Ais cruzó una puerta
agarrado a su joven acompañante. Se encontraban en una llanura cuyo suelo era
semejante a un tablero de ajedrez con cuadrados azules y plateados. El cielo
parecía agua estrellada, iluminado por una bola de fuego azul que desprendía
una luz blanca. Detrás de ellos se extendían cientos de puertas como la que
habían cruzado, solo que, para sorpresa de la joven, tras ella no había puertas
oscuras, sino enormes espejos plateados de tres metros.
A medida que se
alejaban de los espejos y se adentraban por aquel extraño mundo, enormes
árboles de troco plateado y hojas de cristal aparecían por el camino. Todo en
aquel mundo extraño parecía estar hecho de cristal, plata o agua. Incluso la
tierra parecía plateada.
Ais caminaba con la
vista fija al frente mientras que la joven miraba hacia todas partes,
inspeccionando todo aquello que era nuevo para ella. Llegaron a un claro con un
lago rodeado por pinos de cristal. En el centro del lago había un castillo
hecho de hielo que se alzaba hasta el cielo y acababa en dos torres picudas
unidas por varios puentes.
Ais entró en el lago y
el agua que pisaba se hacía hielo bajo sus pies. De todas formas, tuvo que
coger a la joven en brazos ya que ella no podía tocar el hielo descalza porque
lo derretía al instante. Cruzaron el lago y entraron por un gran portón de
plata a un enorme salón iluminado por antorchas de fuego azulado. Ais dejó a la
joven en el suelo y la llevó hasta un cuarto enorme con una cama con mantas de
terciopelo azul.
La joven se sentó en la
cama y observó que no se calcinaba bajo ella. Miró sorprendida a Ais, que se
encogió de hombros y dijo:
-Aquí
tos poderes no funcionan, al igual que los míos. Bueno, al menos no queman ni
congelan todo lo que tocan. Aquí son controlables -Ais cogió algo de ropa de su propio armario y se la
pasó a la joven, que la cogió con dos manos-. Puedes cambiarte en esta habitación. Cuando
termines avísame. Tendrás muchas preguntas.
Ais abandonó la
habitación. La joven cogió la ropa y la examinó con la mirada. Era una camisa
blanca acompañada de una casaca plateada. Los pantalones eran de color crema y
las botas eran altas y finas. Seguramente le llegaran hasta las rodillas. La
joven se quitó la casaca que Ais le había prestado y se vistió. Trató de
ajustarse bien la ropa para ocultar los tatuajes escarlatas que decoraban su
cuerpo. No le gustaba que la gente los viera, mejor dicho, no le gustaba las
caras que la gente ponía al verlos.
Cuando terminó, abrió
la puerta y se encontró a Ais sentado de piernas cruzadas pero levitando. Su
bastón plateado descansaba vertical al suelo junto a él. Ais se deslizó
lentamente hacia el suelo y volvió a entrar en la habitación. La joven cerró la
puerta detrás de ella.
-Elena
-dijo Ais. La joven le
miró extrañada y éste se explicó-. Me gusta ese nombre y, ya que no recuerdas el
tuyo, he pensado que tener uno te vendría bien. Significa “antorcha”, y puesto
que tú quemas todo lo que tocas... -la joven pareció disgustarse con el comentario, pero
Ais estaba preparado para esa reacción- También significa “la más hermosa del mundo”.
La joven se sonrojó.
-Me
gusta ese nombre -aceptó
la recién bautizada Elena-.
Solucionado el problema de los nombres, me gustaría saber dónde estoy o la
razón por la que ese hombre quería raptarme.
-Es
lógico que estés confusa. Yo también lo estuve al principio -admitió Ais-. Hicieron falta muchos libros para que yo me
enterara de qué iba todo esto. Primero he de decirte qué soy yo, quién es el
hombre que te raptó, etc. Yo soy Ais Frost, hijo del hielo. Al igual que tú,
nací en el Reino del Norte, solo que yo congelo todo lo que toco, al contrario
que tú. No te creas que todos en este mundo nacen así... Sólo los Guardianes lo
hacen de esta forma. Los Guardianes son los gobernantes de cada reino de
Eridna. Cada Guardián nace en su reino. Todos nacen de noche, y se dice que la
luna que brille esa noche indica la diosa que lo ha bendecido. A mí me bendijo
Deruna, pero a ti te ha bendecido Orhún, el sol. Eso es demasiado raro. Por no
mencionar que has aparecido en el Norte, algo todavía más curioso.
-¿Eso
es malo? -preguntó
Elena.
-Depende
-respondió Ais. Elena lo
miró sin comprender-.
Tú eliges lo que hacer con ello. El único problema es que tienes demasiado
poder. A mí me bendijo Deruna. Soy el único Guardián al que le ha bendecido esa
luna, y por lo tanto soy uno de los Guardianes más poderosos. A ti sin embargo,
te ha bendecido Orhún, lo que significa que es como si te hubieran bendecido as
tres lunas a la vez, es decir, tienes más poder que nadie.
Elena clavó la mirada
en un punto fijo del techo. Las palabras de Ais habían caído sobre ella como
piedras en el corazón. Ais esperó en silencio a que asimilara toda la
información para continuar con su conversación. Finalmente, Elena preguntó:
-¿Por
qué las lunas eligen a los Guardianes?
La pregunta sorprendió
a Ais.
-Bueno...
-tartamudeó- Cada Guardián es elegido por hazañas que haya hecho
en su vida anterior. Digamos que, si una persona realiza heroicidades y muere
con honor, cada luna le selecciona y le da otra oportunidad de vivir, siempre y
cuando sea para ayudar a otras personas. Iruna es la diosa de la Inteligencia,
con lo que si el Guardián murió tras realizar plan estratégico o por realizar
alguna hazaña no con la fuerza, sino con la mente, es seleccionado por ella.
