Dorian Spoore y el robo de la “Crónica
de los Estuardo”.
Era un día nublado en
Londres, en la era victoriana. Fleet Street estaba tranquila aquella mañana.
Las frecuentes lluvias habían hecho que la calzada se embarrara, por no
mencionar la gran bajada de las temperaturas que habían experimentado durante
las últimas semanas.
El frío fue el motivo
por el que Aylin Adams, esposa y
colaboradora de Dorian Spoore, se había despertado. Se levantó de la cama y se
puso su fina bata blanca por encima del camisón. Se giró y dirigió su vista
hacia la cama, echando en falta algo que debería estar ahí, su marido. Salió de
la habitación y se dirigió al despacho de Spoore, pero de repente alguien llamó
a la puerta y se vio obligada a bajar las escaleras. Abrió la puerta y vio que
era el cartero quien segundos antes había llamado. Traía un mensaje para
Spoore. Aylin lo cogió y subió las escaleras, llegó hasta el despacho de Spoore
y abrió la puerta. Tras ver el interior del despacho soltó un pequeño grito. Lo
que Aylin había visto era el cuerpo de su marido colgado por el cuello de una
cuerda que estaba atada a la lámpara del techo. Spoore estaba despeinado, con
los ojos cerrados, sin afeitar y con el tronco al descubierto, ya que no
llevaba camisa. Cuando Aylin se recompuso del susto, se acercó al cuerpo de
Spoore y le dio un fuerte manotazo en la espalda. Rápidamente, Spoore abrió los
ojos y soltó un pequeño grito, mezcla de sorpresa y de dolor.
-¿Qué haces ahí colgado?-preguntó Aylin.
-El estrés está a punto de matarme-contestó Spoore.
-No, creo que es la soga que tienes al cuello lo que está
a punto de matarte-bromeó Aylin-.
¿Por qué estás estresado? Que yo sepa, no estás investigando ningún caso.
-Ese es el problema, la inactividad me resulta
insoportable. Por eso me he puesto a investigar la forma de ahorcar a alguien y
que no muera-explicó Spoore. De repente movió una pierna y después la
otra-. Me temo que se me ha dormido la pierna. Será mejor que
baje. Aylin, ayúdame... ¿Aylin?
Aylin no lo escuchaba.
Estaba leyendo la carta que momentos antes le había entregado el cartero. Al
parecer era de una mujer que quería visitar a Spoore para contratarle:
“Querido Sr. Spoore:
Me llamo Martha Hudson. Lamentablemente no puedo darle
mucha información sobre de mí y mi problema por carta, así que iré a su
domicilio hoy a las diez de la mañana.
Firmado:
Martha Hudson.”
Spoore, quien había
conseguido bajar solo, le quitó el papel de las manos a Aylin. Observó el
papel, la tinta con la que se habían escrito aquellas delicadas y preciosas
letras, una mancha de tinta en la esquina superior derecha, lo olió y vio que
el papel olía a perfume.
-Aylin, creo que tenemos un misterio que resolver.
Necesito mi pipa para pensar, ¿dónde está?
-No te lo voy a decir-dijo
Aylin, dejando algo perplejo a Spoore, quien en los últimos meses había
utilizado el tabaco para calmar su estrés-.
Si sigues fumando, acabarás enfermo o peor. Ahora voy a vestirme y a
arreglarme, y tú ponte una camisa.
Una vez dicho esto, Aylin
salió del despacho, cerrando la puerta detrás de ella y dejando solo a Spoore.
-Yo juraría que llevaba puesta una.
* * *
A
las diez en punto, Martha Hudson llegó a Fleet Street, como había dicho en la
carta. Aylin la acompañó hasta el despacho de su marido. Cuando todos
estuvieron reunidos, Spoore se fijó en la Sra. Hudson:
Era
una mujer baja, joven pero de semblante serio, con el pelo negro y liso
recogido en un pequeño moño. Sus ojos eran pequeños y negros, como los de un
pájaro. Sin embargo, no se parecía en nada a un ave, ya que su nariz era
pequeña y chata y su boca, también pequeña, tenía unos finos labios pintados de
color carmín. Su vestido azul era de baja calidad, pero había algo en ella que
inspiraba desconfianza a Spoore.
-Sr.
Spoore, mi nombre es Martha Hudson-dijo
ella antes de que Spoore la interrumpiera.
-Ya
me lo figuraba, pero por favor, llámeme sólo Spoore.
