Los reinos de Eridna.
Es bastante complicado definir a Eridna. Para
muchos es una leyenda, para otros simplemente es un cuento, y siempre hay
alguien que cree que es verdad. La historia de Eridna comienza con la creación
del mundo. Sus habitantes creen que fue creado por Orhún, el dios sol. La
leyenda cuenta que, tras crear el mundo, Orhún cogió parte de su casco y creó a
Iruna, la diosa luna de la inteligencia, cogió parte de su armadura y creó a
Varuna, la diosa luna de la fuerza, y cogió parte de su corazón y creó a
Deruna, la diosa luna de la pureza. Los cuatro juntos consiguieron crear a los
seres vivos, como las plantas, los animales, los humanos... Cuando finalizaron
el trabajo, se dieron cuenta de que entre todo eso habían creado la vida, pero
también habían creado algo muy poderoso que era capaz de acabar con ella, una
fuerza que ellos mismos denominaron como “la Sombra”. Tras una épica batalla en
la que intentaron someterla, la Sombra quedó atrapada en un túnel que llegaba
hasta las entrañas del mundo, sellado con una puerta de piedra negra. Los
dioses, temiendo que la Sombra pudiera volver, le otorgaron el poder de
gobernar el mundo y vigilar esa puerta a unos seres divinos elegidos por su
inteligencia, su fuerza y sobre todo, por su pureza, que serían conocidos como
los “Guardianes”. Así fue como comenzó la “Primera Era”, con el reinado de un
dragón dorado. Los siglos se sucedieron, pasando así la “Segunda Era”, la
“Tercera”, la “Cuarta” y así hasta la “Séptima”. La “Séptima Era” es conocida
como la era oscura, ya que la Sombra consiguió escapar de su prisión. La Sombra
creó a sus propios guardianes, comenzando una interminable guerra contra los
guardianes que optaban al trono.
Actualmente, Eridna está dividida en ocho
reinos: El Reino del Norte, gobernado por el Rey Elsworth, corazón de hielo; el
Reino de Arena, gobernado por Mo, criatura dorada; los Bosques del Norte,
gobernados por Afrälth, el ciervo blanco; los Bosques del Sur, gobernados por
Lee Scorgasson, el hombre conejo; la Isla Morada, gobernada por Colibrí, la
princesa emplumada; las Tierras de Ceniza, gobernadas por Rapto Denar, el hijo
de la Sombra; el Reino de Cristal Negro, gobernado por Zafrina, la reina
Cuervo; y por último, las Montañas Aladas, las cuales no tienen ningún líder, ya
que la Sombra se encargó de aniquilar a todos los dragones del mundo.
Parte 1: Hielo abrasador.
Prólogo:
Prólogo:
«Lo
primero que recuerdo es la luna, un gran círculo dibujado en el cielo, rodeado
por puntitos brillantes a su alrededor. Era una noche magnífica. Estaba tumbado
en la nieve, intentaba levantarme pero era imposible, tenía algo sobre mí que
me lo impedía. Era enorme y escamoso y obviamente estaba muerto. Cada vez tenía
más frío, era algo insoportable. Me dolía el pecho. Conseguí levantar una mano
y me toqué el pecho. Miré mi mano y vi que estaba manchada de sangre. No sólo
tenía heridas en el pecho, la mejilla me escocía y con la lengua saboreaba la
sangre que salía de mi labio. Volví a poner mi mano sobre mi pecho y encontré
aquello que me había producido mis heridas. Tenía una daga clavada en mi pecho.
Rodeé su empuñadura con mis fríos y largos dedos y tiré de ellas con las pocas
fuerzas que me quedaban. La daga salió de mi pecho y todo se volvió negro.
Después de esto, volví a nacer.»
* * *
Hacía
mucho viento en el Reino del Norte. Afortunadamente los leones albinos del
hielo no tenían frío. El frío era su naturaleza.
Los leones albinos eran
enormes felinos blancos con cuatro inmensas y fuertes garras, capaces de
destrozar cualquier material. Normalmente los leones tienen grandes melenas,
pero en este caso sólo su rey o como ellos lo llamaban, su Dal, era el que
tenía melena. Cada león albino comenzaba a adiestrarse para la guerra a los
pocos meses de nacer, cuando aprendían a andar. Cuando finalizaban su
entrenamiento su función era defender su reino, y para ello creaban poderosas
armaduras de hierro celestial, un metal irrompible.
