Bienvenidos al Rincón de la Pluma

Queridos lectores:
Bienvenidos al rincón de la pluma, en el que yo (Julio San Román) colgaré mis historias y fantasías de vez en cuando.
Espero que disfrutéis de mis escritos.
Atentamente,
Persépolis

domingo, 1 de diciembre de 2013

Capítulo 4: La oferta de Rapto Denar.


Lee entró en una sala de color azabache con tapices negros bordados con relieves dorados. La sala era amplia y al fondo se podía ver una silla que parecía estar hecha de ceniza. El trono no mantenía su forma original, sino que iba cambiando sus bordes, adoptando formas irregulares y espirales que se movían por sí solas. A los pies del trono había tres pequeños pero anchos escalones de piedra negra. En la sala hacía frío, pero Lee sentía un calor horrible corroyéndole las entrañas. No había ninguna ventana por la que se pudiera filtrar la luz del exterior, y en el caso de que la hubiera, lo único que vería a través de ellas serían esas espantosas nubes que adornaban el cielo de la Tierra de Cenizas.
El hombre conejo iba maniatado, seguido por los mismos lobos que lo habían apresado. Eran criaturas inmensas del tamaño de un caballo. Sus orejas eran puntiagudas, al igual que sus colmillos negros. Carecían de pelo, pero la ceniza de la que se componían adoptaba surcos a lo largo de sus cuerpos. Su rabo era largo y acabado en punta, como los de un demonio. A Lee le asustaba ver los ojos amarillentos de aquellos perros "cenizados". El gruñido de sus fauces retumbó por toda la sala.
Cuando alcanzaron el trono, uno de los lobos lo obligó a arrodillarse dándole un golpe en la espalda con una de sus fuertes garras. Mientras Lee soportaba el dolor de aquel golpe, en el trono apareció una figura vestida de negro, de piel fina y gris. Su cabello era largo y estaba bien cepillado. Lo más inquietante de aquel hombre eran sus ojos, que no distinguían la pupila del iris. Eran completamente negros. Los demás aspectos de su cara le hacían parecer un hombre apuesto, sin ningún pelo en la barbilla ni sobre os labios, también grises.  Miraba al hombre conejo con una leve sonrisa en los labios.
-¿Qué te ha parecido el viaje?-preguntó Rapto Denar a Lee.
-Genial-murmuró el hombre conejo con un gemido-. Me encanta que tus perros me cacen como a un conejo y que después me traigan aquí forzosamente.
-Me alegro, porque fue idea mía-declaró Denar aumentando la sonrisa de su cara-. De todas formas, eres un hombre conejo, y ese es el trato que se merecen los conejos. Por otra parte, creo poder conseguir algo que tú quieres.
Lee levantó la mirada con interés. Creía saber el curso que iba a tomar aquella conversación y por una parte eso le seducía, pero por otro lado, le aterrorizaba.
-¿De qué se trata?-preguntó.
La sonrisa de Rapto aumentó más todavía. Aquella curvatura en sus labios infundía a Lee una extraña sensación de inseguridad, temor y precaución. Rapto debió de percibirlo, tal vez porque las enormes orejas de conejo en la cabeza de Lee se erizaron.
Rapto chasqueó los dedos y las cuerdas que ataban las manos de Lee desaparecieron. El hombre conejo se frotó las muñecas entumecidas. Se frotó el pelo de las manos y arqueó una ceja, gesto de desconfianza.
Rapto Denar se puso en pie y se acercó al hombre conejo. Le agarró los hombros y lo puso en pie. Hizo un movimiento de cabeza.
-Demos un paseo y charlemos-dijo Rapto. Su tono no daba una orden, pero Lee no se atrevió a desobedecer.
Lee comenzó a caminar junto a aquella sombra que se había adueñado de su alma. Rapto Denar parecía no tener intención de luchar, incluso juntó las manos tras su espalda, pero los rumores que recorrían Eridna no ayudaban a que estar en su presencia fuera algo tranquilizador.
-Cuéntame tu historia, Lee-pidió Rapto. Lee le miró extrañado. Era la primera vez que le llamaba por su nombre.  El hombre conejo meneó su bigote, pensativo.
-No creo que te interese-le restó importancia, pero la mirada de Rapto seguía clavada en él-. Está bien. Yo vivía en los Bosques del Sur. Era feliz, tenía mi granja donde cultivaba todo tipo de verduras.