-Está
bien, Spoore, le llamaré así si eso es lo que le desea. Como ya le mencioné en
la carta, tengo un problema. Han robado un libro en mi casa y ese libro tiene
un gran valor para mí-explicó la Sra. Hudson.
-¿De
qué libro estamos hablando?-quiso saber Aylin, quien se
había sentado en un sillón junto a su marido, en frente de la Sra. Hudson. La Sra.
Hudson negó con la cabeza, dando a entender que no quería decirlo.
-No
está siendo muy sincera-dijo Spoore, pero al ver que
la Sra. Hudson no entendía por qué Spoore había dicho eso, decidió explicarse-. Primero, no quiere decirnos de qué libro se trata, sin
embargo nos pide ayuda para encontrarlo. Bastante paradójico, ¿no cree? Después
está el misterio de su vestimenta. ¿Por qué quiere hacernos creer que es pobre
llevando ese vestido azul de baja calidad? Si observamos bien la carta que recibimos
esta mañana, podemos observar que está escrita con tinta china, y no todo el mundo
puede permitírsela, además tiene una caligrafía bastante bonita, algo inusual
en los barrios pobres de Londres. Por otra parte, el papel olía a perfume. ¿Es
eso normal? Bueno, es bastante normal si vives en una familia adinerada. Para
reforzar esta afirmación, quiero resaltar la tinta que hay en la esquina de la
carta. Seguramente con las prisas se le cayera encima, manchando la carta y su
vestido y, en parte, a usted también. Pero como está acostumbrada a escribir
con ese tipo de tinta, sabe como limpiarla. ¿Me equivoco en algo?
La
Sra. Hudson se recostó en el sofá, sonriente. Sabía que Spoore no se equivocaba
en nada. Asintió un par de veces con la cabeza y dijo:
-Han
robado la “Crónica de los Estuardo”.
El
semblante de Spoore se oscureció, sin embargo, Aylin parecía perpleja.
-¿Qué
es eso de la “Crónica de los Estuardo”?-preguntó
Aylin. La Sra. Hudson señaló con la mano a Spoore, como si le estuviera dando
permiso para hablar.
-La
“Crónica de los Estuardo” es un libro que recoge todos los secretos de estado
de Inglaterra, desde que el primer miembro de la familia Estuardo la creó hasta
hoy-explicó Spoore-
¿Cómo la robaron?
-Será
mejor que me acompañe, Spoore. Prefiero enseñarle el escenario del crimen-dijo la Sra. Hudson-.
Claro está, si acepta el caso...
-Por
favor, el robo del libro más importante de Inglaterra... no me lo perdería por
nada del mundo.
* * *
Llegaron
a una finca en medio del bosque. La valla mediría unos tres metros de alto, sin
contar el alambre de espino que cubría la parte superior. La casa tenía dos
plantas con tres habitaciones cada una. En la planta superior sólo había dormitorios.
Spoore supuso que serían para el servicio y para la Sra. Hudson. En la planta
baja había un vestíbulo, una sala de reuniones y la cocina. Entraron por la
puerta principal y llegaron al vestíbulo. Era una sala bastante curiosa, ya que
no había muebles, simplemente había una alfombra y tres cuadros con un león
en cada uno. Spoore miró detenidamente
los cuadros y dedujo que cada león representaba a una región de Gran Bretaña:
Inglaterra, Escocia y Gales. Todos los leones miraban al centro de la sala, concretamente
a un punto bajo la alfombra. Spoore levantó la alfombra y vio que bajo ella
había una trampilla. La abrió , entró por ella y todos le siguieron. Bajó las
pequeñas escaleras y vio un altar en medio de una sala circular. El altar
estaba rodeado por una verja de hierro negro. Encima del altar había una
estructura de madera que, seguramente, serviría para colocar el libro.
Spoore
hizo una seña a Martha para que llamara a todos los habitantes de la casa y los
trajera a esa misma habitación. Minutos después, allí estaban todos. En total
eran cuatro: Martha Hudson, la representante de la Reina en aquella casa y
protectora del libro, ella era la que tenía controlaba todo lo que hacían en la
casa los demás ocupantes; Jean O’Neill, el guarda de seguridad, un tipo de
aspecto temible al que, según la Sra. Hudson, le gustaba tejer, cocinar y
limpiar, tenía la nariz completamente aplastada, seguramente porque se la
habían roto muchas veces, tenía el pelo marrón y corto y lo llevaba hacia
arriba, como si fuera un militar; Emilie Wayne, la criada, una muchacha alta y
delgada, de unos dieciséis años, de cabello pelirrojo y ojos grises; Arthur
Watson, el jardinero y el ayudante del Sr. O´Neill, un joven de unos dieciocho
años, delgado, con la cara angulosa, los ojos oscuros y pelo negro.
