Bienvenidos al Rincón de la Pluma

Queridos lectores:
Bienvenidos al rincón de la pluma, en el que yo (Julio San Román) colgaré mis historias y fantasías de vez en cuando.
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Atentamente,
Persépolis

jueves, 22 de agosto de 2013

Capítulo 1: El joven solitario.



Las tres brujas cantaban alegremente alrededor del fuego, invocando a los malos espíritus. Se encontraban en un bosque de árboles negros, tierra carbonizada y animales monstruosos y oscuros. El ambiente estaba aromatizado por una espesa niebla gris que olía a azufre y a plantas quemadas.
Las tres brujas cogieron en brazos un enorme saco, y lo colgaron con una cuerda deshilachada sobre el fuego. Del interior del saco salió una voz que se quejaba.
-¡Soltadme, malditas brujas!
Las tres brujas rieron al unísono. La mayoría de las personas pensarían que las brujas son mujeres verdes con un sombrero y un vestido negro acompañadas de su escoba y su gato, con inmensas verrugas en la cara. Pero verdaderamente las brujas no son así. Son mujeres bajas, porque suelen ir encorvadas, calvas, sin nariz y con un pico negro y curvado hacia abajo por boca. Sus manos están arrugadas y tienen dedos largos con unas enormes garras. Suelen ir cubiertas por capas, mantos o túnicas negras, para que la gente no las vea sus ojos amarillos de serpiente.
Las brujas siguieron cantando una música improvisada, y cuando alguna de las tres no coincidía en la letra, las otras le daban golpes en la cabeza y se reían.
Conejo al ajillo y caldo con moquillo,                                                                                                                     nos comeremos a este personajillo                                                                                                                                                                                                                                                                                            y azotando bien al fuego,                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                    destrozaremos el mundo entero.
El hombre que estaba dentro del saco se movía cada vez más enérgicamente, tal vez porque cuanto más tiempo pasaba, más calor sentía dentro del saco. El hombre pataleó tan fuerte que el saco se desgarró por la parte superior, dejando un hueco por el que pudiera ver lo que estaba pasando fuera.
De repente todos los allí presentes notaron un intenso frío que les recorrió el cuerpo de arriba abajo. El fuego se apagó, presa de una gruesa capa de hielo, y la niebla se despejó para que las brujas pudieran ver como comenzaba a nevar. El hombre dejó de moverse e intentó mirar lo que ocurría a su alrededor por el agujero del saco.
Una fría ráfaga de viento sopló y, rápidamente una de las brujas se convirtió en hielo puro. Las dos brujas restantes se pusieron rápidamente a cubierto, asustadas y furiosas.
-¿Qué está pasando?-preguntó una con voz de pito.
-Esto sólo puede ser obra de magia-respondió la segunda con una voz grave y ronca.
-¿Un guardián?-inquirió la otra.
Una risa de un joven se escuchó por toda la estancia. Las brujas miraron a su alrededor, buscando al emisor de aquella burlona risa que se mofaba de ellas. Una de ellas sintió que alguien la daba un toquecito por la espalda y que a su vez, se le congelaba el pie.
-¡Maldito mocoso!-gritó la bruja enfurecida, dándose la vuelta, mirando hacia el lugar de donde provenía el golpecito. La risa del joven volvió a sonar, e incluso parecía que ésta se divertía aun más.
Al fin, el joven apareció. Era alto y delgaducho, con el pelo blanco despeinado, cejas finas y negras, ojos azules y tez pálida como la nieve. Su carcasa de cuero era de un bonito color azul, decorada con trozos de escarcha, y no tenía mangas, por lo que dejaba al descubierto una camisa blanca holgada por las mangas. Sus pantalones eran de una tela marrón suave y no llevaba zapatos, pero eso no era problema porque no tocaba el suelo, sino que flotaba. En la carcasa llevaba restos de escarcha y en la mano derecha un enorme bastón, no más grande que él, de madera plateado que en su punta superior brillaba con un brillo azulado. El joven hizo una reverencia desafiante hacia las dos brujas, que lo miraban extrañadas.