«Un día, dejé a mi esposa en mi hogar y me fui a cazar. Tras un día entero de persecución, cacé al conejo más grande que había visto. Un grave error por mi parte.»
«Por aquellos tiempos, los Bosques de Sur eran unas tierras gobernadas por un rey al que le encantaba la caza. Al parecer, había puesto precio a la cabeza de aquel animal al que yo había cazado. Yo no lo sabía, y en cuanto se enteró de que yo lo había cazado, me obligó a dárselo. Yo me negué y lo pagué caro.»
«El rey ordenó a sus guardias que quemaran mi casa y que mataran a mi mujer. Yo, enfurecido y sintiéndome impotente y culpable, me dirigí al castillo donde residía el rey. Le quité la piel al enorme conejo y me la puse por encima. El rey, al verme, me confundió con el enorme conejo y me persiguió con el fin de cazarme. Yo le conduje por un camino del bosque que el que anteriormente yo había preparado cientos de trampas. El rey, por ser tan torpe, caía en prácticamente todas, hasta que finalmente, murió en una de ellas. Cayó a un río en el fondo de un barranco desde cientos de metros de altura. Tras esto, la piel de conejo se adhirió a mi cuerpo convirtiéndome en lo que soy ahora. Iruna me hizo guardián de los Bosques del Sur.»
Rapto asintió cuando la historia acabó. En ese momento se encontraban en una sala de la misma piedra negra que la anterior, pero esta era mucho más amplia. Del techo colgaban cientos de jaulas de arena negra. En cada jaula había un conjunto de luces blancas que aumentaban la espectral escena. Al fondo de la sala, había un espejo de cinco metros de alto. Lee apretó la mandíbula y sus dientes de conejo entrechocaron.
-¿Sabes dónde nos encontramos?-preguntó Rapto. Lee negó con la cabeza. Pese a su aspecto de hombre adulto mezclado con un conejo, Lee estaba tan asustado como un niño-. En estos momentos, nos encontramos en la Sala de las Almas. Desde aquí, yo puedo observar las almas de las personas que han muerto. El caso es que encontré un documento en el cual se explicaba un hechizo para devolver a una persona a la vida.
Las orejas de Lee se estiraron al oír esto. Lee dejó de mirar las jaulas con las luces en su interior para mirar a Rapto Denar.
-¿Bromeas?-preguntó, y después se sintió estúpido por hacer esa pregunta.
-Deberías saber que rara vez yo bromeo-respondió Rapto, serio-. El caso es que yo quiero algo que tú podrías ayudarme a conseguir y a cambio, yo te daré lo que tú más deseas, a tu difunta esposa.
-¿Tu crueldad no conoce límites?-exclamó Lee-. Mi mujer está muerta, y por mucho que te empeñes en que ella puede volver al mundo, eso es imposible. Ningún libro de magia explicaría tal hechizo.
-Tal vez no busques en los libros en los que debes buscar-dijo Rapto, manteniendo su expresión seria y firme. No fruncía el ceño, no parpadeaba, ni siquiera se notaba alguna arruga en su rostro.
-¿Te refieres al libro de la Sombra? ¿Al Ocscurium?-insistió Lee.
-¿Aceptas el trato?-el ultimátum de Rapto estaba hecho. Si Lee se negaba perdería a su mujer para siempre.
-¿Qué quieres a cambio?-Rapto cambió su expresión. Una fina línea curva apareció en sus labios.
-Quiero saber dónde está el reino de Ais Frost.
-Ais Frost no tiene reino. Él es un espíritu errante. Ahora mismo se encontrará en el Reino del Norte, discutiendo con su padre para variar-explicó Lee.
-Encuéntralo y tendrás a tu mujer-Rapto extendió la mano. Lee la observó con temor y lentamente se la estrechó. Los afilados colmillos de Rapto aparecieron en la comisura de sus labios.
De repente, la temperatura de la sala descendió un par de grados. Rapto miró el techo y vio que las paredes empezaban a cubrirse de escarcha.
-Al parecer no hace falta que busques al joven guardián. Él vendrá junto a mí-Lee tragó saliva. No podía creer que Ais fuera tan estúpido como para ir a rescatarlo al castillo de Rapto Denar-. No obstante, conejo, mantén tu palabra.