Spoore
se situó frente al altar y miró a todos los residentes de la casa:
-Quiero
saber qué hicieron ayer por la noche.
-¿Quiere
decir que uno de nosotros es el ladrón?-dijo
O´Neill.
-Exacto,
yo no he visto huellas en el exterior de la casa, con lo que el ladrón debe de
seguir aquí, en esta casa-aclaró Spoore.
Martha
Hudson empezó contando lo que hizo:
-Yo,
como de costumbre fui a dar un paseo por la noche, hasta que se puso a llover y
decidí meterme dentro. Tras revisar que el libro siguiera en su sitio, fui a mi
habitación y me puse el camisón, y me fui a dormir. También es cierto que desde
mi cama oí ruidos en el jardín y que, cuando miré por la ventana, vi que alguien
se escondía en el cobertizo. Pensé que era el propio O´Neill quien estaba en el
cobertizo, así que no di la voz de alarma. ¡Qué tonta fui!
-No
se torture, mujer-dijo Spoore, entonces miró a O´Neill- ¿Dónde estuvo usted? ¿Se escondió en el cobertizo?
-Me
temo que no, como todas las noches, vi salir a la Sra. Hudson de la sala
secreta y subir a su habitación, entonces yo me quedé en el vestíbulo vigilando
que no viniera nadie. Entonces, oí a alguien fuera y salí a ver qué pasaba,
pero en ningún momento fui al cobertizo-explicó
O´Neill,
Spoore
se giró hacia la Srta. Wayne, la criada:
-¿Qué
hizo usted, querida?
-Yo
me fui a dormir pronto, me dolía la cabeza y ya sabe...
-Una
pregunta-dijo Aylin-, ¿por
qué cuando Spoore te ha preguntado, tú has mirado a Arthur?
Emilie
Wayne había sido descubierta, y ella lo sabía. Bajó la cabeza y lo confesó
todo:
-Pasé
la noche con él, en el cobertizo... Me envió una nota que decía que le esperara
en el cobertizo, y eso hice...
-Así
que todos tienen coartada-dijo Spoore-. La Sra. Hudson dormía, O´Neill montaba guardia, pero
dejó la sala sin vigilancia cuando oyó a los amantes, y los otros dos... bueno,
estaban demostrando su amor. Voy a buscar el libro, ustedes quédense aquí hasta
que yo lo encuentre.
Y
dicho esto, Spoore salió de la habitación y, tras varios minutos de espera,
volvió y les dijo a todos que ya podían salir. Cogió a la Sra. Hudson del brazo
y acompañados por Aylin, salieron de la casa. Tenía algo importante que
decirle. Mientras los demás continuaron con sus tareas.
Sin
embargo, aunque ellos creían que estaban teniendo una conversación privada,
alguien les estaba escuchando tras la puerta. Spoore había dicho que había
encontrado el libro
* * *
Arthur
entró en el salón y se acercó a la chimenea. Quitó un par de troncos y cogió la
“Crónica de los Estuardo”. Todavía seguía ahí, con lo que Spoore no había
encontrado el libro. Cuando se levantó con el libro en las manos, se giró y vio
a Spoore detrás de él. Cuando el detective empezó a aplaudir irónicamente, Arthur
se dio cuenta de que había caído en una trampa.
-Sinceramente,
¿amas de verdad a la criada?-preguntó Spoore a Arthur- Le enviaste una nota para que fuera al cobertizo y así
distrajera a O´Neill, después cogiste el libro, lo escondiste y te fuiste con
la criada al cobertizo. Un buen plan, si no fueras tan inseguro. Te has creído
la mentira de que yo había encontrado el libro tan fácilmente...
-No
soy mala persona-dijo Arthur, intentando excusarse-, tengo muchas deudas y necesito el dinero. Pensaba
vender el libro en el mercado negro.
-A
mí no me debes ninguna explicación. Se la debes a la Srta. Wayne, quien sí te
quería.
La
puerta del salón se abrió y apareció la Sra. Hudson acompañada por Aylin y por
dos policías. Emilie Wayne vio, con el corazón roto, cómo se llevaban a aquel
ladrón esposado al carro de la policía, y aunque ella nunca lo supo, él también
la quería.
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