Vivimos en un mundo lleno de tecnología, con máquinas dispuestas a facilitarnos la vida, entretenernos e intentar enseñarnos lo que generaciones pasadas aprendieron mediante los libros, que a día de hoy son fuentes de conocimiento que van cayendo irremediablemente en el desuso. Si las antiguas formas de aprendizaje caen, lo que a cualquier lector nato deberá parecerle una infamia, nuestra sociedad debe encontrar nuevas formas para la enseñanza y, si nos jactamos de tener un mundo tan tecnológico a nuestra disposición, ¿por qué no utilizarlo para dicho propósito? Se podrían usar ordenadores Mac, iPhones, iPads, iPods… todos productos para aquellos que no se preocupen por el “I pay”. Pero esos productos son caros y debemos recordar que a día de hoy, el tren del dinero ha partido hacia otros países de Europa dejando a España en la cuneta y haciendo autoestop. Por eso se necesita un medio barato de difusión de conocimiento y, sin duda alguna, el más extendido en nuestra sociedad es la televisión, además de ser gratuita. Sin embargo, creo que tal vez la televisión no sea el medio de propagación de ideas más adecuado.
Hay infinidad de programas dedicados a la cultura, a la propagación de la enseñanza. Desde que somos bebés nuestros padres nos ponen programas infantiles que nos enseñan las letras y los números, ¡incluso música clásica! Los dibujos animados hacen canciones con las que nos es fácil aprendernos las tablas de multiplicar o nos enseñan obras de literatura clásica de una forma en la que el lado oscuro de la misma se vea disminuido, donde la maldad siempre pierde ante la bondad y los héroes encuentran el amor, lo que incita a los niños a soñar e inventar historias.
Pero a medida que vamos creciendo, esos programas comienzan a ser menos educativos y a mostrarnos “la realidad”, con la intención de enseñarnos qué es la vida. El problema de esa “realidad”, a la que se hace alusión entre comillas, es que es falsa. Es la realidad que quieren que veamos, una realidad que favorece a unos pocos y rechaza a muchos. Las situaciones de dos enamorados se ven perturbadas por un personaje maligno que amenaza con destruir dicho amor en beneficio propio. Las letras que antes incitaban canciones ahora muestran titulares que hablan de la vida privada de famosos con más dinero que neuronas o ataques terroristas de hombres que arrasan con la cultura debido a su incultura. Los números sólo muestran cuánto han subido los impuestos y cuánto han bajado los sueldos. Y por último, la música clásica ya no se escucha, tan sólo cuando marcas el número de teléfono de la oficina del paro. ¡Qué ironía! A medida que reconocemos el arte en esas notas, más las rechazamos tildándolas de aburridas y somníferas.
“La tele es el espejo donde se refleja la derrota de nuestro sistema cultural” dijo Federico Fellini, director de cine. Federico tenía razón: los programas del corazón, como “Sálvame”, la prensa rosa, como la revista “Hola”, y todos sus seguidores demuestran que ya no importa aprender cosas nuevas, sino que el cotilleo atrae más que cualquier otra cosa nuestra atención. Aún así, lo peor de todo es el ejemplo que la sociedad toma de ellos. La gente se interpone entre una pareja por el cotilleo, por el beneficio propio y por no saber aceptar el rechazo, como hacen los participantes de esos “reality shows” en los que reina la incivilidad. Se crean fidelidades quebrantables y lo único verdadero en nuestra sociedad es que mentimos constantemente. Se utiliza la tele para propagar ideas falsas o tardías, como cuando un político anuncia qué va a hacer después de haberlo hecho.
Lo que de verdad pone los pelos de punta es el hecho de que ya no se leen libros. Las páginas donde antes se encerraba una buena historia ahora no son nada; dónde antes había un lector, ahora hay un zombie cuya mente ha sido abstraída por la caja tonta, un borrego blanco perteneciente a un rebaño donde la oveja negra es la más culta y la más rechazada.
Los libros servían para difundir ideas, al igual que la televisión, pero no lo daban todo hecho como este “cacharro”, sino que instaban a la persona a formar sus propias ideas. La televisión no, ella sirve ideas chamuscadas y apetecibles en bandeja de plata.
En conclusión, la tele al principio puede tener una función educativa, pero después nos lleva por el camino de la incultura y de las ideas falsas que hacen de la sociedad un conjunto de abejas que van directamente hacia la miel sin plantearse si quiera un porqué. Por ello creo en la primacía de los libros como medio de transmisión de cultura. Para mí, como para muchos eruditos, la literatura es Dios y Belén Esteban, el anticristo.