Carta al director: De un tonto a otro.


Sr. Director:
He de decir que sus artículos me parecen patéticos y que por esta razón le admiro muchísimo. Su periódico no puede hacer nada para empeorar porque entonces ya ni se publicaría. Estoy casi seguro de que la sección de cultura la escribe Belén Esteban, pese a que no conoce el significado de esa palabra, “cultura”.
De todas formas, le escribo esta carta porque me siento indignado y espero que usted, entendiendo mi preocupación, la publique en su periódico. Yo, como ciudadano español, me siento traicionado por mi gobierno, un gobierno al que yo voté en unas elecciones y que salió victorioso gracias a los sufragios recibidos por personas engañadas como yo. Hoy puedo decir que entiendo la expresión: “Mientes más que un político en campaña”.
Yo vivo en un municipio llamado Madrilillo (como Madrid pero en chiquitillo), un pueblo situado entre Pinto y Valdemoro. El factor que falla en nuestra comunidad es nuestra alcaldesa. El problema no es lo que hace, sino más bien lo que no hace. Nuestra alcaldesa no roba dinero público. Es decir, yo estoy verdaderamente indignado. ¿Qué está ocurriendo en el ayuntamiento que no nos quieren contar? ¿Acaso nuestro dinero es mejor que el de las demás comunidades de España? ¿O es peor y por eso no merece ser robado como es debido?
Y ahí no acaban los problemas. Nuestro concejal de empleo está llevando a cabo una medida contra el paro. Estoy deseando saber quién demonios busca trabajo a día de hoy.
Por lo tanto, me gustaría que usted, Sr. Director, publique esta carta en el periódico a la espera de que alguien que se entere de lo que está pasando en nuestro municipio, responda.
Atentamente,
Gerónimo Nontiendoná.
*          *          *
Sr. Director:
Por una vez en mi vida, los demás periódicos se acabaron y me vi en la obligación de comprar su periódico. Sin palabras, quiero decir, me lo encontré sin palabras, meras hojas en blanco a excepción de una en la usted publicó la carta de Don Gerónimo Nontiendoná. Encontré esa carta apasionante y por eso he considerado que lo mejor sería exponer mi situación para ver el otro lado de la moneda.
Yo vivo en Madrid, capital de España, y he de decir que su situación no tiene nada que ver con la de Madrilillo. Aquí en la ciudad, nos roban hasta los calcetines. Jamás había visto tanta avaricia junta. Es más, los abuelos ya no echan migas a las palomas en los parques y éstas, ya sea por avaricia o por gula, atacan a muerte a los ancianos. Es todo un espectáculo ver estas luchas de gladiadores emplumados contra bestias con artrosis.
Personalmente, a mí se me saltan las lágrimas cuando miro al horizonte y veo el Congreso de los Diputados. He de decir que hablar del gobierno es como hablar de la charcutería, nuestro tema de conversación giraría entorno a los chorizos. Fíjese si son rácanos que, a nuestro bien amado Presidente, si se le preguntara por alguna mujer llamada Mercedes se obtendría como respuesta que la única Mercedes en su vida es su coche.
Y eso no es nada. El otro día leí un artículo en el que se entrevistaba a nuestro sabio Ministro de Educación y se le preguntaba por alguna de sus aficiones. Él contestó que le encantaba cantar en el idioma de los delfines y el periodista mostró su desconcierto ante el curioso afán del ministro por cantar a los peces, a lo que el propio entrevistado corrigió al reportero diciendo que los delfines no eran peces sino crustáceos. Da gusto que el ministro de educación no sepa que los delfines son arácnidos.
Tratando el tema del desempleo, la cola de parados da dos vueltas al edificio donde se encuentra la oficina de empleo. Me enorgullezco de todas esas personas que se pasan horas de pie esperando recibir una mínima cantidad de dinero.
Es admirable el trabajo de nuestros políticos por mantener Madrid y España en la más absoluta miseria.  
Atentamente,
Don Topolino Buenrincón.