-Tú eres Ais Frost-dijo la bruja de la voz de pito, con los ojos abiertos como platos.
-Creo que deberíais soltar a mi amigo-dijo Ais, clavando sus ojos de color azul intenso en los de la bruja, que sintió una extraña sensación de frío.
La otra bruja, viendo la confusión de su compañera, levantó una mano y lanzó una piña carbonizada al joven, que tuvo dificultades para esquivarla. Cuando la piña tocó el suelo, provocó una gran explosión que hizo que parte de las hojas del suelo saltaran hacia el joven. Ais se tapó la boca, sabiendo que si respiraba el polvo que se había levantado, tendría alucinaciones y perdería el conocimiento, ya que era una sustancia muy tóxica.
La bruja de la voz grande se lanzó hacia él gritando. La otra salió de confusión y también se lanzó al ataque. Ais, que no se esperaba esa reacción por parte de las brujas, fue empujado por ambas y cayó al suelo, haciendo que el suelo a su alrededor se congelara. Su bastón salió disparado hacia unos arbustos cercanos, que también quedaron congelados. Una bruja se tiró sobre Ais, dispuesta a darle un puñetazo, pero el joven ya estaba preparado e hizo que en su mano se materializara una daga, con la que cortó la mano a su atacante. La bruja soltó un alarido con su voz de pito y Ais la tocó con su mano desnuda, haciendo que la bruja se congelara. La otra, sin embargo, se había acercado a unos arbustos, había cogido una rama larga y ondulada, se había subido en ella como si fuera una escoba y salió disparada hacia el cielo.
Ais se quitó la estatua de hielo de la bruja de encima y estiró la mano que tenía libre hacia el bastón, que voló hasta su mano rápidamente. Acto seguido, Ais se elevó hasta el cielo, iniciando la caza de la bruja.
Sobrevoló el oscuro bosque, buscando a la bruja, cuando de repente notó que otra piña explosiva se dirigía hacia él. La esquivó y vio que la bruja volaba por encima de él. Se elevó aun más y persiguió a la bruja surcando los oscuros cielos del bosque. Aun así, la bruja era más rápida y no tardó en dejarle atrás.
La bruja soltaba risotadas al ver que el joven se había quedado atrás, por lo que no vio cómo se metía en un torbellino de color azul. Cuando se quiso dar cuenta, se encontraba frente al joven, que estaba preparado para golpearla con su bastón y congelarla. La estatua helada de la bruja se rompió en mil pedacitos al caer al suelo desde semejante altura.
Ais volvió al lugar donde había abandonado al hombre encerrado en el saco. Cortó la cuerda que lo mantenía elevado sobre las cenizas de la hoguera y cayó en el suelo, levantando mucho polvo tóxico y dándose un buen golpe. Ais lo abrió y dejó que el hombre saliera del saco. Era una persona bastante curiosa. Era un hombre de estatura media, con el pelo largo y gris que finalizaba en dos patillas que corrían libres por su maxilar inferior. Sus cejas eran gruesas y espesas, también canosas, como su bigote, bajo una nariz picuda  estirada. Sus ojos eran pequeños y de un color verde intenso. Llevaba un sombrero vaquero del que salían dos grandes orejas de conejo grises. Aparte de esto llevaba una gran gabardina marrón con dibujos geométricos en los laterales y que acababa al final de sus piernas, dejando al descubierto dos inmensas patas de conejo con pelo de diferentes tonos grises. En las manos también se apreciaba el pelo de conejo pero en menor cantidad.
-¡Lee Scorgason!-exclamó Ais, con una sonrisa burlona dibujada en la cara.
-Cuanto tiempo, muchacho. No nos veíamos desde... ¿hace cien años?, más o menos. ¿Recuerdas las Montañas Aladas de Eridna?-respondió Lee, con un tono severo.
-No me dirás que todavía estás enfadado por aquello ¿verdad?-preguntó Ais, conteniendo la risa.
-¡Hubo una avalancha y tú me abandonaste a mi suerte!-replicó Lee.