Aquel día los leones
habían salido a buscar algo. Ni siquiera ellos sabían lo que buscaban. Hacía
unas horas habían visto en el cielo un destello azul que había caído en el
hielo.
Una leona se aventuró
por un paso helado al que nadie se aventuró nunca a explorar. La leona era
joven, apenas habría cumplido los diez años. Normalmente, los leones se
consideraban adultos a los quince años y hasta esa edad, debían obedecer a los
leones adultos, pero aquella leona era rebelde y su espíritu de aventurera
nunca cesaba.
La joven leona, llamada
Wina, cruzó varios túneles de hielo. Cuando temió haberse perdido, vio una
cámara de hielo azul que estaba iluminada por una luz azul. Wina se acercó al
centro de la sala y miró a su alrededor. Aquella sala no estaba hecha de hielo,
sino de zafiro. En el centro vio un paquete envuelto en una tela azul. La leona
destapó el paquete y vio que en su interior no había una caja o un cofre como
ella había supuesto, sino que había un bebé. El bebé tenía entre sus manos una
daga plateada. La leona rugió y su rugido se escuchó por todo el Reino del
Norte.
Una hora después la
sala estaba ocupada por Wina, el Dal Imur, el rey de los leones y el Rey del
Reino del Norte, el Rey Elsworth, que era un humano con una pequeña barba
blanca, grandes cejas blancas y el resto de su cara eran básicamente arrugas.
Sus pequeños ojos eran grises y estaban ocultos por sus cejas y por las ojeras.
Era bastante alto y bastante ancho de espaldas. Iba vestido con un abrigo de
pieles marrones y en una de sus manos llevaba un hacha casi tan alta como él.
-Míralo
es una abominación-dijo
el Dal Imur.
-No
lo es-replicó Wina.
-¿Cómo?
¿Osas desafiar a tu Dal?-gruñó
Imur Wina se calló y agachó la cabeza avergonzada- No sabemos lo que es, debemos sacrificarlo.
-Es
un niño, un bebé humano-exclamó
Wina-. Sacrificarlo sería un
error fatal, es inofensivo. El miedo a lo desconocido le ciega, majestad.
Imur miró a Elsworth,
quien miraba a ambos leones con interés y diversión.
-Leona,
parece ser que no estás al corriente de las leyendas que cuentan sobre otro
niño que nació en el hielo-dijo
Elsworth. Wina sabía a lo que se refería, pero no le pareció oportuno contarlo.
El niño seguía durmiendo, desconociendo el tema de la conversación que en esos
momentos se hablaba.
-Imur,
mátalo tú-dijo
Elsworth, apartándose.
Imur dio un salto hacia
el niño, pero Wina lo empujó cuando estaba en el aire. Wina cayó cerca del niño
y gruñó al Dal. Imur se levantó y atacó a Wina, wuién se defendió hábilmente.
El bebé se despertó y empezó a llorar. Wina vio sus ojos grises goteando y
decidió sacarlo de allí. Agarró la manta del bebé y tiró de ella, cogiendo al niño.
Elsworth e Imur se
quedaron mirando cómo la leona huía. Elsworth miró a Imur con decepción. La
leona había huido y tenía al niño en su poder, pero aún así Imur se sentía
seguro de sí mismo. Levantó una de sus zarpas delanteras y se la enseñó a
Elsworth, quien contempló con orgullo la sangre que había en las garras del
león.
* * *
Wina llegó hasta un
lugar cubierto de hielo. No podía más, había perdido mucha sangre y cada vez le
costaba respirar más. Dejó al niño en una roca negra cubierta de nieve y cayó
al suelo, exhausta. Ni siquiera oyó al niño reír cuando vio la luna en el
cielo. Wina murió instantes después, feliz por haber salvado a aquel indefenso
niño.
La luz de la luna
iluminó directamente al niño, que de repente se transformó en un joven de unos quince
años con el pelo blanco, cejas finas y negras, ojos azules como el cielo
estrellado y la tez pálida. El joven se levantó del hielo. No tenía frío, pese
a estar desnudo. Miró el cuerpo inerte de la leona, se acercó a él y la tocó
con la mano. Instantes después, la leona se había convertido en un hurón blanco
con dos pequeños cuernos marrones en la cabeza. El hurón abrió lentamente los
ojos y miró a su salvador.
-Me
alegra devolverte el favor, Wina.
El joven miró al
horizonte. Sus ojos brillaron maliciosamente. El hijo del hielo quería
venganza.
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