Escena
2: Un identidad servida con donuts
A la mañana siguiente, Spoore llamó al
número de teléfono que estaba escrito en la servilleta que encontró en el
bolsillo de Arturo. Contestó una voz joven y dulce:
—Buenos días, ¿con quién hablo?
—Me llamo Dorian Spoore, anoche llegó a
mi casa un hombre que tenía su teléfono escrito en una servilleta, me gustaría
hablar con usted para aclarar algunas cosas —respondió Spoore.
—¿Ha pasado algo? ¿Es usted policía?
—No, para nada. Simplemente queremos
averiguar algo sobre él. —Por el tono de voz, podía apreciarse que la forma
misteriosa de hablar de Spoore ponía nerviosa a la joven. Aun así, el trato del
detective la hizo entender que no ocurría nada malo.
La chica accedió a quedar en la misma
cafetería donde se había producido el encuentro. Spoore, Aylin y Arturo fueron
a la cafetería a la hora acordada. Una vez dentro, les invadió un delicioso
olor a donuts, café y pan recién hecho. Realmente no tenían ningún plan,
simplemente tenían que dejar que alguna mujer joven se fijara en Arturo y le
reconociera. La cafetería recordaba a las de los ochenta. Había un mostrador de
los mismos colores que las rayas rosas o azules que estaban pintadas sobre la
pared blanca. Al fondo había una gramola —claramente querían imitar el estilo
ochentero— y las mesas eran metálicas. Las camareras iban con uniformes a juego
y con patines blancos de ruedas rosas en los pies.
Todos buscaron con la mirada su
objetivo, intentando encontrar algún gesto, postura o comportamiento extraño en
las jóvenes de la cafetería. Minutos después, entró una joven rubia, de piel
morena, con los ojos azules como el océano y los labios rojos como las cerezas.
Iba muy maquillada, pero aun así a ella le quedaba bien. Vestía ropa negra,
como si estuviera de luto. Al ver a Arturo corrió hacia él y captó su atención.
Arturo no sabía si realmente era ella, ya que seguía sin recordar nada. Aylin
propuso sentarse en una mesa para hablar más tranquilamente. Spoore le contó a
la joven, Rosa, todo lo que sabían sobre Arturo.
—¿Sabes cómo me llamo? —preguntó Arturo
esperanzado.
—Creo recordar que te llamabas Máximo,
no Arturo —dijo ella algo insegura.
—¿Entonces por qué me suena tanto el nombre
de Arturo? —preguntó Máximo en voz alta, aunque la pregunta fuera dirigida a sí
mismo.
-No sé si ayudará, pero me dijiste que eras actor y que
estabas preparando una obra muy importante... —Cuando Rosa dijo esto, Aylin se
sobresaltó. Aquella mañana había leído en el periódico un artículo sobre una
compañía de teatro que estaba preparando la obra Los caballeros de la Tabla Redonda. Si hubiera sido otra persona,
tal vez habría creído que se trataba de una casualidad, pero era Aylin Adams,
ayudante de Dorian Spoore, y el detective le había enseñado que en su oficio no
se le estaba permitido creer en las casualidades. Compartió esta información
con Spoore, que decidió ir al teatro donde se representaría la obra con el fin
de averiguar si conocían a Máximo. No obstante, quería hablar un poco más con
Rosa sobre su encuentro del día anterior.
—Bueno, pero antes de irnos, me
gustaría saber qué estuvisteis haciendo ayer.
—Charlamos. Yo estaba aquí sentada y él
se acercó. Empezamos a hablar y me contó que trabajaba como actor. Se me hizo
tarde, así que le di mi teléfono para que me llamara otro día y me fui.
—Y ¿quién se ha muerto esta noche? —dijo
Spoore, pillando de improviso a Rosa, que balbuceó sin saber qué responder—. Lo
digo por la ropa negra, el maquillaje para ocultar el rastro de las lágrimas,
los ojos llorosos...
Rosa sabía que Spoore la había atrapado
en una habitación con una sola salida. Obviamente tenía que contárselo.
—Mi hermano, en un accidente de coche.
La policía está investigando, pero no me ha dicho aún nada —respondió
tristemente Rosa, a punto de llorar.
—Si me llevas al lugar del accidente,
te prometo que descubriré qué pasó —dijo Spoore serio y frunciendo el ceño.
Rosa asintió. Parecía que se hubieran olvidado de Máximo. Estaba claro que si
el detective olía un misterio, no perdía la oportunidad de meter las narices en
medio. Aylin movió la cabeza. Ella lo sabía perfectamente. Por culpa de ese
afán de resolver misterios se habían metido en más de un lío.
Salieron todos de la cafetería y
recorrieron varias calles hasta que llegaron a una plazoleta repleta de
policías y médicos que iban de un lado para otro, muchos de ellos sin saber qué
hacer o demasiado ocupados como para pararse a explicar lo que estaba
sucediendo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario