Bienvenidos al Rincón de la Pluma

Queridos lectores:
Bienvenidos al rincón de la pluma, en el que yo (Julio San Román) colgaré mis historias y fantasías de vez en cuando.
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Atentamente,
Persépolis

domingo, 25 de mayo de 2014

Recuerdos para Kevin Doe

Abrí la ventana y las notas de música entraron a través de ella. Asomé la cabeza y vi la misma calle de siempre. Una avenida peatonal con múltiples personas yendo y viniendo sobre su calzada. Cada persona era única: podían tener bigote o no; tener pelo largo, corto, encrespado, de punta; ojos claros, oscuros, pardos; o simplemente no destacaban de los demás y vestían a la moda, con el peinado más común de las revistas, ocultaban sus ojos tras gafas de sol...
Sin embargo, aquella mañana había una persona que no solía estar por allí. En la fachada de un edificio, unos metros alejado del portal, se encontraba un hombre de pelo largo y castaño, una barba mal afeitada alrededor de la boca y alto. Vestía una camiseta gris, tejanos negros con un cinturón de cuero, zapatos del mismo color que los pantalones, una chaqueta marrón larga y una bufanda gris. Tal vez fuera un estilo algo clásico, pero a él le sentaba bien. Sobre su hombro descansaba un violín. En la parte baja, él lo sujetaba con su barbilla. Con una mano cubierta por un guante que no cubría los dedos sostenía la varilla. Las cuerdas de la varilla rozaban las cuerdas del violín. A sus pies descansaba un gato naranja y algo escuchimizado. Junto al gato, un sombrero invertido protegía las pocas ganancias del violinista.   
El violinista levantó la mirada y se cruzó con la mía. Él me sonrió y yo me introduje de nuevo en el calor de mi piso. Debía ir a trabajar. Cambié mi pijama por un traje elegante gris y me preparé para la rutina.
Bajé al portal, salí al exterior y el frío madrugador azotó mis mejillas. Me resguardé en mi abrigo y crucé la calle. Divisé al violinista unos metros más atrás y continué mi camino. Me aseguré de que las carpetas que llevaba bajo el brazo estuvieran seguras ahí mientras caminaba. De repente una ráfaga de viento sopló e hizo que unos papeles que no estaban en el interior de mis carpetas salieran volando unos metros más atrás.
Salí corriendo tras ellos lo más rápido que mis tacones me lo permitieron. Frené rendida y con los pies aullando de dolor. No podía pillar aquellos dichosos documentos. Me doblé sobre mí misma para recuperar el aliento. Ya no escuchaba la música del violín, pero eso no importaba en aquellos momentos. No sabía qué documentos se habían ido volando, pero seguramente fueran importantes. Me maldije a mí misma por ser tan torpe como para perder unos papeles de los cuales dependía mi trabajo.
Sin esperarlo, una mano me tendió los documentos algo arrugados. Levanté la cabeza y mi mirada volvió a cruzarse con la del violinista. Él me mostraba amabilidad con su sonrisa torcida. Cogí los documentos y los guardé en una carpeta con alguna dificultad. El violinista, acompañado por su gato se giró y volvió junto a su sombrero, se colocó el violín correctamente y siguió tocando aquella plácida música. Yo me acerqué y le eché unas monedas en el sombrero y el susurró:
-Esta va por usted, señorita -y comenzó a tocar otra pieza, esta vez más lenta y mucho más apasionada. Yo le di las gracias y, antes de marcharme, pregunté:
-¿Cómo se llama?
-Kevin Doe, señorita -dijo él amablemente.        
Asentí con la cabeza, dando a entender que jamás le olvidaría. ¿Cómo olvidarse de un personaje tan peculiar?
No obstante, aquella fue la última vez que vi a Kevin Doe.
*             *             *
Cuando apareció aquel violinista por la estación simplemente pensé que sería otro artista ambulante que iría pidiendo algunas monedas en los trenes a cambio de música barata y algo de pena, pero me equivoqué.
