo de un rato, notó que los lobos le seguían. Asestó un taconazo al conejo para que fuera más rápido, pero el conejo iba lo más rápido que podía. Finalmente, Lee giró la cabeza y vio unos perros enormes hechos de ceniza persiguiéndole. Medirían lo mismo que un caballo de alto pero serían tan veloces como un guepardo. Lee se metió la mano en el bolsillo y de él sacó unas piedrecitas redondas del tamaño de huevos y se las lanzó a los lobos. AL instante, las bolas explotaron y enredaron las patas de los lobos con fuertes lianas. Algunos cayeron, pero otros consiguieron levantarse y continuaron persiguiendo a su presa. El conejo empezó a zigzaguear para intentar perder de vista a los lobos. Lee ya no podía hacer más, así que se concentró en guiar al conejo por el camino adecuado.
Cuando menos se lo esperaba, un lobo más rápido que los demás saltó hacia el conejo de tierra y lo rompió en mil pedacitos. Lee cayó fuertemente al suelo y lo último que vio antes de perder el conocimiento fue a unos soldados con armaduras negras deteniendo a los lobos y arrestándole.

miércoles, 21 de agosto de 2013

Los Guardianes de Eridna.


Los reinos de Eridna.
Es bastante complicado definir a Eridna. Para muchos es una leyenda, para otros simplemente es un cuento, y siempre hay alguien que cree que es verdad. La historia de Eridna comienza con la creación del mundo. Sus habitantes creen que fue creado por Orhún, el dios sol. La leyenda cuenta que, tras crear el mundo, Orhún cogió parte de su casco y creó a Iruna, la diosa luna de la inteligencia, cogió parte de su armadura y creó a Varuna, la diosa luna de la fuerza, y cogió parte de su corazón y creó a Deruna, la diosa luna de la pureza. Los cuatro juntos consiguieron crear a los seres vivos, como las plantas, los animales, los humanos... Cuando finalizaron el trabajo, se dieron cuenta de que entre todo eso habían creado la vida, pero también habían creado algo muy poderoso que era capaz de acabar con ella, una fuerza que ellos mismos denominaron como “la Sombra”. Tras una épica batalla en la que intentaron someterla, la Sombra quedó atrapada en un túnel que llegaba hasta las entrañas del mundo, sellado con una puerta de piedra negra. Los dioses, temiendo que la Sombra pudiera volver, le otorgaron el poder de gobernar el mundo y vigilar esa puerta a unos seres divinos elegidos por su inteligencia, su fuerza y sobre todo, por su pureza, que serían conocidos como los “Guardianes”. Así fue como comenzó la “Primera Era”, con el reinado de un dragón dorado. Los siglos se sucedieron, pasando así la “Segunda Era”, la “Tercera”, la “Cuarta” y así hasta la “Séptima”. La “Séptima Era” es conocida como la era oscura, ya que la Sombra consiguió escapar de su prisión. La Sombra creó a sus propios guardianes, comenzando una interminable guerra contra los guardianes que optaban al trono.
Actualmente, Eridna está dividida en ocho reinos: El Reino del Norte, gobernado por el Rey Elsworth, corazón de hielo; el Reino de Arena, gobernado por Mo, criatura dorada; los Bosques del Norte, gobernados por Afrälth, el ciervo blanco; los Bosques del Sur, gobernados por Lee Scorgasson, el hombre conejo; la Isla Morada, gobernada por Colibrí, la princesa emplumada; las Tierras de Ceniza, gobernadas por Rapto Denar, el hijo de la Sombra; el Reino de Cristal Negro, gobernado por Zafrina, la reina Cuervo; y por último, las Montañas Aladas, las cuales no tienen ningún líder, ya que la Sombra se encargó de aniquilar a todos los dragones del mundo.




Parte 1: Hielo abrasador.

