Los diez mandamientos del pringao.
Semana
Santa.
Querido
desconocido:
¡Hola!
Como te imaginarás, soy el pringado de siempre. Es Semana Santa y, como
entenderás, no me alegro mucho. Tras mi expulsión de la iglesia sin ningún
motivo, no me apetece celebrar procesiones en honor a Dios y todo eso.
En
un principio pensé en quedarme en casa. Pero en Semana Santa no echan nada
bueno en la tele. Todo son películas religiosas: Ben-Hur, Los diez
mandamientos, Jesucristo Súper Star... Creo que es la única semana del año en
la que los curas ven la tele. Realmente, la gente dice: “¡Bien, vacaciones de
Semana Santa!” ¿Pero son tontos? Esto es un puente largo. Navidad son
vacaciones cortas y las de verano sí son vacaciones. Semana Santa, como su
nombre indica, es una semana.
Le
dije a mi madre que si nos íbamos de viaje, por aprovechar las “vacaciones” (no
como otros, que estarán enganchados al ordenador todo el día) y ella me dijo
que sí. ¡Qué bien! Nos íbamos a la playita, al mar, con las palmeritas... Pero
como salía caro nos fuimos a mi pueblo en Andorra. ¡¿Pero qué pinto yo en
Andorra?! Si Andorra es un país para comprar tabaco. Vamos a ver, estaba Dios
dibujando la frontera entre España y Francia y se salió de la rayita de puntos
que tenía que repasar y dijo: “San Pedro tráeme típex” y San Pedro respondió:
“Lo siento, todavía no se ha inventado” y así fue como se creó Andorra.
Entonces, no me pareció tan mal lo de quedarme pegado al ordenador.
En
fin, el viaje fue un tostón con el tema de los pasaportes y todo eso y además
fuimos en coche. Cuando llegamos allí
había una procesión y tuvimos que llevar las maletas desde la otra punta del
pueblo a casa de mi abuela andando. ¡Maldita procesión! Si más que rendir
homenaje a Dios, parecía un desfile de frikis de Harry Potter. Los capuchinos,
con las máscaras parecían los dementores o los mortífagos, como se llamen. Sólo
faltaba que al cura le quitasen la nariz y le llamasen Voldemort.
Al
día siguiente, estaba aburrido. No sabía qué hacer. Estaba tan aburrido que
incluso llamé al contestador para que me diese conversación. Pero mi abuela,
que es más lista que el hambre, me dijo que disfrutase de las fiestas. Era
cierto, estábamos en fiestas, que no era necesario ir a misa y todo eso, que
las fiestas son para divertirse y que con el pretexto de que estamos en
fiestas, uno puede hacer lo que quiera: tirar una
cabra por el campanario, quedarte hasta las tantas en la calle y si te apetece
ponerte pedo... no, espera, voy mal por ese camino.
Bueno,
por la noche salí a la calle. Al día siguiente, me levanté en mi cuarto sin
camiseta. No recordaba nada de aquella noche. Lo único que recordaba eran
viejos, bingo y unicornios. Fui a asearme y de repente vi en mi hombro un
tatuaje con un unicornio y un cartel en el que ponía “si la tontería tuviese
nombre...” Entonces lo recordé todo. Fui a divertirme, pero lo único
medianamente divertido de mi pueblo es el bingo del centro de jubilados. Fui y
jugué al bingo, gané y como premio me dieron una dentadura postiza, entonces,
un señor mayor sin dientes me pegó un garrotazo en la cabeza y creo que ahí me
dejó aturdido y me hice el tatuaje. Mi madre me vio el tatuaje y me castigó
diciendo que tenía que sacar a los pastores alemanes de mi abuela, durante una
semana, es decir, todo lo que me quedaba de vacaciones. Lo que pasa es que en
Semana Santa siempre llueve, como si Dios llorase por la muerte de Jesús. A
propósito, Jesús ha muerto, cuesta creerlo, pero el viejo que me pegó murió de
un ataque. Volviendo a mi historia, como llovía, le dije a mi primo que si me
podía llevar a dar un paseo a los perros en su coche. Él aceptó. Lo que pasa es
que, al sacar a los perros en coche, se hacen sus necesidades en el asiento
trasero y al ser pastores alemanes, la peste no es muy buena que digamos.
Durante
los días siguientes les paseé a pie. Un día, vieron un conejo y lo empezaron a
perseguir. A mí se me quedó enganchada la correa en el pie y me arrastraron
durante un buen rato por las montañas, hasta que se cansaron. Estaba perdido
y mi móvil no tenía batería. No me tenía
que haber pasado la tarde anterior jugando al Angry Birds. En fin, empecé a
andar y llegué a un pueblo en el pie de los Pirineos. Pregunté a un señor que
dónde estaba. Él me contestó en un idioma raro, supuse que era vasco. No sé
mucho de idiomas, pero la particular pronunciación de la “r” como una “g” me
decía que era vasco. Después calculé con mis suficientes conocimientos de
geografía dónde podía estar el pueblo. Veamos, si el país vasco, está en el sur
de España y Andorra está en el centro de Cantabria, pensé que debería ir hacia
el norte. ¿Te he contado que me suspendieron sociales? Pero creo que fue por el
tema de los romanos, que no se me dio bien.
El
hombre me dio una bicicleta de aproximadamente la época de mis padres, es
decir, era un bicicleta prehistórica. En
fin, que me fui dirección norte y a lo largo del trayecto se me juntó un grupo
de chavales de mi edad. Cuando llegué a una ciudad muy grande, supuse que
podría preguntar dónde estaba, pero de repente me choqué con una cinta en mitad
de una calle y todo el mundo me aplaudió. Me subieron a un podio y vi a lo
lejos la Torre Eiffel. ¡Entonces estaba en Londres! Pero en ese momento tenía
problemas más grandes. Un chaval que me estuvo siguiendo todo el rato, se me
acercó y me dijo algo así como “¡Maldito español! Para una vez que un francés
va a ganar el “Tour de Francia Juvenil”, vienes tú se lo impides”, pero no me
hagas caso que yo no sé mucho de idiomas.
El
caso es que el chico me empezó a perseguir y me recorrí el recorrido que había
hecho al principio pero al revés, y al final llegué otra vez al pueblo de mi
abuela, todavía con el chico persiguiéndome.
Al
final, se volvió a su casa y yo me fui a casa de mi abuela y me di cuenta de
que era 20 de abril. En ese momento pensé que el colegio ya tenía que haber
empezado.
Firmado:
El
ganador del Tour de Francia Juvenil en Londres.
P.D.:
¿Sabes que mis padre no me echaron en falta en todo ese tiempo y se fueron a
Madrid sin mí?
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