Simplemente se sentó en un banco y comenzó a hacer lo que mejor se le daba, tocar el violín. Su música era preciosa, flotaba en el aire como pompas de jabón, le daba alegría a la estación. Yo esperaba que tarde o temprano parara y se subiera a algún tren, pero no lo hizo. Tan sólo paró para dar de comer a su gato y, de paso, comer él también un bocadillo de jamón con pan duro de hacía un par de días, supuse.
Curioso me acerqué y, con cuidado de no pisar a su gato naranja y de no tirara el sombrero en donde se encontraban algunas de las ganancias del hombre, me senté a su lado, en el banco. Supongo que ver a un guardia de estación acercarse siendo u n músico mendigo no debe ser plato de buen gusto para nadie. Él sin embargo me miró de reojo y me saludó con un movimiento de cabeza, sonriente.
Yo le miré fascinado y le pregunté:
-Señor, ¿va usted a coger algún tren?
Él, sin dejar de tocar, negó con la cabeza.
-Tal vez al final del día, para volver a casa -comentó-. De momento estoy bien aquí. ¿Hay algún problema sin me quedo, agente?
-Siempre que toque esa música bien y no arme ningún jaleo, es usted libre de quedarse aquí todo lo que quiera -le aclaré.
Él me lo agradeció y se hizo el silencio entre nosotros dos. De nuevo volví a preguntar:
-¿Tiene nombre artístico?
-No. Simplemente soy Kevin Doe.
-Debería ponerse un nombre artístico -le sugerí-. Triunfará más si se pone un nombre artístico.
-Cuando eres un trotamundos como yo, rara vez la gente te recuerda -dijo él-. Piénselo. Toda las personas que pasan por aquí con sus marionetas, instrumentos o trucos de magia, todos ellos con ganas de triunfar pero, realmente, ¿usted cuántos recuerda?
Tragué saliva. Intenté recordar a alguno, pero no tenía ningún recuerdo de algún músico ambulante, ni siquiera de los que habían pasado el día anterior. De repente, Kevin Doe paró de tocar, se levantó y dijo:
-Debo volver a casa, agente. Que pase buena noche.
Y esa fue la última vez que vi a Kevin Doe.
*             *             *
-¿Cómo ha dicho que se llama? -pregunté, recostado en la silla de mi despacho.
-Kevin Doe -respondió el músico ambulante que tenía frente a mí.
 Él era otro de esos músicos que vive a costa del dinero de otras personas y que aspira a ser algo inalcanzable, músico profesional. Algunos pocos lo conseguían, pero debían destacar por encima de una gran mayoría y normalmente se debía a que tenían parientes de relevancia artística.
-De acuerdo, señor Doe, tóqueme alguna canción de su disco -le reté. Normalmente la mayoría caían cuando les pedía una prueba de su genialidad.
-Pero, señor, tiene usted ahí el disco -señaló con su dedo el CD que momentos antes me había entregado. La decisión estaba tomada, si no podía tocar en vivo, no lograría llegar muy lejos y por lo tanto, yo no iba a perder mi dinero patrocinando su disco.
-Pues, entonces, me temo que...
La música de su violín me interrumpió. Era una música preciosa, una melodía que tal vez estuviera grabada en aquel disco, pero que yo no me había molestado en escuchar. Estuve atento durante todo el recital, intentando ser profesional y no parecer asombrado.
Al acabar él de tocar, me levanté y alcé mi mano para estrechársela.
-Enhorabuena, señor. Creo que me apetece invertir mi dinero y tiempo en su disco, solamente me faltan dos cosas: la primera, el nombre del disco y la segunda, su nombre artístico -dije-. Entiéndame, Kevin Doe es un nombre curioso, pero un nombre artístico atrae más.
-Creo que me llamaré... Globetrotter, trotamundos -dijo él, guardando su violín en su funda-. Y el disco quiero que se llame Remember me.
-¿Por qué ese nombre? -pregunté.
-Quiero crear recuerdos para siempre. Con este disco estoy consigiendo lo de para siempre.

 Y así fue como conocí a Kevin Doe.

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