Varuna es la diosa de la Fuerza, así que si el Guardián muere en la batalla o
ha sido un gran guerrero, ella lo elige. Deruna es la diosa de la pureza y sólo
me eligió a mí.
-¿Por
qué? -quiso saber Elena. La
mirada de Ais se nubló.
-No
lo sé -se
limitó a decir-.
No recuerdo nada de mi pasado. Normalmente, al resucitar, los Guardianes recordamos todo sobre nuestro pasado. A mí
Deruna no me ofreció ese privilegio.
-Pues
a mí Orhún tampoco -comentó
Elena. Ais la miró con los ojos abiertos como platos. Elena no recordaba su
pasado, era como él. ¿A qué jugaban los dioses? Otra pregunta de Elena le
desconcertó de nuevo-
¿Quién era el hombre que quería mantenerme prisionera?
Ais respiró hondo y
parpadeó varias veces antes de responder.
-Se
llamaba Elsworth. El el Guardián del Reino del Norte y se le conoce por ser el
hombre con el corazón de hielo. No muestra sentimiento alguno, simplemente
furia retenida. Es el rey de los leones albinos y tiene sometidos a los Yet´ah
mayas, una población de felinos humanoides que protege la entrada al Reino del
Norte.
La siguiente pregunta
de Elena era bastante obvia, pensó Ais.
-¿Por
qué es tan frío? -Elena
había usado el adjetivo correcto.
-Su
historia es la más triste de todas las historias de los Guardianes -comenzó Ais-. Él era un guerrero poderoso, pero usaba su poder
para ayudar a las personas. Ése era su mayor defecto, que era demasiado
bondadoso. Un día, en la guerra contra la Sombra, salvó a una familia de ser
saqueados por el enemigo. Los miembros de la familia le ofrecieron a su hija
mucho menor que él como agradecimiento. Él se enamoró de ella perdidamente, y
lo peor fue que la hija le correspondía.
Estuvieron casados durante años, y el guerrero que era se convirtió en n
rey vago y holgazán que sólo atendía a su mujer. Algunos mitos dicen que la
muchacha era una bruja, o que él enloqueció. El caso fue que la muchacha murió
repentinamente por una enfermedad muy poderosa, y Elsworth la siguió hasta el
mismísimo infierno. A la mañana siguiente de la muerte de la muchacha, se
encontró el cuerpo del rey en el fondo de un acantilado. Elsworth no tenía
miedo a la muerte, sino a una vida vacía. Lamentablemente, la diosa Varuna
quería a un guerrero poderoso en el trono del Reino del Norte y por eso le dio
otra oportunidad. Pero él no quería otra oportunidad. Es más, la diosa fue muy
cruel con él, ya que le envió al único reino donde no hay humanos. Estar solo
le hizo frío como el hielo. Ese fue el milagro de Varuna y su castigo.
Dicho esto, el joven se
levantó, se dirigió hacia la puerta y una vez allí dijo:
-Bueno,
por hoy ya está bien. Te aconsejo que duermas. Estarás cansada. En este reino
no se hace de noche, así que mejor que te acostumbres a los horarios de sueño.
Más tarde hablaré contigo otra vez.
Ais salió de la
habitación. Elena se tumbó sobre la cama, pensando en la sensación de pesar que
le había transmitido Ais al hablar de Elsworth, y no tardó mucho en dormirse.
* * *
Ais llegó a una sala
circular de paredes de mármol azul. En el centro de la sala había un enorme
foso lleno de plata líquida. El techo era una bóveda de cristal por el que se
filtraba la luz del sol blanco. La sala estaba completamente vacía, sin ningún
mueble, ningún cuadro, ni siquiera una ventana.
“Enséñame al Rey Elsworth” pensó Ais.
La plata líquida del
foso comenzó a agitarse y se elevó por toda la sala. A medida que se hacía más
grande, iba tomando la forma de un espejo, solo que éste medía tres metros. En
el centro de la imagen apareció el palacio de piedra de Elsworth. Él se
encontraba en las almenas de la muralla de hielo. El Dal Imur se acercaba a él lentamente.
Lamentablemente, Ais no pudo oír lo que le decía. El espejo no tenía la
capacidad de retransmitir conservaciones.
“Enséñame a Lee
Scorgasson” pensó Ais.
El centro del espejo
cambió de imagen y apareció un castillo hecho de piedra negra que se alzaba
sobre un bosque negro y quemado. Ais se preguntó qué estaría haciendo Lee en el
castillo de las Tierras de Cenizas, territorio de Rapto Denar. La escena le
mostró a continuación el salón del trono. Era una sala negra atravesada por una
alfombra negra con los bordes dorados que se cortaba al llegar a un trono hecho
de ceniza gris que se metamorfoseaba lentamente. En el trono había un hombre de
cabello largo y negro bien peinado. Su piel era gris y sus ojos eran totalmente
negros, sin distinción alguna de pupila o iris. Su boca de labios grises, no mostraba rastro alguno de bello facial. Llevaba puesta una túnica
negra con los bordes del cuello y las mangas amarillas. Ais lo reconoció al
instante. Era Rapto Denar.
A sus pies, había un
hombre arrodillado y maniatado. Ais también reconoció a ese gracias a sus
enormes orejas de conejo. Era Lee. También hablaban, pero Ais seguía sin poder
oír su conversación. Se llevó una mano a la nuca. No podía dejar a Lee allí,
debía salvarle, pero ahora que Elena había llegado no quería dejarla sola.
Debería tomar una decisión pronto, antes de que fuera demasiado tarde.
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