Escena 3: En la escena de un crimen
Los guardias civiles que vigilaban que
nadie se colara en el escenario del accidente intentaron detenerles cuando
cruzaron el cordón policial. Spoore, sin embargo, se escapó hábilmente de los
policías y se acercó al hombre que parecía tener el control de la situación.
Lo conocía perfectamente, ya que habían
trabajado con anterioridad juntos. Se llamaba Ignacio Mendoza y, por aquel
entonces, era el comisario. Su tez negra brillaba con la luz del sol, aun así,
su mirada se ensombreció al ver a Spoore. Cada vez que aparecía aquel estúpido
detective le dejaba en ridículo.
—¿Qué hace aquí? Esto no tiene nada que
ver con usted —preguntó el comisario frunciendo el ceño.
—En realidad, tengo una amiga que tiene
mucho que ver en este asunto... —comenzó Spoore, pero en seguida Mendoza le
cortó, soltando un chistecito con más burla que gracia:
—¿Usted tiene amigos? —Spoore le miró
desafiante y con la sonrisa picarona que le definía en la cara.
—Se puede decir que tengo más amigos
que usted, incluso en el Facebook.
Mendoza gruñó por lo bajo y permitió
que Aylin, Máximo y Rosa entraran en el recinto policial. Spoore se llevó las
manos a las caderas y preguntó si tenían una teoría sobre lo que había pasado.
—Creemos que pudo ser después de un
robo. Encontramos dos carteras en el coche, y aun así solo un cadáver. Por otra
parte, también descubrimos una navaja ensangrentada bajo el asiento del
copiloto —al oír esto, Aylin y Spoore miraron instintivamente a Máximo, que
cada vez estaba más pálido. Tal vez fuera porque los recuerdos volvían a la
cabeza de Máximo o porque la herida le pasaba factura, pero él no se quejó de
nada.
—¿Nos permitiría ver las carteras? —preguntó
Aylin esperanzada.
—Sí, claro —contestó el comisario.
Se acercaron hasta una mesa donde
estaban las pertenencias del muerto y otros objetos que se habían encontrado en
el coche. En una bolsa se encontraban las dos carteras abiertas, ambas
enseñando el carnet de identidad. En uno estaba la foto de Máximo, y en la otra,
la foto de un hombre con el pelo largo y rubio, ojos azules y la cara alargada
acabada en una perilla rubia junto a su nombre, Fernando. Rosa, que no pudo
aguantar más, lloró al ver la foto de su hermano. Aylin se acercó y la abrazó
para consolarla. Por su parte, el comisario Mendoza examinaba con la vista la
cara de Máximo. Parecía haberse dado cuenta de la situación. Spoore le contó la
historia de Máximo y el comisario sonrió alegre.
—Entonces, caso cerrado. El muerto,
Fernando, robó a este hombre, Máximo, y después huyó con el botín dejándole
malherido. Como estaba eufórico, se olvidó de ponerse el cinturón y se
estrelló. Salió disparado del coche y murió del impacto.
Spoore frunció el ceño. Aquella última
parte le interesaba. No le cuadraba aquella versión. Sin pedir permiso al
comisario se dirigió hacia el coche estrellado. El capó estaba completamente
aplastado contra una farola partida por la mitad. Seguramente se debió de
romper al estrellarse el coche. A pocos metros del coche se hallaba el cadáver,
rodeado de una cinta blanca pegada al suelo que repasaba su contorno. Tenía
varias heridas en la cabeza, un corte enorme en el brazo, que para sorpresa de
Spoore, no había manchado la camisa de sangre y la pierna doblada de forma
rara, consecuencia de los huesos rotos.
—¡Comisario! —lo llamó Spoore. El
comisario se acercó lentamente seguido de Aylin. Máximo y Rosa se habían
quedado atrás, porque la joven no aguantaría ver aquella escena de su hermano.
Cuando alcanzaron a Spoore este sonrió y miró al comisario—. ¿Listo para otra
de mis conspiraciones? Creo que a este hombre le mataron. No fue ningún
accidente, sino un asesinato.
El comisario arqueó una ceja y adoptó
una postura incrédula que se podía confundir con chulería:
—¿Y cómo es eso posible?
—Me alegro de que me lo pregunte —dijo
Spoore—. Fíjese en el corte que tiene en el brazo. Es enorme, incluso podía
haberle amputado el brazo. Imagino que se lo haría al salir disparado del
coche, se cortaría con el parabrisas. Sin embargo, si observamos detenidamente
la herida, vemos que no ha sangrado. La camisa no tiene manchas de sangre
alrededor de la herida. Una de las partes del cuerpo con más riego sanguíneo no
sangra. ¡Menuda paradoja!, ¿no cree? Efectivamente, puede parecer algo
increíble, sin embargo, esto puede explicarse. Ya estaba muerto cuando tuvo el
accidente.
El comisario estaba asombrado con la
brillantez del detective. Otra vez lo había vuelto a dejar en evidencia. Cuando
salió de su asombro, Aylin y Spoore ya se habían vuelto a reunir con Máximo y
Rosa. Spoore les estaba explicando lo sucedido cuando Aylin se fijó en un papel
que había dentro de la cartera de Fernando, el difunto hermano de Rosa. Sacó un
pañuelo de su bolso y abrió la bolsa de plástico delicadamente. Sacó el
papelito que había en la cartera y observó asombrada que el papel era un
panfleto de la obra Los caballeros de la
Tabla Redonda, la misma en la que participaba Máximo. Inspeccionó los
nombres de los actores y allí vio el nombre de Fernando. Obviamente Fernando y
Máximo se conocían. Avisó a Spoore y este estudió el panfleto con
determinación.
El comisario, que había estado
cotilleando lo que hacían, ideó otra de sus “magníficas” teorías.
—Entonces, alguien que los conocía
asesinó a Fernando e intentó hacer lo mismo con Máximo. Después, para que
pareciera que fue un accidente estrelló el coche de Fernando con el cadáver
dentro.
—Muy bien comisario, siga investigando —dijo
Spoore con sarcasmo.
—¿A dónde vamos nosotros ahora? —preguntó
Aylin.
—Pues a donde comenzó todo. Nos vamos
al teatro —dijo Spoore entusiasmado.
De repente, Máximo notó un dolor
punzante en el costado. Estaba pálido y sudaba mucho. Se llevó la mano
temblorosa al costado y notó que le salía sangre de la herida. Los recuerdos se
agolpaban en su cabeza. Notó que las piernas le flaqueaban y acto seguido se
derrumbó. A su lado, Rosa pedía ayuda a los enfermeros del lugar.
Spoore se mantenía quieto, mirando al
joven desmayado. Se preguntaba qué tenía aquel lugar para haber puesto tan
nervioso al joven actor.
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