-Cavaste un agujero con tus poderes de súper conejo y escapaste, ¿qué podía hacer yo?-se excusó Ais, sabiendo que el hombre conejo tenía razón- ¿Vas a decirme qué haces en las Tierras de Ceniza o tengo que adivinarlo?
-He venido a buscarte. Eres difícil de encontrar, sobretodo porque nadie sabe dónde está tu guarida. El caso es que venía bajo tierra y esas asquerosas brujas me embaucaron con una zanahoria mágica y no pude resistir la tentación. Entiéndeme, llevo días sin comer.
-¿Qué quieres de mí?-preguntó Ais, pero al ver el rostro de Lee, supo que el hombre conejo sólo actuaba de mensajero- O mejor dicho, ¿qué quiere Elsworth de mí?
-Oye, ya sé que no te llevas bien con él, pero te necesita. Ha encontrado algo y no sabe lo que es. Me mandó a buscarte para decirte que te interesaría. Según dijo, era algo similar a ti -explicó Lee.
Ais frunció el ceño. ¿Algo parecido a él? ¿Otra persona con sus mismos poderes? Ais siempre había estado solo y eso le gustaba (la única compañía en el mundo que tenía era Wina, su hurón), pero siempre había querido saber de dónde venía, conocer a alguien igual que él... Ais debía estar solo en el mundo. Todo lo que tocaba quedaba congelado al instante. Por eso no le gustaba ir andando ya que congelaba el suelo. Tampoco podía tocar a nadie con las manos. Ni siquiera podía comer pues la comida, al entrar en contacto con sus blancos dientes, quedaba congelada. El frío era su naturaleza, y eso era algo que no podía remediar, pero si encontraba a alguien semejante, alguien a quien poder tocar y que no se convirtiera en hielo...
-Debo ir al Reino del Norte. Tal vez allí se encuentre la respuesta a mis preguntas -dijo el muchacho. Era increíble como su actitud divertida y burlona se había transformado en una seria y fría al oír el nombre de su padre.
De repente se escucharon entre los arbustos unos aullidos. Ambos giraron la cabeza en la misma dirección, esperando encontrar el origen de los aullidos. No obstante, ambos reconocieron muy bien qué criatura era capaz de aullar así.
-Son lobos “cenizados” -dijo Lee. Ais ahogó un grito, pero superó su miedo y agarró su bastón con las dos manos, dispuesto a pelear-. ¿Qué haces, muchacho? No puedes luchar contra un lobo de ceniza. Te mataría antes de que consiguieras congelarlo. Además vendrán guiados por soldados. Debemos huir. Tú aléjate tanto como puedas de aquí, ve al norte. Yo les distraeré e intentaré volver a mi reino.
-No puedo permitirlo, déjame pelear -replicó Ais.
-Eres más valioso vivo que muerto, vete ahora mismo -sentenció Lee mirándole fijamente con sus ojos verdes.
Ais tragó saliva y se elevó hasta el cielo. Después puso rumbo al Reino del Norte.
Por su parte, Lee dio un silbido y la tierra comenzó a moverse bruscamente y a metamorfosearse. Lo que antes formaba parte del suelo ahora era un conejo de tierra negra. Lee se subió a lomos del conejo y marchó en dirección contraria a la de Ais.
Al cabo de un rato, notó que los lobos le seguían. Asestó un taconazo al conejo para que fuera más rápido, pero el conejo iba lo más rápido que podía. Finalmente, Lee giró la cabeza y vio unos perros enormes hechos de ceniza persiguiéndole. Medirían lo mismo que un caballo de alto pero serían tan veloces como un guepardo. Lee se metió la mano en el bolsillo y de él sacó unas piedrecitas redondas del tamaño de huevos y se las lanzó a los lobos. AL instante, las bolas explotaron y enredaron las patas de los lobos con fuertes lianas. Algunos cayeron, pero otros consiguieron levantarse y continuaron persiguiendo a su presa. El conejo empezó a zigzaguear para intentar perder de vista a los lobos. Lee ya no podía hacer más, así que se concentró en guiar al conejo por el camino adecuado.
Cuando menos se lo esperaba, un lobo más rápido que los demás saltó hacia el conejo de tierra y lo rompió en mil pedacitos. Lee cayó fuertemente al suelo y lo último que vio antes de perder el conocimiento fue a unos soldados con armaduras negras deteniendo a los lobos y arrestándole.

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