Aylin llegó al teatro poco después de
que Spoore la llamara. Traía consigo a Rosa. El detective andaba un poco
perdido. Todos parecían culpables. Las coartadas no ayudaban. Al parecer todos
estuvieron en sus casas, obviamente solos, sin nadie que pudiera confirmarlo.
Spoore creía que lo habían hecho a propósito para hacerle más difícil el
trabajo. No obstante, la presencia de Aylin lo ayudó. Se habían sentado en uno
de los palcos del teatro, donde nadie pudiera escuchar su conversación.
—¡Me duele la cabeza y no tengo nada
que beber! —exclamó Spoore a punto de colapsar.
—Te he traído un zumo de uva y piña, tu
favorito —dijo Aylin mientras sacaba un tetrabrick de su bolso.
—¡Gracias! —Spoore cogió el zumo con
impaciencia, lo abrió y empezó a sorber el líquido por la pajita.
—Teóricamente, en todas las máquinas
expendedoras debería haber una botella de agua —comentó Aylin.
—Teóricamente en todo asesinato hay una
víctima y un asesino. Aquí tenemos una víctima, una semivíctima y ningún
asesino —se quejó Spoore. Se atragantó con el zumo y pensó en lo que había
dicho. Su cabeza funcionó, encajó todas las piezas del puzle y sonrió alegre—.
¡Claro, así fue cómo lo hizo! Hay que reunir a todo el mundo... pero después de
tomarme el zumo.
—¡Pero el asesino puede escapar! —dijo
Aylin, contrariada.
—No lo creo —dijo Spoore seguro de sí
mismo y dando un sorbo de zumo.
***
Todos estaban sentados en las butacas.
El grupo de actores, Rosa y Máximo, y por último, Aylin y el comisario Mendoza.
Al fondo de la sala había dos agentes de policía que arrestarían al asesino.
Spoore estaba de pie sobre el escenario, con las dos manos en su bastón.
—Todos sabemos el motivo por el que
estamos aquí. Sabemos que hay un asesino entre nosotros y que ese asesino mató
a Fernando. ¿Por qué? Fernando a nuestros ojos parecía un santo, pero no era
así. Todo empezó con la adicción a las drogas de Máximo. David, tú le dabas las
drogas ¿verdad? —David se encogió sobre sí mismo y tragó saliva. Le habían
pillado. El comisario se levantó con unas esposas en las manos, pero Spoore le
hizo un gesto para que se sentara—. No obstante, David no es el asesino.
Fernando se enteró de la adicción de Máximo cuando, Juan, el director amenazó
con denunciarle. Fernando no tuvo más remedio que inventarse una mentira para
encubrir a su amigo. No obstante no pagó al director. Tal vez por eso el
director quisiera matarlos —Juan volvió a palidecer y no supo si aquello sería
otra broma de Spoore o esta vez iría en serio. El comisario volvió a levantarse
con las esposas, pero Spoore le obligó a sentarse—, pero Juan no es el asesino.
Para pagar las deudas, Fernando traicionó a su amigo Roberto e hizo que su
novia se enamorara de él. Pero Fernando lo único que quería era dinero y robó a
Rebeca. Ese fue el motivo por el que ambos podrían haber querido matarles...
¡Comisario no se vuelva a levantar hasta que yo se lo diga! ¿Por dónde íbamos?
El caso es que solo hemos visto este caso desde una perspectiva, pero y si
miramos desde el punto de vista de Fernando… Tenía dinero, mucho dinero. ¿Por
qué iba a pagar las deudas de Máximo? Y Máximo, ¿por qué iba a dejar que su
compinche se largara con todo el dinero? Así que Máximo chantajeó a Fernando
utilizando a su hermana, Rosa. El día en que la conoció en la cafetería no fue
una casualidad. Máximo sabía quién era Rosa. Por eso, él se limpió con la
servilleta en la que estaba el número de teléfono. Porque realmente no sentía
nada por ella. Cuando salió de la cafetería, un coche se acercó por la acera,
como él mismo me dijo que recordaba. Era Fernando. Máximo subió al coche y allí
tuvo una charla con Fernando. Máximo seguramente lo amenazó con hacer daño a su
hermana y Fernando le diría que pensaba contar lo de su adicción a las drogas.
Máximo no podía hacer nada, así que, ¿por qué no matarle? Así es, Máximo es el
asesino. Mató a Fernando haciendo que se diera un fuerte golpe en la cabeza con
el volante, cogió una navaja, se hizo una herida y dejó su cartera en el coche
para que pareciera un robo. Saltó del coche y este se estrelló. Lo que Máximo
no previó fue que perdería la memoria. No solo por la pérdida de sangre, sino
por el pánico al haber cometido un crimen. Vio que en su mano estaba el recorte
de periódico donde yo me anunciaba. Ese recorte era de Fernando, que
seguramente vendría a buscarme para pedir protección para su hermana. Ahora sí
comisario, ya puede levantarse a detener a ese asesino.
Máximo estaba paralizado, con la mirada
perdida en algún lugar del escenario. Los agentes de policía lo levantaron y se
lo llevaron. La memoria de Máximo había vuelto y ahora se daba cuenta de todo
el mal que había hecho. Los otros actores se quedaron en silencio, sin saber
que decir. Rosa lloraba, porque sabía que, en algún lugar del corazón de
Máximo, él la amaba y ella le correspondía.
El comisario Mendoza se acercó a Spoore
para felicitarle.
—Enhorabuena Spoore, otro de mis...
quiero decir, otro caso resuelto.
—El mérito es suyo, comisario. Tome un
regalo. ¿Sabe? Siempre me he preguntado por qué se llama usted Ignacio Mendoza
si es negro —preguntó Spoore entregándole un paquetito al comisario.
—Mi padre era español y le gustaba ese
nombre —respondió el comisario mientras abría el paquete. Cuando vio su
contenido se sorprendió—. ¿Me ha regalado un peine? Si no tengo pelo.
—¿Qué pasa? ¿Los calvos no pueden
soñar? —preguntó Spoore.
Aylin se acercó a él y este le tendió
la mano. Aylin la cogió y salieron del teatro, juntos. Fueran donde fueran
siempre estarían juntos, resolviendo crímenes y atrapando a criminales. El
misterio formaba parte de sus vidas, y aunque las cosas se pusieran muy mal, o
aunque encontraran un obstáculo difícil de superar, saldrían victoriosos. Aylin
no tenía nada que temer porque, al fin y al cabo, se encontraba bajo la
protección del mayor detective de la historia, Dorian Spoore.
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