Sin abuelas no hay paraíso.
Hace poco, pero no
hace tres segundos.
Querido desconocido:
Como habrás podido observar
en el sobre, me he cambiado de dirección. Hace poco me mudé a otro pueblo por
motivos económicos. Pensé que sería un buen momento para empezar de cero, hacer
amigos, ligarme a un par de chicas... Pero no fue así.
Para empezar, todos me
miraban como si fuera un bicho raro y en segundo lugar, las chicas son feas o
gordas o las dos cosas a la vez. Afortunadamente, en el instituto, he
encontrado a la chica ideal para mí. Es mi compañera de pupitre y se llama
Cristina. Es perfecta tal y como es, sus labios, sus ojos, su pelo y ese olor a
limón que desprenden sus cabellos cuando la fresca brisa sopla... ¿Se nota
mucho que estoy enamorado de ella?
Aun así, debo estar
preparado para cualquier cosa. Por eso, he creado un plan a largo plazo, de
unos seis meses, para ligármela. El plazo se puede reducir o alargar, pero eso
depende de si ella colabora o no. Antes todo era mucho más sencillo: Cuando
teníamos seis años, a las chicas les gustaban los chicos más rápidos de la clase o los más fuertes, pero ahora hay
que esforzarse mucho para tener novia. Recuerdo a un chico de mi anterior
instituto que pese a ser muy bajito, era muy rápido y muy hábil y tenía a todas
las chicas coladitas por él, pero cuando pasó a secundaria, le apareció el
acné, le pusieron aparato y se ganó el asco de todo el instituto. Por si te lo
estás preguntando, ese chico no era yo. En mi anterior instituto había más
pringados aparte de mí, pero ninguno como yo.
Volviendo a mi historia. La
abuela vino a nuestra casa para asegurarse de que nos habíamos asentado bien.
Mi abuela estaba un poco loca. Cuando era pequeño, encontré un hueso en su sótano
y pensé que era una asesina en serie que mataba a sus víctimas tirándolas de
los mofletes y arrancándoselos, hasta que descubrí que el hueso era un hueso
que había sobrado del cocido y que el perro de la abuela lo había cogido para
morderlo. Cuando apareció por la puerta, me vi obligado a darla un beso en la
mejilla, pero como ella era medio ciega y tenía un poco de Parkinson, su beso
acabó en mi boca. Estuve traumatizado durante unas horas, hasta que se me
olvidó, pero entonces vino a mi habitación mi “querida” hermanita y me lo
recordó.
Como la abuela iba a pasar
unos días en nuestra casa, mis padres aprovecharon esta situación y el fin de semana
salieron a cenar, a bailar y pasar una de aquellas noches locas que no tenían
desde hacía años. Yo, por mi parte, también aproveché la situación. Nos habían
mandado un trabajo en el instituto y yo tenía Cristina como compañera, así que
le dije que podíamos pasar juntos la tarde del sábado y hacer el trabajo y lo
que surgiera. Obviamente, esta última cosa no se lo dije.
Ella aceptó. Últimamente estaba
pasando mucho tiempo con ella y nos habíamos hecho muy amigos. Aquella tarde
fue estupenda: hicimos el trabajo (que, por cierto, nos quedó muy chulo),
jugamos a los videojuegos, hablamos de nuestras cosas, reímos, bailamos... Fue
una tarde maravillosa.
Cuando me llegó la hora de
volver a casa, me di un buen golpe en la cabeza con una estantería que estaba
un poco baja y me hice un chichón. Cristina me llevó al sillón y me preguntó
cómo estaba. Yo iba a responder que me encontraba bien, pero ella me dijo que
si estaba mareado podía quedarme en su casa un rato más. Obviamente, como soy
un chico educado que nunca dice mentiras, dije que estaba un poco mareado.
Su madre me dijo que podía
llamar a mi abuela y decirle que viniera a buscarme con el coche, pero yo
respondí que mejor que mi abuela no cogiera el coche, que la última vez que lo
cogió lo puso a dos ruedas y atropelló a unas cuantas personas. Por suerte para
ella, las personas que atropelló, entre las que se encontraba una señora que le
debía dinero, no estaban cruzando por el paso de cebra, así que sólo le
pusieron una multa y le quitaron los doce puntos del carnet de golpe. No le
cayeron la cadena perpetua ni la entrada en un manicomio de puro milagro. Llamé
a mi abuela y la dije que me iba a quedar a dormir en casa de Cristina.
Cuando nos fuimos a la cama,
ella me sacó un colchón hinchable para que durmiera en él. Curiosamente, el
colchón se pinchó. Cristina me preguntó que con qué se había pinchado pero ¿qué
iba a saber yo? Como ella no quería que yo durmiera en el sillón, me dijo que
podía dormir con ella en la cama. Yo estaba de los nervios y no me lo podía
creer. El único problema fue que, como yo no tenía pijama, me tuvo que dejar
uno rosita de Winnie the Pooh que además me quedaba muy pequeño. Pero eso dio
igual. Nos tumbamos en la cama y me advirtió que si me abrazaba cuando estaba
dormida, que la avisara. Yo no quería molestarla así que, si se daba la
ocasión, no la avisaría, por educación.
Se durmió a los cinco
minutos, y a los diez me estaba abrazando. Me quedé toda la noche en vela, con
una cara de atontado increíble. Cuando se despertó, todavía estaba abrazada a
mí. Me preguntó si había estado toda la noche despierto, pero yo le dije que me
acaba de despertar. Ella me respondió que le había parecido verme con los ojos
abiertos y a mí lo único que se me ocurrió decir fue que de vez en cuando
dormía con los ojos abiertos. Soy idiota y no tengo remedio.
Me dijo que ya no era un
amigo para ella. Yo creyendo que lo había fastidiado todo con ella intenté
excusarme pero ella me puso un dedo en los labios y yo me callé. Me dijo que
era algo más para ella, yo cada vez estaba emocionado y temía ponerme en plan
gaseoso y tirarme unos pedos por los nervios, así que aguanté lo máximo que
pude y la dejé seguir hablando. Ella me dijo que lo había estado pensando mucho
y que yo le gustaba mucho y que si yo estaba preparado estaba dispuesta a salir
conmigo y, tras decir esto me besó. Yo estaba encantado. Abrí un poco los ojos
y de repente vi a mi abuela besándome. Yo me aparté rápidamente y Cristina me
miró extrañada. Yo la dije que estábamos mejor siendo amigos, por ahora, que
tal vez dentro de poco, lo que venía a ser el día siguiente, podíamos empezar a
salir juntos y a ser novios. Ella me preguntó que por qué decía aquello y yo la
contesté que su manera de besar me recordaba a la de mi abuela.
En cuestión de segundos, me
encontraba en medio de la calle, en frente de la casa de Cristina, descalzo,
con un pijama rosa que me quedaba pequeño y con la marca de una torta en la
cara. ¿Cómo había llegado hasta allí? Hacía tres segundos estaba en una cama
besando a una chica en los labios y después estaba allí.
Prometo solucionarlo. Ella
ha sido la primera chica en besarme a voluntad propia y no iba a dejarla
escapar.
Firmado:
Un pringado idiota
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