Bienvenidos al Rincón de la Pluma

Queridos lectores:
Bienvenidos al rincón de la pluma, en el que yo (Julio San Román) colgaré mis historias y fantasías de vez en cuando.
Espero que disfrutéis de mis escritos.
Atentamente,
Persépolis

jueves, 10 de julio de 2014

El corredor del hombre gris


"Que alegría morir en la silla eléctrica. Será el último escalofrío. El único que todavía no he experimentado..."                                                                                                                        ALBERT FISH

Clap... clap...
¡Haz que se callen las palmadas! ¿De dónde vendrán? Yo no puedo ser quien aplaude, las mangas de mi camisa se enroscan en mí como víboras sedientas de sangre. Seguramente sean ellos. Me están observando entre las tinieblas de la habitación. No veo ni sus ojos ni sus cuerpos.
¿Me verían ellos a mí cuando les atacaba por las noches? ¿Sus cuerpecitos se ponían en tensión al ver en mis ojos el deseo y el hambre? Los niños siempre me gustaron, estaban sabrosos... Aquí no me dan de comer y, si lo hacen, los alimentos son verduras secas y sin sabor. ¡Yo quiero carne! ¡Maldita sea!
El rojo, dulce sabor del rojo. Su carne en mis dientes chirriantes mezclada con el caldo de sopa estaba deliciosa. Recuerdo cómo me caía el líquido rojo y caliente por mis labios embaucadores y endemoniados. Se necesita mucho tiempo para preparar una buena sopa. Esos policías no daban crédito a sus ojos al recibir mi receta por correo. Ellos dicen que estoy loco, pero es mentira... El problema es que ellos nunca han probado su sabor.
Clap... Clap...
Palmadas, palmadas... ¡Otra vez las palmadas! ¿Por qué se burlan de mí esos niños? No, estoy seguro de que no son los niños sino ella...
La puerta se abre con un fuerte chirrido y por ella entra un hombre alto, uniformado con el traje de guardia. Yo sé que soy el demonio, pero esos hombres insignificantes no son ni mucho menos ángeles. Simplemente quieren acabar conmigo por mis curiosos hábitos alimenticios.
Aun así, ese hombre está muy fuerte. Seguro que si le insulto me dará una buena paliza. El dolor siempre me gustó, desde los castigos del orfanato hasta las patadas que lanzaban mis víctimas cuando las cogía entre mis brazos y las atrapaba.
—¿Tienes hijos? —comienzo.
—Estás delirando, monstruo —quiere evitar mi pregunta. Me mira con repugnancia porque sabe quién soy y lo que he hecho. Obviamente, tiene hijos. Si no los tuviera me habría lo habría negado desde el principio.
—Recuerdo ver en las noticias todos aquellos telediarios en los que padres desconsolados buscaban a sus hijos por las calles o por rincones abandonados de la ciudad mientras que yo sabía que no les encontrarían —continuo con la mirada clavada en sus pupilas llenas de terror y asco—. ¿Cómo les iban a encontrar si yo me los había comido?
Suelto una risotada. Para muchas personas mis risas se definían como los gritos de los niños que sucumbían en mi interior. La tensión puede con el guardia y saca su porra del cinturón, se encamina hacia mí y yo me pregunto si los niños a los que ataqué me verían venir como yo veo a mi futuro agresor. Claro que para mí lo que sucederá a continuación será placentero.
El guardia me da en la cara un golpe demasiado fuerte y bonito como para dejarme sin conocimiento y vuelve a golpearme y después otra vez y otra y otra... Me siento bien. Cada golpe me produce un tremendo placer.
Clap. clap.
¿Dónde está ella? Acabada la faena, el guardia me levanta. ¿Me lleva a verla? Es curioso. Aún recuerdo su sabor. Su carne estaba tierna y agria. Me pareció muy raro cómo su carne se reblandeció al morir ella porque cuando momentos antes estábamos jugando, ella estaba muy tensa.
Ella formó parte de mi primera sopa... Fue el plato al que menos atención presté, pero el que más me gustó. Desde entonces siempre he querido reencontrarme con ese sabor.
Clap. Clap.
Las palmadas resuenan por el pasillo. ¿Estará al fondo de este corredor? ¿Estará al final aguardando mi llegada?
Sé lo que me espera. Llevo años jugando con la muerte y ahora aquella a quien yo llamaba amiga viene a por mí. Al fondo del pasillo veo cómo mi destino silencioso pero amargo me roza el alma.
Clap, clap.
Ahí está mi trono. El asiento de Zeus. A su lado está ella, mi niña, con su vestidito blanco jugando a las palmas, clap, clap, como la primera vez que nos vimos. Clap, clap, me sientan en la silla y me atan las correas fuertemente a las articulaciones, clap, clap, se aceleran las palmadas, clap, clap, quiero llorar, clap, clap, no salen lágrimas, clapclap, no quiero morir, clapclap, luz resplandeciente. Negro.
Clap... clap...

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