Prólogo:
            «Lo primero que recuerdo es la luna, un gran círculo dibujado en el cielo, rodeado por puntitos brillantes a su alrededor. Era una noche magnífica. Estaba tumbado en la nieve, intentaba levantarme pero era imposible, tenía algo sobre mí que me lo impedía. Era enorme y escamoso y obviamente estaba muerto. Cada vez tenía más frío, era algo insoportable. Me dolía el pecho. Conseguí levantar una mano y me toqué el pecho. Miré mi mano y vi que estaba manchada de sangre. No sólo tenía heridas en el pecho, la mejilla me escocía y con la lengua saboreaba la sangre que salía de mi labio. Volví a poner mi mano sobre mi pecho y encontré aquello que me había producido mis heridas. Tenía una daga clavada en mi pecho. Rodeé su empuñadura con mis fríos y largos dedos y tiré de ellas con las pocas fuerzas que me quedaban. La daga salió de mi pecho y todo se volvió negro. Después de esto, volví a nacer.»
*          *          *
            Hacía mucho viento en el Reino del Norte. Afortunadamente los leones albinos del hielo no tenían frío. El frío era su naturaleza.
Los leones albinos eran enormes felinos blancos con cuatro inmensas y fuertes garras, capaces de destrozar cualquier material. Normalmente los leones tienen grandes melenas, pero en este caso sólo su rey o como ellos lo llamaban, su Dal, era el que tenía melena. Cada león albino comenzaba a adiestrarse para la guerra a los pocos meses de nacer, cuando aprendían a andar. Cuando finalizaban su entrenamiento su función era defender su reino, y para ello creaban poderosas armaduras de hierro celestial, un metal irrompible.
Aquel día los leones habían salido a buscar algo. Ni siquiera ellos sabían lo que buscaban. Hacía unas horas habían visto en el cielo un destello azul que había caído en el hielo.
Una leona se aventuró por un paso helado al que nadie se aventuró nunca a explorar. La leona era joven, apenas habría cumplido los diez años. Normalmente, los leones se consideraban adultos a los quince años y hasta esa edad, debían obedecer a los leones adultos, pero aquella leona era rebelde y su espíritu de aventurera nunca cesaba.
La joven leona, llamada Wina, cruzó varios túneles de hielo. Cuando temió haberse perdido, vio una cámara de hielo azul que estaba iluminada por una luz azul. Wina se acercó al centro de la sala y miró a su alrededor. Aquella sala no estaba hecha de hielo, sino de zafiro. En el centro vio un paquete envuelto en una tela azul. La leona destapó el paquete y vio que en su interior no había una caja o un cofre como ella había supuesto, sino que había un bebé. El bebé tenía entre sus manos una daga plateada. La leona rugió y su rugido se escuchó por todo el Reino del Norte.
Una hora después la sala estaba ocupada por Wina, el Dal Imur, el rey de los leones y el Rey del Reino del Norte, el Rey Elsworth, que era un humano con una pequeña barba blanca, grandes cejas blancas y el resto de su cara eran básicamente arrugas. Sus pequeños ojos eran grises y estaban ocultos por sus cejas y por las ojeras. Era bastante alto y bastante ancho de espaldas. Iba vestido con un abrigo de pieles marrones y en una de sus manos llevaba un hacha casi tan alta como él.
-Míralo es una abominación-dijo el Dal Imur.
-No lo es-replicó Wina.
-¿Cómo? ¿Osas desafiar a tu Dal?-gruñó Imur Wina se calló y agachó la cabeza avergonzada- No sabemos lo que es, debemos sacrificarlo.
-Es un niño, un bebé humano-exclamó Wina-. Sacrificarlo sería un error fatal, es inofensivo. El miedo a lo desconocido le ciega, majestad.
Imur miró a Elsworth, quien miraba a ambos leones con interés y diversión.
-Leona, parece ser que no estás al corriente de las leyendas que cuentan sobre otro niño que nació en el hielo-dijo Elsworth. Wina sabía a lo que se refería, pero no le pareció oportuno contarlo. El niño seguía durmiendo, desconociendo el tema de la conversación que en esos momentos se hablaba.
-Imur, mátalo tú-dijo Elsworth, apartándose.
Imur dio un salto hacia el niño, pero Wina lo empujó cuando estaba en el aire. Wina cayó cerca del niño y gruñó al Dal. Imur se levantó y atacó a Wina, wuién se defendió hábilmente. El bebé se despertó y empezó a llorar. Wina vio sus ojos grises goteando y decidió sacarlo de allí. Agarró la manta del bebé y tiró de ella, cogiendo al niño.
Elsworth e Imur se quedaron mirando cómo la leona huía. Elsworth miró a Imur con decepción. La leona había huido y tenía al niño en su poder, pero aún así Imur se sentía seguro de sí mismo. Levantó una de sus zarpas delanteras y se la enseñó a Elsworth, quien contempló con orgullo la sangre que había en las garras del león.
*          *          *
Wina llegó hasta un lugar cubierto de hielo. No podía más, había perdido mucha sangre y cada vez le costaba respirar más. Dejó al niño en una roca negra cubierta de nieve y cayó al suelo, exhausta. Ni siquiera oyó al niño reír cuando vio la luna en el cielo. Wina murió instantes después, feliz por haber salvado a aquel indefenso niño.
La luz de la luna iluminó directamente al niño, que de repente se transformó en un joven de unos quince años con el pelo blanco, cejas finas y negras, ojos azules como el cielo estrellado y la tez pálida. El joven se levantó del hielo. No tenía frío, pese a estar desnudo. Miró el cuerpo inerte de la leona, se acercó a él y la tocó con la mano. Instantes después, la leona se había convertido en un hurón blanco con dos pequeños cuernos marrones en la cabeza. El hurón abrió lentamente los ojos y miró a su salvador.
-Me alegra devolverte el favor, Wina.
El joven miró al horizonte. Sus ojos brillaron maliciosamente. El hijo del hielo quería venganza.