Tontín
y el secreto del Titánic.
Día x de un mes del
año catapúm mucho después de Cristo.
Al parecer, tú eres el único
que me entiende. Ahora, yo no soy el que se quiere vengar por la ruptura de un
corazón, ahora es mi ex novia la que se quiere vengar de mí. Por ejemplo, en
literatura, representando Romeo y Julieta, en la que me tocó representar a
Julieta y a mi ex novia le tocó representar a Romeo, me dijo sutilmente: “Oh,
Julieta, Julieta, cuando te veo, me dan ganas de matarte con la metralleta.”
Sentí asombro por la rima que había hecho y a la vez se me mancharon los
calzoncillos de marrón.
Olvidándonos de este asunto,
a mi madre, se le ha ocurrido la brillante idea de irnos de crucero a finales
de Noviembre. En mi casa la regla básica es: “En esta casa manda padre, cuando
madre no está en casa.” Siguiendo esta regla, hicimos las maletas y nos fuimos
a un crucero de “low cost”, que
realmente era una cáscara de nuez, comparado con un crucero de verdad. Allí
había familias como la mía, en las que todos estaban muy locos o en las que no
tenían ni un duro y aprovechaban ahora para subirse a un barco, cuando los
precios estaban por los suelos.
Subimos al barco con las
maletas. A mí me tocó subir las de mi madre. Con la vida que estoy teniendo me
merezco ir derechito al cielo. ¡Llevaba una sola maleta para los tacones!
Entonces, tropecé y empujé a una chica y ésta se cayó por la barandilla del
barco, pero pudo agarrarse, no como los tacones de mi madre, que acabaron en el
fondo del mar con la Sirenita. Solté las maletas y le pregunté: “¿Qué haces ahí
colgada?” y ella me respondió que estaba intentando pegar un chicle en el casco
del barco y yo la dejé ahí. No pillé la ironía.
Aquella noche, cuando íbamos
al restaurante del barco, volví a verla. Estaba bajando por las escaleras
mecánicas. Nos miramos a los ojos y nos enamoramos. Pero entonces las escaleras
mecánicas se pararon. La grité que si quería cenar conmigo y ella asintió. El
problema era que había mucha gente bajando por las escaleras y como se pararon,
no pudo bajar hasta pasados tres minutos. Era como el descenso de escaleras de
una película que había visto hace poco, no me acuerdo como se llamaba... era
una película de un barco....
La cena fue estupenda.
Hablamos, descubrimos que teníamos cosas en común, hicimos manitas... Fue una
noche increíble. Pero lo que pasa con mis noches increíbles es que siempre
tienen un final desastroso. Nos fuimos a la proa del barco. Fuera hacía
muchísimo frío. Se me congelaron hasta los mocos. La cogí de la cintura (a esta
escena tenéis que ponerle la música de Titánic) y ella estiró los brazos en
cruz, representando la escena del rey del mundo. De repente, cuando todo iba
tan bien, sopló una brisa suave y todo se volvió negro y peludo. La solté de la
cintura y me llevé las manos a la cara, agarré lo que se me había pegado y vi
una peluca. Miré a mi chica asombrado y entonces me traumaticé... ¡Era calva!
En aquel momento me sentí como si estuviera saliendo con mi profesor de
matemáticas. Me dijo que le venía de familia. Es decir, que hasta su abuela era
calva. También me dijo que en una
relación
no tenía que haber secretos. Pero si no hubiese secretos, yo ya me habría
tirado el pedo que me llevaba aguantando desde la cena, porque las judías me
habían hecho efecto. Ella rompió conmigo porque, según ella, no sabía adaptarme
a las consecuencias.
Cuando volvía hacia mi
camarote, hubo un temblor en el barco. ¡Habíamos chocado contra una cubito de
hielo! Suena ridículo, pero haber, el agua está fría, si se cae un cubito de
hielo se hace más grande, y el barco, como ya he dicho antes era una cáscara de
nuez. Subí a los botes salvavidas y el capitán me gritó: “Pero que aún quedan
mujeres en el barco.” Y yo le contesté: “Qué no es momento para ponerse a
ligar.”
El capitán me tiró del bote
y caí al agua. Vi una tabla de madera, lo suficiente grande para dos personas,
pero encima de la tabla iba la calva...Le dije: “Métete en el agua, que está
muy buena”. No me hizo caso, como era de suponer. El agua estaba helada y a mí
se me estaba quedando la cara como la de un pitufo. Entonces se me ocurrió una
idea: “Échate un poco para la izquierda.” Se echó para la derecha. Obviamente
no se había quedado calva aprendiendo cuál era la derecha y la izquierda. Le
dije que se echase para la derecha y se fue hacia la derecha. ¡Qué amable!
Entonces le cogí el brazo, la tiré al agua, me subí a la tabla y me fui hacia
los botes salvavidas remando con las manos. Dejé allí tirada a la calva.
¿Recuerdas cuando he dicho
que me merezco ir al cielo? Pues cuando Dios repase mi expediente, me va a
pegar una patada que me va a mandar directamente al infierno... no, a lo que
hay más abajo.
Firmado:
Alguien al que le han
tocado demasiadas veces las narices.
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